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Cuando el recuento definitivo de las elecciones autonómicas del 25-S de 2016 rebajó en un escaño los 29 que le había asignado al PNV el escrutinio provisional, no se creyó que la pérdida de la mayoría absoluta que tal rebaja suponía para la coalición ... gubernamental iría a tener el efecto de inestabilidad que hoy se constata en la política vasca. Se confió en que la combinación entre versatilidad jeltzale en la fabricación de acuerdos y debilidad del Gobierno Rajoy, unida a la incompatibilidad ideológica de los partidos de la oposición en el Parlamento, contribuiría a facilitar la geometría variable con que el lehendakari se disponía a conducir la legislatura. Así fue. La ayuda que el PNV prestó a Rajoy para el Presupuesto de 2017, aparte de los suculentos beneficios económicos y financieros que supuso para nuestra Comunidad, acabó por asegurar el apoyo de los populares vascos en la Cámara de Gasteiz.
Las cosas discurrieron tranquilas por un tiempo. La fragilidad parlamentaria del Gobierno Urkullu se convirtió, por contraste con lo que a la sazón venía ocurriendo en la política española, en el oasis del que en Euskadi tanta gala hemos hecho. Todo se fue, sin embargo, al traste cuando, atrapado en una circunstancia de difícil manejo, el PNV se vio poco menos que forzado a dejar caer a Rajoy y aupar a Sánchez en la moción de censura de mayo-junio de 2018. Tomado el cambio de postura como una deslealtad, si no auténtica traición, los populares vascos respondieron con la retirada de su apoyo. Y así, incapacitado para aprobar los Presupuestos de 2019, arriesgado a encontrarse en la misma situación para los de 2020, forzado a trapichear con otros proyectos parlamentarios y obligado a aceptar la dimisión de uno de sus consejeros, el lehendakari comenzó a imaginar el calvario que se le avecinaba en lo que quedaba de legislatura. La tranquilidad mutó en zozobra, y el consejero Erkoreka optó por abrir la duda sobre el adelanto electoral y echar a rodar la bola de nieve que ninguna declaración en contrario, por autorizada que fuere, será ya capaz de detener.
Todo parecía programado. La duda, en vez de crear incertidumbre, hacía de la necesidad virtud y abría la esperanza de cambiar la actual inestabilidad gubernamental por un Ejecutivo fuerte y eficaz. El elector estaba ya enterado de que la perspectiva para los partidos de la actual coalición, que tiene, sin duda, vocación de perpetuarse, era mejor que buena. Por si cupiere alguna duda, la sucesión de elecciones generales, europeas, municipales y forales en el lapso de dos meses confirmaría el cuadro de las preferencias populares. Sobre esa base, la decisión de adelantar las elecciones al otoño, con la esperanza fundada de reconstruir la actual coalición gubernamental sobre fundamentos más sólidos, venía a ser, en sí misma, un avance de la campaña electoral. En la coyuntura de desorden y confusión en que se halla la política española, la promesa de orden y claridad se convierte en el punto más fuerte de cualquier programa. Para colmo, se cerraría dentro de este mismo año un prolongado y cansado ciclo electoral que dejaría expedito un amplio período de tiempo sin interrupciones.
Pero -¡ay!- este razonamiento, tan lógico y sensato, podría verse trastocado y venirse abajo como un castillo de naipes, si las elecciones generales del 28-A dieran paso, en vez de a un Gobierno, a la repetición de otras en otoño, que coincidirían con las hipotéticas vascas. No es improbable. A la previsible fragmentación parlamentaria, de por sí difícil de cohesionar en acuerdos sólidos de gobierno, se le suman dos serios obstáculos adicionales. De un lado, la extrema polarización que se ha creado, con el anuncio de cordones sanitarios que impiden acuerdos interpartidistas, hace prever un 'Parlamento colgado', incapaz de formar gobiernos. De otro, la obstinación de los partidos secesionistas en sus reivindicaciones de máximos podría hacer inviable incluso la precaria amalgama de partidos que ha hecho fracasar la actual legislatura. Ante tal perspectiva, en vez de esperar al otoño, podría ser mejor sumar nuestras autonómicas a ese conjunto electoral del 26-M y proceder a seguir después a nuestro aire sin depender de lo que ocurra en España tras las elecciones generales del 28-A. Lo que más le gustaría al PSE y no tanto al PNV. La bola de nieve dejaría, al menos, de engordar con riesgo de convertirse en alud. 'Audentes fortuna iuvat'.
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