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La lucha sin concesiones entre dos dirigentes políticos provenientes de la misma nidada de Esperanza Aguirre genera sensaciones muy diversas, que dibujan círculos concéntricos. La militancia del PP se debate entre posicionarse a favor de uno de los contendientes o desentenderse. Sus votantes de las ... últimas elecciones tienen motivos para sentirse decepcionados y hasta huérfanos. El espectáculo, tan propio de un documental de naturaleza, suscita morbo en el seguimiento de cada compareciente popular. El resto del arco parlamentario se ve de pronto a salvo de la mirada pública, mientras se amplían las expectativas electorales de cada cual. Al tiempo que la inquina acumulada contra los populares se desata a modo de chanzas. Perder el respeto de propios y ajenos es lo peor que le puede ocurrir a un partido con vocación de gobierno. La pugna generará entusiasmos en la Villa y Corte de Madrid, donde más de la mitad de la población puede verse concernida por la disputa entre Ayuso y Casado. Para el resto del país es una historia muy cargante. Con un deje clasista, así describió el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, su disposición: «Igual que una persona bien vestida huye de los charcos y de los barrizales».
El socialismo de Pedro Sánchez tiene el camino despejado para asegurarse la victoria en las próximas generales, y transitar con soltura por las autonómicas y locales previas. El tablero político es limitado, de modo que las pérdidas de una formación se convierten inmediatamente en oportunidades para el resto. La arremetida de Isabel Díaz Ayuso contra Pablo Casado solo puede entenderse a la luz de los resultados electorales de Castilla y León, que no lograron situar al presidente popular en la línea de salida que pretendía. Ayer resultaba patético escuchar al presidente del PP hablar de 'cuando esté en la Moncloa'. Aunque en el fondo Díaz Ayuso reveló una reacción desesperada por transferir el peso de sus propias sombras a su compañero de nidada, que la propuso como candidata a la presidencia de la Comunidad madrileña para sorpresa de quienes no eclosionaron en el mismo ponedero.
El Partido Popular se ha visto reducido al enfrentamiento entre Casado y Ayuso. Las formas empleadas en la contienda y la carga personalista del conflicto han dado alas al supuesto de que los populares no son aptos para asumir responsabilidades de gobierno. La conclusión inmediata es que el PP resulta prescindible. Dado que ha perdido su sitio, no podrá recuperarlo. La izquierda gobernante tiene motivos para sentirse aliviada, por lo menos mientras dure el espectáculo. Lo mismo ocurre con sus aliados. Pero solo una visión extremadamente cortoplacista puede alegrarse de semejante zozobra. No se trata de lanzar una operación para salvar al Partido Popular si no se deja. Pero tampoco convendría celebrar que cinco millones de españoles pudieran quedarse sin el referente que les movió a votar en 2019. Cuando ello concedería cinco millones de votos o más a Vox.
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