Peor que una extravagancia
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Análisis ·
Lo peor que ha ocurrido en Andalucía es que, además de haber sido bendecido por el PP, confluye con corrientes que se extienden por toda EuropaSe cumple, una vez más, lo que en Europa se ha convertido en norma: cuando del poder se trata, los números prevalecen sobre las ideas. Así ha sido en Andalucía. Y es que sólo Alemania y Suecia, por principio, además de Francia, apoyado el principio ... por una ley electoral que desequilibra la relación entre el voto popular y la representación institucional, son la excepción. En los demás países, los partidos que, por contravenir las normas del sistema, merecerían ser apartados de los Ejecutivos mediante el llamado 'cordón sanitario' gobiernan, o han gobernado, dondequiera han sido necesarios para formar mayorías. Y la lista se alarga elección tras elección. La excepción, por tanto, sólo confirma la regla. Sea todo esto dicho no como enunciado normativo, sino como mera constatación de un hecho que plantea a las democracias europeas el problema de cómo comportarse frente a este fenómeno. Porque, sea desafiando la intransigencia, sea al cobijo de la tolerancia, el fenómeno logra poner en solfa nuestro sistema tradicional de valores y avanza igualmente imparable.
En el caso andaluz, el estrambótico acuerdo que ha debido fabricarse para sortear, que no afrontar, el problema ha tenido, al margen de sus inconvenientes, la ventaja de dejar al desnudo el fenómeno en cuestión. Los 19 puntos que Vox puso sobre la mesa de negociación son toda una declaración de principios sobre su naturaleza y objetivos. Se ha dicho que tienen resabios franquistas. La regresión es todavía mayor. Saltando por encima del franquismo, bebe de las mismas aguas en que aquél abrevó y que no son otras que las del integrismo más reaccionario del siglo XIX con toda su carga de tradicionalismo antiliberal. Pretende regresar, en suma, a aquella nefasta corriente de pensamiento que, en torno a la figura de Pío IX, quiso reaccionar, sobre todo en España y Francia, a los postulados liberales que se habían implantado tras la Ilustración. A la España eterna que nunca debió morir.
Causa en exceso trasnochada, se diría, para un país que tanto ha avanzado en modernidad. Lo preocupante es, sin embargo, que, como en el pasado, la corriente confluye con otras del mismo signo -'iliberales' las llaman- que se extienden por el continente. La Hungría de Orbán y, sobre todo, la Polonia de Kaczynski, con las que estrecha lazos cada día más fuertes la Italia de Salvini, son referentes que pueden acabar sacando del aislamiento y la excepcionalidad al partido español. No es casual que todos ellos hagan la misma causa de esa 'Europa Nuestra' que ve en la inmigración islámica -por el adjetivo más que por el sustantivo- el ariete de la descristianización europea y se escuda en sus «raíces cristianas» para sublimar lo que no es sino una vuelta al más rancio y estrecho nacionalismo. No puede abordarse como una más de las extravagancias que, con regular intermitencia, se han dado en nuestro país.
Ocurre que la corriente que representa el nuevo partido podría haber quedado confinada en sus estrechos cauces, si el viejo PP no hubiera decidido mezclar aguas con ella. No se trata, contra lo que se ha dicho, de que el viejo partido haya asumido estos o aquellos postulados del nuevo, sino de que ambos se sienten igualmente cómodos en todos ellos, y no quepa ya distinguir cuáles han sido aportados por el uno o por el otro. Frente a la opción de competir con lo nuevo desde postulados propios y divergentes, la dirección popular ha optado por reabsorber en su organismo lo que cree no ser más que una excrecencia de sí mismo. Y esta reorientación, inspirada en el reagrupamiento aznariano de las derechas, da mayor verosimilitud de pervivencia, y llena de mayor caudal, a la nueva corriente. Desde esta perspectiva, sólo cabría pensar que C's se ha metido en un embrollo que no es el suyo y del que difícilmente podrá salir indemne. Pero, a la vez, quizá acabe siendo ese partido, por mor de su propia supervivencia, el dique que represe las aguas e impida que todo quede anegado, incluida su misma organización. Sería a costa de la estabilidad y permanencia de un gobierno que no es que sea otro 'frankenstein' más, sino que está abocado, desde su origen, a la parálisis. No se trata de un mero constructo hecho de piezas heterogéneas. Es que en la naturaleza de cada una de esas piezas está oponerse a que las demás funcionen.
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