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Si por gusto fuera, no escribiría este artículo. Y no sólo por el embotamiento y la saturación mentales en que a uno le han sumido años de dar vueltas a este sucio asunto del terrorismo, sino, sobre todo, por la vacuidad y la falta de ... sentido de todo lo que ha ocurrido esta semana en torno a la desaparición de ETA, que es a lo que, por servidumbres del oficio, tengo que dedicar estas líneas. Pero me consuela no ser la excepción. Conmigo comparte sentimientos una mayoría de ciudadanos, que cree que lo ocurrido estos días nada ha añadido a lo que ocurrió aquel 20 de octubre de 2011, cuando ETA anunció el final definitivo de «su actividad armada». Allí se produjo el alivio común que no necesitaba de esta escenificación para seguir vivo.
Lo de esta semana -primer comunicado de ETA anunciando su decisión, nota explicativa del primer comunicado, carta a todos los agentes vascos dándoles cuenta del anuncio, declaración final de lo anunciado y, como remate, encuentro internacional en Cambo- no ha sido sino la teatralización que la banda y su comparsa han montado para edulcorar todo lo que en el pasado ha sucedido. A cuento viene la matización que hiciera Marx de la famosa frase hegeliana de que «la Historia se repite dos veces»: la primera como tragedia, la segunda como farsa.
Pero ni Hegel dijo ni Marx matizó que, al repetirse de este modo, la Historia es enormemente cruel, pues ni hace gracia ni siquiera es decente hacer de la tragedia farsa. Y, si el 20 de octubre de 2011 fue el final de la tragedia, esto de la pasada semana no ha sido sino la farsa que trataba de banalizarla y de hacerla ridícula. Triste tragicomedia, pues, y de muy mal gusto, la que han representado, en tres actos, la declaración de Aiete, el desarme de Bayona y este desenlace final de Cambo.
Siendo esto así, causa perplejidad la presencia del presidente del PNV en el acto del viernes. Es difícil de encontrarle sentido, sobre todo cuando se contrasta con la ausencia del lehendakari y su apreciación de que el modo en que ETA ha procedido a su desaparición no cubre los estándares éticos requeridos, por no reconocer el daño injusto causado a todas las víctimas. Ni siquiera dio la impresión de que a Ortuzar le reconocieran los anfitriones la función notarial que él se había atribuido. Pero, aunque especulaciones caben muchas, me limitaré a pensar que no será esta de Cambo-les-Bains la foto que más destaque en el álbum que exhibirá el PNV para transmitir los recuerdos de su presidencia a las futuras generaciones jeltzales. Ya el título del evento -'Encuentro Internacional para avanzar en la resolución del conflicto en el País Vasco'- dejaba asomar un sesgo que quedó desenmascarado en una declaración final que no fue, ni de lejos, la que habría debido esperarse para enmarcar la disolución de una banda terrorista. No habría pasado el filtro del propio Parlamento Vasco.
En realidad, lo de esta semana pasada quedará en los anales como un cúmulo de despropósitos y malentendidos. No se ha tratado propiamente de la disolución de ETA, que queda vergonzantemente disimulada en la cursi frase de que «surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él». Ha ocurrido algo mucho más pretencioso, como es costumbre en los actos de la banda. Así, si el 20 de octubre de 2011 ETA declaró «el cese definitivo de su actividad armada», ahora «da por concluida toda su actividad política». Nos aclara, pues, finalmente ETA cuál era en realidad la función que se había asignado y, para que conste, la explicita de este modo: «no será más un agente que manifieste posiciones políticas, promueva iniciativas o interpele a otros actores».
Según esto, la tan cacareada estrategia político-militar de todo el conglomerado no consistía en un reparto de funciones entre la organización armada y su brazo civil. ETA desempeñaba ambas: la política y la militar, siendo, en consecuencia, la izquierda abertzale mero instrumento ejecutivo de las directrices acordadas por la banda o, por decirlo mejor, el muñeco que simulaba la voz del ventrílocuo. Ahora, la estrategia ha cambiado. Será la izquierda abertzale, rebautizada como «el independentismo de izquierdas», la que asume en solitario las funciones políticas. Pero ni en su despedida se corta ETA, que deja su legado a modo de mandato: «Materializar el derecho a decidir para lograr el reconocimiento nacional será la clave». Lo que no se atreve a mencionar es el fardo que, tras su marcha, deja pesar sobre los hombros del nuevo independentismo y que ella no fue capaz de soportar: el de reconocer y reparar el daño injusto que entre ambos han causado.
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