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Consumado el trámite de la sesión de investidura del candidato popular, no sabe uno, al escribir estas líneas, si detenerse en el análisis del pasado o arriesgarse a una incierta prospección del futuro. Esto segundo lo desaconseja el celoso velo de misterio en que sus ... protagonistas han querido envolverlo, como tratando de provocar el error de quien se atreva a rasgarlo. Me limitaré, pues, a lo ocurrido, sin renunciar a una breve y tímida incursión en lo que parece estar a punto de suceder y tiempo habrá de ocuparse. No sería justo que lo que acaba de ocurrir en el Congreso cayera tan pronto en el olvido.

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La de 'perder para ganar' fue la sensación que quisieron transmitir tanto la procesión que acompañó al candidato Feijóo hasta las puertas del Congreso como quienes, ya en sus escaños, se volcaron en aplausos y desgañitaron a gritos para celebrar sus intervenciones. Algo de sincero había en ello. Porque, si la alegría por haber sido el partido más votado en las elecciones del 23-J se vio empañada por no poder traducirse a éxito en la investidura, el papel que el líder desempeñó en la Cámara, sobre todo en los turnos de réplica, fue más que digno y le confirmó ante los suyos como la mejor opción de futuro. No era poco para un partido que venía de atravesar tormentosos años de zozobra. La decepción se vio así compensada por una fundada esperanza.

Pero decepción, la hubo, sobre todo después de las expectativas que las previas elecciones autonómicas y locales de mayo habían despertado y que se habían visto frustradas por una mezcla de exceso de confianza, horrible gestión de la campaña y pactos intempestivos con un indeseado, pero imprescindible, compañero de viaje. De hecho, este último factor, el de la más que incómoda compañía de Vox, será la gran incógnita que Feijóo deberá despejar antes de afrontar la oportunidad de unas nuevas elecciones. Se trata de una joroba que, además de desfigurar la imagen de quien la soporta a sus espaldas, ahuyenta a una gran mayoría social que se siente tocada en sentimientos que rebasan la política y penetran hasta lo más hondo de su identidad colectiva. Mucho deberá cambiar aquella -la sociedad, digo- hasta que la repulsa se le haga soportable. Perder, pues, para ganar, pero, al fin, perder.

Escribiendo desde Euskadi, difícilmente podría obviar un comentario del intercambio de -cómo podríamos llamarlos- mensajes, recomendaciones o reproches que protagonizaron el candidato a la investidura y el representante del PNV. Llamarlos despecho del primero sería exagerado, cuando el desengaño sufrido era esperado. Fueron, más bien, por ambos lados, intentos de poner al otro ante el espejo de su propia realidad. Pero, si era ya lugar común y sobre mojado caía la insistencia del jeltzale en las malas compañías de que se había rodeado el candidato, más sorprendente resultó la de éste último en los riesgos de ninguneo y toxicidad que los nacionalistas vascos se verían obligados a correr en las que ellos mismos se estaban buscando para toda la legislatura. El uso como «clínex» desechable, por parte del PSOE, o el abrazo del oso, en el caso de EH Bildu, fueron dardos tan bien dirigidos adonde al nacionalismo más le duele, que Esteban acusó la herida con una airada respuesta. Feijóo los justificó como consejos de amigo, y sin duda darían qué pensar a algún que otro jelkide. En cualquier caso, removieron unas aguas que ya bajaban revueltas en los últimos tiempos.

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Pero todo esto caerá -si no ha caído ya- en el más oscuro olvido en cuanto el Rey encomiende a Pedro Sánchez el segundo intento de investidura. El velo con que el misterio ha venido cubriéndose se rasgará y el debate público subirá en decibelios y calorías. Entre lo ya hecho explícito por el independentismo catalán y lo que se digne, por fin, a desvelar el socialismo comenzará un agrio tira y afloja que amenazará con descoyuntar las ya tensas junturas del país. Y lo que, para el Partido Popular, ha sido un triste 'perder para ganar' podría ser, para el PSOE, un trágico 'ganar para perder' que desestabilice su organización y repercuta en todo el país. De hecho, la imparable escalada en las exigencias independentistas ha alcanzado ya tal nivel de arrogancia, que a punto está de convertirse en la 'hybris' que provoca las tragedias. Y es que el material que con tanta ligereza está manipulándose es altamente inflamable.

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