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El Alderdi Eguna de este domingo constituye un termómetro especial para el PNV, que busca ponerse las pilas para superar la curva de declive marcada por las dos últimas citas electorales, en las que ha perdido músculo social, y afrontar un curso político de alto voltaje que desembocará en las autonómicas. La novedad es que EH Bildu tiene el viento a favor y amenaza con desplazarle del liderazgo que ocupa desde el inicio del ciclo estatutario, con excepción del período del lehendakari Patxi López.
El PNV tiene ante sí el reto de no perder el anclaje con la realidad social, mantenerse en la centralidad, no descuidar el flanco soberanista, pero a la vez, cultivar a la Euskadi templada que le ha permitido tener el poder.
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La primera asignatura: debe afrontar en octubre la elección de su candidato a lehendakari. Lo probable es que vuelva a ser Iñigo Urkullu. Aunque no hay una decisión aún tomada, lo previsible es que en octubre el EBB reactive el proceso y comunique a Urkullu si está dispuesto a asumir de nuevo la responsabilidad de volver a presentarse, por cuarta vez, como aspirante a Ajuria Enea. Los jeltzales no quieren afrontar la renovación del liderazgo institucional al mismo tiempo que abordan el cambio del EBB, para cuya Presidencia, a elegir el próximo año, no se volverá a presentar Andoni Ortuzar. Lo lógico es que el proceso se inicie tras las autonómicas.
La novedad es que, por primera vez, ha emergido un cierto debate interno sobre el perfil que debe reunir el candidato a lehendakari y han aflorado, reservadamente, algunas voces que apuntan la idoneidad de un cambio de cartel. Sobre todo si se tiene en cuenta el actual contexto, con una EH Bildu muy crecida en sus expectativas, con un PNV que atraviesa síntomas de desgaste y con la necesidad de incorporar un revulsivo en la opinión pública que ofrezca una imagen de renovación. Pero la discusión no es sencilla porque, al mismo tiempo, Urkullu conserva un gran capital político y conecta con una corriente de amplia centralidad que ofrece confianza en el electorado moderado.
Los jeltzales parten de una ventaja. El PNV sigue teniendo una gran fortaleza interna, singular en Europa, pese a que la pandemia impactó en la vida de los batzokis, que no se ha recuperado del todo, y las redes sociales han supuesto toda una revolución interna. Pero es un partido con memoria histórica, su militancia se siente un eslabón en la cadena y percibe el Alderdi Eguna como un acicate emocional de movilización. Solo que en esta ocasión el contexto ya no es el mismo.
Los jeltzales son conscientes de que, de entrada, deben asumir un problema de desgaste en la gestión del Gobierno Vasco que ha dado bazas a la oposición de EH Bildu, y que ha puesto el foco en la eficacia o insolvencia de los servicios públicos, en concreto de Osakidetza. En ese sentido, perciben que el alto grado de conflictividad social distorsiona la percepción de su labor. También han afrontado un año en el que las sentencias por el 'caso de Miguel' suponen una 'mochila' sobre la imagen del partido, que quiso desvincularse como organización y pidió perdón a la sociedad. El último episodio coloca en el ojo de la tormenta al Departamento de Educación, tras una adjudicación de algunas líneas de transporte escolar a la empresa cuyo secretario y consejero era asesor jurídico puntual de la Consejería, el abogado Joanes Labaien. El lehendakari Urkullu ha pedido un esclarecimiento urgente. El asunto –que sitúa al consejero Jokin Bildarratz en una situación delicada–abre un debate interno entre lo que es legal y lo que es ético que puede provocar roces que no se conocían en el partido.
El segundo problema tiene que ver con la comunicación. El PNV necesita un nuevo relato que contrarreste la narrativa utilizada por la izquierda abertzale, que se ha mostrado más hábil a la hora de conectar con el voto joven y abrirse a nuevos sectores, Los jeltzales sufren un problema de conexión con las nuevas generaciones, y deben actualizar una marca demasiado anclada en la tradición, que les hace aparecer como una formación envejecida.
La renovación es pues la única salida pero no es fácil ponerle letra a la música. El diagnóstico más o menos compartido es que el partido se ha acomodado demasiado con una estructura de cargos y de cuadros que necesita «más calle». La nueva ponencia política marcará su hoja de ruta par los próximos años. Lo harán en la asamblea general que llevarán a cabo tras las autonómicas.
El PNV debe corregir las lagunas que lastran hace tiempo su narrativa y que son las habituales de un 'partido de poder'. «Más camisetas menos corbatas», decía una de las conclusiones de su debate interno 'Entzunez eraiki», el proceso de 'escucha activa' a la sociedad vasca. Pero no solo afecta a cambios cosméticos. El estudio aconseja una introspección autocrítica para que el PNV rompa la burbuja de su endogamia, se muestre más próximo a la sociedad, más humilde y menos arrogante.
El PNV sigue anclado en su clásico péndulo estratégico en el que combina la ortodoxia ideológica con el pragmatismo. Hasta ahora le ha ido bien así, pero ahora tiene que hacer frente a una nueva realidad más individualista y menos comunitaria y en la que el factor identitario –la llama nacionalista por excelencia– ha perdido fuelle. Y debe responder a la irrupción del debate izquierda-derecha, potenciado en Euskadi tras el fin del terrorismo y que favorece a EH Bildu, que ha abrazado el posibilismo y ha abandonado su clásico rupturismo con un objetivo atraer a los socialistas a una nueva alianza 'de progreso' y llegar al poder. Una operación que los jeltzales intentarán cortocircuitar desde el minuto cero.
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A. González Egaña y Javier Bienzobas (Gráficos)
Lucía Palacios | Madrid
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