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Los escritos de acusación que ya pesan sobre los dieciocho encausados por el Tribunal Supremo en relación al 1-O dieron inicio ayer a la definitiva cuenta atrás de su respectiva suerte judicial, del próximo desenlace en la política catalana y en especial en el independentismo, y de los consecuentes reajustes en el panorama político español. El juicio que viene se adivina, en muchos sentidos, como el juicio final. Las imputaciones son tan graves, y las solicitudes de pena tan definitivas, que parece imposible que salga nada bueno de todo ese entuerto. Habrá quien considere que esta vez sí. Que esta vez el independentismo ha quedado noqueado, desactivado, a merced del Supremo y de la Audiencia Nacional, con Trapero sumándose a la lista del escarmiento, por si faltara algún detalle. Habrá quien lea por encima los escritos de acusación que sitúan a Junqueras fuera de juego entre 12 y 25 años, y los interprete como el encendido de una mecha que hará explotar la indignación de 'Els Segadors' cuando los cinco magistrados del Tribunal se pronuncien mediante sentencia. Y habrá quien crea ver en la discrepancia entre Fiscalía y Abogacía ese punto medio que ha de buscarse como virtud políticamente rentable: ni rebelión ni absolución; sedición agravada con malversación, malversación con desobediencia, o lo que convenga al caso.
La política es eso en que acaban pareciendo las cosas. Especialmente cuando desde la política se cultivan las apariencias, los gestos, las señales. El Gobierno Sánchez parecía necesitado del apoyo independentista a su estabilidad, a sus Presupuestos 2019. De manera que resulta ocioso que la ministra de Justicia insista en la naturaleza técnico-jurídica del escrito de acusación de la Abogacía del Estado. Es inútil el esfuerzo, una vez que en la opinión pública se ha instalado la idea de que Pedro Sánchez implora el apoyo de ERC y del PDeCAT, que dejó a Pablo Iglesias ir de enviado a la cárcel de Lledoners, que por algo citó a nada menos que a Federico Trillo para cuestionar el tipo penal de rebelión. La política es eso, aunque Sánchez no precise del independentismo para continuar al frente del gobierno hasta que se le agote la legislatura. Todo lo contrario, el juicio del procés y los Presupuestos 2019 podrían actuar como meros señuelos. En realidad, podrían conformar la rampa de lanzamiento para una segunda fase en la presidencia de Pedro Sánchez; la que culmine en unas elecciones a las que el líder socialista llegue tras desquiciar políticamente a sus adversarios mediante una prórroga presupuestaria y la rebelión contenida del independentismo catalán. Ha de tenerse en cuenta siempre que una parte de la política discurre por debajo de las apariencias. Recuérdese que Sánchez y Rajoy son los únicos dirigentes que conocen de verdad que el poder puede eternizarse, mientras nadie ose arrebatárselo a quien lo ostenta.
Torra y Aragonés se comprometieron, tras la última crisis en la mayoría parlamentaria independentista a cuenta de los electos suspendidos por el juez Llarena, a continuar juntos en el gobierno de la Generalitat hasta que el Supremo dicte sentencia. Ayer se puso en marcha el reloj, con las acusaciones; y cuando suene la hora, el independentismo se verá en dificultades para seguir unido y sorteando la pregunta que la mayoría de sus seguidores se hacen, especialmente desde el 27 de octubre de 2017. ¿De qué va esto? No hay respuesta, y no la habrá. Más allá del mensaje de sacrificio con que algunos de los encausados se pronunciaron ante su posible destino judicial: no podrán con nosotros. Eso, unido a la advertencia de que la suerte de los presos no debe convertirse en moneda de cambio para condicionar el procés, tiende a sacralizar a los héroes patrióticos. Pero sin que contribuya al arraigo y al avance de la idea de una república propia. El riesgo inminente que corren el independentismo y la Cataluña adherida a la secesión es que acaben entre condenados e instalados en el limbo de su propio ensimismamiento. Que se conviertan en el espantajo perfecto -judicializado además- a cuenta del que midan sus fuerzas PSOE, PP y Ciudadanos, mientras Podemos irrumpe en el escenario con tímidas intermitencias.
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