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Tras las últimas adhesiones que se han sumado al proyecto de Presupuestos, sabemos ya que los de Montoro abandonarán, por fin, el desmesurado plazo de vigencia que han mantenido, hasta el punto de rebasar una coyuntura política y económica que los habían dejado obsoletos. La ... noticia es, sin duda, motivo de felicitación, si bien la opinión pública ha de dársela a ciegas, pues, al habérsele escamoteado sus contenidos tanto por parte de lo política como de los medios, ha tenido que entretenerse contando, en un prolongado suspense, el goteo de adhesiones y rechazos que las Cuentas han ido cosechando durante las últimas semanas. Con la revelación de las posiciones de PNV, EH Bildu y ERC, para bien, y de C's, para mal, ya sólo quedan por conocer las de los restantes grupos que engordarán o adelgazarán, sin determinarlo, el resultado final del proceso. Y, puesto que el de las adhesiones y rechazos es el único dato que la atención política y mediática ha destacado, a él habrá de prestarse también la de estas líneas, que se alimentan, quiéranlo o no, de lo que aquella les pone ante los ojos.
El proceso que nos ha traído a este desenlace, así como las intenciones que en él se han revelado, no han sido en verdad ni edificantes ni esperanzadoras. Diríase que los PGE era lo que menos importaba y, más que las partidas, se dirimían asuntos como la inclusión o la exclusión de los partidos que las apoyaran o rechazaran, junto con la orientación que la política habría de adoptar una vez que se configuraran las alianzas. Se votaba, en definitiva, más en contra de alguien que a favor de algo. Así, UP ha puesto todo su empeño, que no ha sido poco, en agrandar, con la adhesión de ERC y EH Bildu, el bloque de investidura, sumando ambas fuerzas a su política de exclusión de C's, hasta que este se ha visto obligado a –o ha aprovechado la ocasión para– represaliarlos con la misma moneda. La polarización que desde siempre ha propugnado el partido de Iglesias, como si fuera un seguro de supervivencia, se ha impuesto a cualquier atisbo de transversalidad. La apuesta, ganada en este primer envite, mira, en efecto, más allá de los Presupuestos y persigue el objetivo último de afincar en el tiempo, y en la mente de la ciudadanía, la inevitabilidad de este tipo de una coalición y la remisión 'ad calendas graecas' de todo intento de alternancia.
Junto con los compañeros de aventura cuentan también, como decíamos, sus objetivos y su deseada orientación políticos. No ha de extrañar, por ello, que los partidos del bloque hayan ido desgranando cuál es el proyecto último que persiguen, utilizando los Presupuestos como mera palanca. Ya el fautor de la alianza había proclamado que, con los acuerdos, estaba introduciendo a los nuevos en «la dirección del Estado», para facilitar, se supone, el logro de su ansiada «república plurinacional» basada en el derecho de autodeterminación. Sabido de todos, por haberlo oído tantas veces repetido, lo que ERC persigue, sólo faltaba que el tercero en discordia, EH Bildu, explicitara su propósito. ¡Qué más querían estos que se les diera la oportunidad! Lo que el secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, había puesto en negativo con su «vamos a Madrid a tumbar definitivamente ese régimen» lo traducía días después en positivo el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, proclamando que el apoyo a los Presupuestos era un paso hacia el objetivo de «democratizar el Estado» y «construir la república vasca». ¡Admirable hermanamiento entre solidaridad internacionalista y cuidado de la propia casa!
Se ha echado de menos en este concurso de grandilocuencias y baladronadas la voz de quien, siendo el líder, ha optado hasta ahora por dar la callada por respuesta. Cabría pensar, siendo benévolos, que ha supeditado a la consecución del objetivo principal –la aprobación de los Presupuestos– la explicación y defensa de su propia postura, aun sabiendo que su paciente silencio habría de costarle incomprensiones y críticas incluso entre los más próximos. Se produciría ahora, o cuando se aprueben definitivamente las Cuentas, el punto de inflexión en el que comenzaría a ejercer la autoridad que le ha otorgado la ciudadanía y a poner orden en el gallinero en que amenaza con convertirse su reforzada alianza. Si así no fuere, el silencio por más tiempo prolongado sólo podría entenderse como humillante sumisión u ominoso asentimiento. La inquietud se agudizaría entonces en casa y se extendería también de puertas afuera.
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