Secciones
Servicios
Destacamos
El Supremo ha asistido esta mañana al relato de un imposible. Al testimonio de una frustración cuyas consecuencias penales -la prisión y el enjuiciamiento de buena parte de la cúpula del procés- se están ventilando en las densas jornadas que acoge la sala de vistas ... del Alto Tribunal. Porque el destilado del relato del lehendakari Urkullu del tiempo frenético en el que se sumergió Cataluña entre el verano y los 'hechos de octubre' de 2017 ha sido eso: la historia de una frustración, de un fracaso, de un desengaño. Porque no hubo nada qué hacer, en el instante determinante, para poder abrir una vía de escape a todo el vapor de la caldera a presión que acabó reventando en la declaración unilateral de independencia de los independentistas y en la aplicación por el Estado del artículo 155 de la Constitución. Metódico e institucional, tomándose con más sentido de la gravedad su comparecencia como testigo que algún otro en su misma posición e incluso que algún imputado, las palabras de Urkullu han resguardado, de presidente a presidentes, tanto a Mariano Rajoy como a Carles Puigdemont.
La víspera, Rajoy dio que hablar por sus lagunas sobre las conversaciones mantenidas aquellas jornadas de altísimo voltaje -él, que tiene entre sus capacidades una memoria a prueba de contraste- y por negar que el lehendakari ejerciera de mediador político con los independentistas, y menos sometiendo a debate la soberanía española. Urkullu ha evitado referirse a sí mismo con ese término, el de mediador, y ha optado por autocalificarse de «enlace, intercesor» con el objetivo ya conocido: evitar el abismo de la DUI y de la intervención del autogobierno catalán por la vía de que Puigdemont convocara las elecciones autonómicas. Y ha ofrecido cobertura al expresident huido en Waterloo, pese a ser notorio que sus relaciones se quebraron aquel 27 de octubre, al subrayar que su interlocutot apostaba por el diálogo. Ni Rajoy quería el 155, ni Puigdemont la DUI, ha sintetizado el lehendakari.
Pero el caso es que entre uno y otro la casa no solo quedó sin barrer, sino que se dinamitaron sus cimientos como hogar para la cohesión social de los catalanes y para la convivencia normalizada con España. Resulta elocuente, al respecto, que actores tan determinantes en el desenlace como el diputado de Esquerra Gabriel Rufián -autor del tuit en el que comparaba a Puigdemont con Judas, el traidor por antonomasia- estén quedando exonerados política y socialmente de la responsabilidad capital que ejercieron en el desastre. Queda escrito para la historia que en los tiempos de la nueva política, un tuit puede arruinar un escenario propicio para el acuerdo aunque sea a regañadientes, tenga carácter de urgencia y la ejecutoria última le correspondiera a un Puigdemont que se arredró en el minuto decisivo.
Por si a alguien le quedaba alguna duda, la testifical de Urkullu ha dejado también nítidamente establecido que él no colocará a Euskadi en la senda -en realidad, el callejón sin salida- en la que el secesionismo ha enfilado a Cataluña. Políticamente, el Supremo se ha convertido hoy en el escenario solemne e inesperado en el que el lehendakari de los vascos ha dejado para los anales su compromiso, sí, con el encauzamiento del 'problema catalán', pero también su aversión a emular el comportamiento de sus interlocutores hoy perseguidos por la justicia. Todo en vísperas de dos decisivas citas con las urnas y mientras el polémico nuevo estatus pactado por el PNV y EH Bildu hiberna en la comisión de expertos del Parlamento Vasco.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.