Secciones
Servicios
Destacamos
Las vicisitudes que atraviesa la investidura en cuanto al comportamiento de sus principales actores no solo plantean la incógnita de su desenlace final, sino que presentan un sinfín de enigmas. A Pedro Sánchez le ha costado horrores afirmar -o admitir, según se vea- que su ... objetivo es alcanzar un acuerdo de coalición con Unidas Podemos. Lo hizo ayer, al final del debate, como de pasada. No es casual que -contra lo previsto en las normas internas del PSOE- la consulta a las bases se realice en todo caso una vez sea investido, presentando el pacto que pudiera alcanzar con Iglesias a su ratificación por la militancia socialista, alegando que no había dado tiempo para convocarla antes. El escrutinio del 28-A y la cerrada negativa de Ciudadanos a prestarse a investir a Sánchez no dejaban lugar a dudas respecto a la única fórmula sobre la que el candidato socialista podía aspirar a la investidura. Pero la renuencia mostrada por el presidente en funciones a procurarse activamente el favor de los grupos más proclives a secundarle en esta nueva aventura -empezando por Unidas Podemos- no puede explicarse como mera estratagema negociadora. Aflora una aversión incompatible con una alianza de gobierno duradera. Pedro Sánchez la ha tomado también, sorpresivamente, con el artículo 99 de la Constitución, al que imputa las culpas de que no se formara un gobierno «cuanto antes». Llama la atención su repentina insistencia, cuando hace tres o cuatro años -con el PP como primera fuerza del país- rechazaba toda insinuación sobre la prevalencia del partido con más votos y escaños. La razón de su cambio de criterio parece clara. Mientras las derechas continúen divididas en tres partidos, y mientras las izquierdas alternativas al PSOE sigan 'devolviendo' a éste los votos que les 'prestó' en 2015, los socialistas tendrán todas las posibilidades de ser la primera fuerza tanto a nivel nacional como en la mayoría de comunidades autónomas y municipios. Pero lo extraño es la obstinación pública de Pedro Sánchez en promover el cambio constitucional; hasta el punto de dar comienzo a su discurso de investidura tentando al PP para que secunde una fórmula presidencialista en una democracia parlamentaria. Ello mientras rehusaba dirigirse a Unidas Podemos para pedirle sus 42 votos, justo en sentido contrario. Otro de los enigmas es el veto a Pablo Iglesias. Un veto inexplicado, en tanto que Sánchez en ningún momento ha argumentado las razones de su exigencia, limitándose a insinuaciones genéricas sobre la inconveniente presencia del líder de Unidas Podemos en el Consejo de Ministros. De manera que la explicación la ha dado el propio Iglesias con su renuncia; con el consiguiente resquemor por el agravio que supone la exclusión institucional de un dirigente político sin que medie una causa judicial. Lo que podría agravar el mal que Sánchez trataría de evitar: la gestación de dos gobiernos en uno. Porque no será mejor que Unidas Podemos acabe estando, a la vez, con Montero en el Gobierno y con Iglesias en la oposición. Aunque, en una profecía autocumplida, Sánchez podría jactarse finalmente de haber acertado con sus reservas, y dé por terminado el ensayo a poco de empezar la legislatura.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.