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La noche del 28 de abril parecía ofrecer a Pedro Sánchez dos opciones para continuar en la presidencia del Gobierno: prorrogar los últimos meses de entendimiento con Pablo Iglesias, o conseguir la neutralización de Ciudadanos para ensayar con un gobierno en minoría. Diez días antes ... del primer intento de investidura, Sánchez cuenta solo con una de esas opciones. Reconciliarse con Iglesias. Pero aunque sus portavoces se esfuercen en resaltar las paulatinas cesiones del presidente en funciones ante Unidas Podemos, resulta imposible destacarlas sobre el rictus de desagrado con que Sánchez y sus portavoces han venido pronunciándose respecto a Iglesias. Porque hasta un acuerdo de cooperación resulta más asimilable para Unidas Podemos que un ejecutivo con injertos «técnicos» a la izquierda del PSOE. Injertos que podrían volverse además agraviantes si Sánchez optara por nombrar a personas recién distanciadas de la oficialidad 'podemita'.
Sánchez se personó en TVE para descartar un gobierno de coalición porque se paralizaría «en sus propias contradicciones internas». Cuestionó la solvencia de un ejecutivo con Unidas Podemos ante la crisis catalana. Y concluyó en que «el método no funciona, porque estamos encallados». Tras pronunciarse en esos términos, lo lógico hubiera sido que el candidato socialista desestimara la alianza hacia su izquierda -nada menos que seis intentos de acercamiento entre Sánchez e Iglesias infructuosos- para aventurarse hacia una 'política de Estado', recabando favores a su derecha. No, no está siendo un problema de método. El problema es de fondo. Ocurre que Pedro Sánchez quiere obtener más rédito político de lo que 123 escaños le permiten, impulsando un programa que trataría de rescatar la socialdemocracia, conminando simultáneamente a su izquierda y a su derecha a que se avengan a facilitarle la tarea.
Resulta significativo que el veto de Albert Rivera al «socialismo de Sánchez» confluya con el veto de este último al «podemismo de Iglesias» en el bloqueo a la investidura; cuando lo que el PSOE parece denostar por unanimidad es algo tan natural como la presencia del líder indiscutido de Unidas Podemos en un eventual gobierno de coalición. Rechazo que, en busca de alguna coherencia, lleva a los socialistas a descartar la propia fórmula de coalición, con el argumento de que juntos no alcanzan la mayoría absoluta. Sin percatarse de que ello pone ante todo en evidencia la exigüidad del peso parlamentario socialista.
Es posible que nos encontremos ante el intento de inauguración de un nuevo presidencialismo, que trascendería las previsiones constitucionales. Pedro Sánchez parece dirigirse a los ciudadanos como se dirigió a las bases socialistas durante las primarias que le devolvieron a la secretaría general del PSOE. Como entonces las federaciones territoriales, hoy los grupos parlamentarios le resultarían contingentes. No tiene claro que le interesen nuevas elecciones. Pero, por instinto, simula jugar a dos barajas. Aunque no cuente realmente con ninguna de ellas. Se le llama la búsqueda 'del relato'. Iglesias se lo ha puesto fácil e imposible a la vez, anunciando que a partir del próximo jueves 'negociará con sus bases', convocadas ayer a secundarle. Ese viejo truco que en esta ocasión revelará la negativa de Unidas Podemos a que Sánchez se erija en la única política de izquierdas posible.
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