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El Partido Popular está buscándose a sí mismo. Un colectivo surgido a partir del indiscutible liderazgo de Fraga, refundado bajo la égida de Aznar, y heredado por los particulares modos de Rajoy, se mira al espejo en unas primarias sin precedentes. No hay certidumbres a ... las que aferrarse; dirigentes por los que apostar, con la seguridad de que ganarán en el congreso del 20 y 21 de julio. El único momento en que los populares sintieron algún vértigo similar fue durante el congreso de Valencia, en 2008, cuando Mariano Rajoy tuvo que batirse -con el apoyo, entre otros, del denostado Francisco Camps- frente a contrincantes que tentaban con discutirle el mando del partido -Esperanza Aguirre-, aunque no se atrevieran a postularse para la presidencia del PP. Pero la sola imagen de Rajoy paseando en pantalón corto por Santa Pola, antes de hacerse cargo de su puesto de registrador de la propiedad en la localidad alicantina, advierte del antes y del después de un partido que ya ha cambiado, aunque se resista a cambiar.
Ocurre que el hiperlíder tiende a volverse desdeñoso respecto al colectivo que ha dirigido hasta anteayer. La renuncia de Rajoy a señalar a quien pudiera sucederle presenta esa doble vertiente; del presidente indiscutible que, de pronto, se aviene a la participación de la militancia sin condicionamiento alguno, y del dirigente que pasa del todo al nada, desentendiéndose de lo que ocurra tras su renuncia. Las imágenes de Santa Pola sugieren una indiferencia que desconcierta en la orfandad a las bases populares. El golpe de suerte con que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa dejó en evidencia al centro-derecha español. Evidenció la bisoñez de Ciudadanos y Albert Rivera, y la vetustez del Partido Popular de Rajoy. El desafío al que se enfrentan los populares es el de su rejuvenecimiento. Pero no se trata de un reto meramente generacional, sino ideológico y político. Ninguna de las candidatas y candidatos que aspiran a suceder a Rajoy asegura renovación y regeneración democrática. Entre otras razones porque todas y todos ellos se refieren a los casos de corrupción como si fuera el mal debido a alienígenas ajenos al PP; cuando es evidente que el poder del PP se alzó durante años en connivencia con corruptos y corruptores que contaron, como poco, con la permisividad de las estructuras partidarias.
La retirada de Rajoy de la política y la emocionada renuncia de Núñez Feijóo a tratar de relevarle corren el riesgo de devaluar el liderazgo del PP, y al PP como opción política. La pugna a tres entre Pablo Casado, María Dolores de Cospedal y Soraya Sáez de Santamaría podría elevar la cotización del empeño. Pero siempre al precio de que la división interna desmoralice a la militancia popular, mientras Rajoy se retrata en Santa Pola, y Aznar está a punto de pronunciarse ante el vacío de poder en un partido que ya no es el suyo. Las inéditas primarias del PP para designar a dos candidatas/candidatos de cara a su elección en el congreso del 20 y 21 de julio amenazan con fracturar una formación acostumbrada a obedecer al directorio. Es más, amenazan con que sus integrantes no sepan recolocarse en la doble oposición si se descubren perdedores en la liza interna. Oposición al gobierno socialista y posición crítica respecto a quien salga vencedor/a de tan extraordinario congreso.
Los populares se encaminan hacia él con un número de cargos electos que difícilmente mantendrán tras los próximos comicios. Menos escaños que repartirse, mientras diputados y senadores; presidentes, consejeros y parlamentarios autonómicos; alcaldes y concejales se ven conminados a «dar la cara» -en palabras de Cospedal- y decantarse públicamente por una candidatura u otra. Si la vuelta de Rajoy a su plaza de registrador de juventud y la autopromoción de Feijóo para aspirar a la presidencia en 2020 devalúan la importancia de ser líder del PP, si el empeño de Casado en postularse a pesar de que pudiera verse investigado judicialmente por un master de muy dudoso cuño le convierte en una opción temeraria, la confrontación entre Cospedal y Sáez de Santamaría está abocada a debilitar un partido que no acaba de encontrarse.
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