![«Pensé que nos iban a fusilar a todos»](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202010/16/media/cortadas/59081826--1968x1602.jpg)
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Estaba convencido de que nos iban a fusilar a todos». Teo Uriarte, con dos condenas a muerte, recordaba ayer así los días del proceso de Burgos en el que fue juzgado en la primera quincena de diciembre de 1970, hace 50 años. En la Sala de Justicia del Gobierno Militar de Burgos, el Consejo de Guerra sumarísimo contra 16 miembros de ETA se convirtió en un acontecimiento que marcó un punto de inflexión en la recta final de la dictadura franquista. Los ecos de mayo parisino revoloteaban y el contexto internacional estaba marcado por las guerrillas latinoamericanas y los movimientos de liberación nacional.
La Universidad del País Vasco –en colaboración con el Instituto Valentín de Foronda, el Departamento de Cultura de la Diputación de Gipuzkoa y la Fundación Mario Onaindia– inició el miércoles un curso académico para debatir sobre aquel juicio y sus consecuencias. Alberto Agirrezabal, responsable de la Fundación Mario Onaindia, tenía entonces 23 años y recuerda el momento porque tuvo que escapar de su casa de Zarautz para no ser detenido tras la declaración, en Gipuzkoa, del estado de excepción. En la retina, la imagen de los acusados sentados en la sala de vistas, frente a los jueces militares que mandaron callar a Onaindia cuando, tras gritar 'Gora Euskadi askatuta', comenzó a cantar el 'Eusko Gudariak' para desesperación del tribunal. La grabación dio la vuelta a Europa.
Como señaló en la presentación del curso el diputado foral de Cultura, Harkaitz Millán, el proceso supuso «un choque generacional». Los hijos de los derrotados en la Guerra Civil se enfrentaban a la dictadura que encarnaban en aquel momento los militares que habían ganado la contienda de 1936. El régimen intentaba ofrecer un escarmiento a la oposición al franquismo.
teo uriarte | condenado a pena de muerte
juan pablo fusi
luis castells
Aquella colisión provocó una gran movilización popular de contestación. La dictadura, señala el historiador Juan Pablo Fusi, quiso ofrecer una imagen de fortaleza, pero erró en su estrategia. Ya empezaba a estar dividida entre los más inmovilistas y los más aperturistas. Perdió la batalla de la opinión pública y recurrió a una represión cada vez más indiscriminada. La espiral acción-represión hunde sus raíces en esa erosión, sobre todo en el plano internacional, aunque también se registraba una fuerte contestación obrera y estudiantil. Y el proceso de Burgos fue un auténtico catalizador de aquella corriente crítica. El historiador Luis Castells, director del curso, reconoce que fue ETA la que, a pesar de estar débil al inicio del proceso, consigue capitalizar la enorme repercusión del juicio y gestar ya entonces una cultura de la violencia que después costó mucho tiempo desactivar. Allí se fraguó lo que la historiadora guipuzcoana Idoia Estornés ha señalado como «el arrastre emocional» que enganchó a una generación de jóvenes vascos.
La enorme presión externa obligó al dictador a conmutar las seis penas de muerte –Teo Uriarte, Izko de la Iglesia, Mario Onaindia, Xabier Larena, Unai Dorronsoro y Jokin Gorostidi– por cadenas perpetuas anunciadas el 30 de diciembre por Franco. El conjunto de las condenas a los 16 condenados ascendía a 500 años de cárcel.
Onaindia reconoció que aquella fue una de las batallas contra Franco que unió a todos los demócratas. Su abogado era Miguel Castells, mientras que Juan María Bandrés y el socialista Gregorio Peces-Barba defendieron a Jokin Gorostidi y a Víctor Arana. Para Teo Uriarte, el proceso de Burgos representa «el principio del fin del franquismo, pero también el comienzo del mito de ETA y del mito del nacionalismo vasco» tras la derrota de la guerra. Y es que aquel traumático revulsivo sería el germen de muchos problemas que vinieron tiempo después.
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