El revés de la trama
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Los hechos ocurridos esta semana en Barcelona, más que un paso en lo tocante al conflicto, fueron una falsa y precaria prórroga de esta agonizante legislaturaSorprende -a mí, al menos, me sorprende- la coincidencia entre políticos y medios en conceder tanta relevancia política, cada uno desde su perspectiva, a los hechos que han tenido lugar los pasados jueves y viernes en Barcelona. A mí todo me ha parecido una vacua ... comedia revestida de impostada solemnidad. No está siquiera entre lo ridículo y lo patético, por lo que unos se sentirían movidos a la risa y otros al llanto, sino que causa un desasosegante sentimiento de vergüenza ajena. También yo compartía la idea de que tenemos a los gobernantes que nos merecemos. Pero hoy, vistas las cosas que hemos visto en Cataluña, comienzo a pensar que, en lo que se refiere al comportamiento, no nos representan. Somos, como sociedad, mejores que ellos. Y, tras la confesión personal, el análisis de los hechos.
El presidente Sánchez ha repetido en varias ocasiones un pensamiento que me parece acertado. Lo suele expresar en dos versiones: o bien que el problema catalán está en la falta de entendimiento entre catalanes, o bien que no va de independencia, sino de convivencia. Ambas versiones remiten a lo que, a mi entender, es el meollo del asunto. Aquí, en Euskadi, sabemos mucho de eso. Lo primero que deberían hacer, por tanto, los gobernantes catalanes para resolver su problema es promover el diálogo y el acuerdo entre la pluralidad de concepciones y emociones que, en torno a su ser y a su querer, coexisten, sin llegar a convivir, en Cataluña, para luego, y sólo luego, dirigirse al Estado. No lo hacen y, en vez de mantenerla unida, dividen a la sociedad, haciendo falso su propio eslogan de 'un sol poble'.
Ahora bien, pese a repetirlo tantas veces, este pensamiento nunca ha guiado la acción del presidente. Todo lo contrario. No se recuerda ocasión en que, en lugar de a los secesionistas, se haya dirigido a los catalanes. La bilateralidad entre gobiernos ha sido su norma de actuación. Lo que ha ocurrido esta semana es el mejor ejemplo. Aun admitiendo, que no es poco, que la iniciativa de celebrar el Consejo de Ministros en Barcelona se concibiera en origen como un gesto dirigido al conjunto de la sociedad catalana, la deriva que fue sufriendo, desde su anuncio hasta su puesta en práctica, desvirtuó el sentido original. El Consejo de Ministros del viernes 21 se vio reducido, a efectos de imagen y de opinión pública, a una cuestión de orden público, en la que, si algo se escenificó, fue la confrontación popular entre dos países. A su vez, el sentido político de los hechos se había concentrado en el jueves 20, y ahí quedó en la retina del observador, tanto nacional como internacional, la imagen de una cumbre como las que está acostumbrado a ver entre Estados soberanos.
No es esto, con todo, lo peor. En torno al acontecimiento original -la presencia del presidente y del Gobierno en Barcelona- se produjo una conjunción de hechos que desentrañó el verdadero sentido de lo que allí estaba sucediendo. No era, en efecto, lo que parecía. El brusco cese de la huelga de hambre emprendida por los políticos presos a causa del procés y el tímido cambio de postura de PDeCAT y ERC respecto del techo de gasto fueron los principales. Todo vino a indicar que esa repentina bajada de la tensión, lejos de afectar al núcleo del conflicto, reflejaba el interés inmediato de las partes, que consiste en evitar elecciones prematuras y alargar al máximo la legislatura. Durar como deber de todo gobierno, según la portavoz reconvertida en politóloga. La falsa y precaria distensión que se ha creado no es, por tanto, fruto de los encuentros de Barcelona, sino que éstos han servido a sus protagonistas de excusa y tapadera para hacer creer que ocurría lo que no ocurría. Y es que, en lo tocante al conflicto, las espadas siguen en alto; pero, en lo referente al Presupuesto, se ha ganado tiempo. De eso iba, en definitiva, la cosa.
«Un cuento, lleno de ruido y furia, contado por un loco», dijo Shakespeare de la vida humana. Y lo creemos. Este que se ha contado en Barcelona, en cambio, los que más lo han llenado de 'ruido y furia' no se lo han creído. Y me temo que otros muchos, escamados de tanta y tan solemne escenografía, pronto descubrirán cuánto de artificio y falsedad se tramaba entre bambalinas. Si no, la realidad se encargará, a no tardar, de revelárselo. Y no será buena nueva.
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