Realismo o gesticulación
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Urkullu y Torra reflejan dos modelos diferentes que libran un pulso en el nacionalismo a la hora de buscar salidas al conflicto territorialDos ritmos, dos rumbos distintos. Quim Torra avaló ayer la iniciativa de consulta de Gure Esku Dago –que era el objetivo fundamental– pero reflejó ayer ... la división que aflora en el mundo nacionalista y, en particular, los límites de la estrategia rupturista de Carles Puigdemont. Ha habido, claro, formas amables y buenas palabras. Incluso cierta coincidencia en el diagnóstico sobre el agotamiento del Estado autonómico y las bondades del derecho de autodeterminación. Pero no sobre la terapia. La visita evidenció la imposibilidad de una estrategia común entre los nacionalistas vascos y catalanes.
El acto de Torra en el Kursaal ha supuesto una gran inyección de propaganda para los promotores de las consultas este domingo. Gure Esku Dago reproduce el movimiento que en Cataluña prendió hace algunos años en torno a la ANC y a Òmnium Cultural, que ha llevado a los partidos a verse desplazados, y que empujó a las clases medias a radicalizarse a gran velocidad. En el fondo, en la dirección jeltzale se ve con mucho recelo este movimiento, en el que la izquierda abertzale se mueve con bastante comodidad, como se comprobó ayer. En la mayoría del PNV conviven la cercanía emocional con la distancia política con lo que está pasando en Cataluña.
Torra sigue embarcado en un juego para forzar la ruptura, intentando colocar contra las cuerdas al Estado español, rechazando la oferta de nuevo Estatuto de Pedro Sánchez al entender que responde a una «pantalla» del pasado. O derecho de autodeterminación y libertad de los presos o no hay negociación posible con Sánchez. O todo o nada, el empecinamiento maximalista que llevó a los catalanes a quedarse sin república y sin autonomía casi al mismo tiempo. La sensación de empate infinito es poderosa, mientras los duros de ambos polos siguen echando leña al fuego. El centro-derecha, envuelto en banderas españolas, con soflamas para suspender la autonomía y prohibir los lazos amarillos. Y los radicales del secesionismo acusando a Torra de tibio autonomista, forzándole a sobreactuar desde el infantilismo y a rechazar una 'tercera vía' sin tener en cuenta que en política lo primero que hay que hacer es asumir la relación de fuerzas.
En este escenario, Urkullu y el Torra evidenciaron ayer que trabajan en frecuencias muy distintas. El lehendakari apuesta por un camino posibilista de ensanchamiento de los consensos que sea viable con la legalidad y evite a toda costa la división social y la frustración. Considera que la apuesta por un Estado plurinacional puede ser una oportunidad. A su vez, el president se mantiene invariable en su alegato a favor de una nueva república, con una retórica inflamada –en parte un discurso de deslegitimación del Estado que siempre ha defendido la izquierda abertzale– en vísperas de un juicio de altísimo voltaje emocional. Los dos modelos reflejan, en la forma y en el fondo, dos maneras diferentes de encauzar el conflicto territorial que marcarán el debate de los próximos años a la hora de buscar una salida política a este desastre. O realismo o gesticulación.
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