Tranquilo cierre de un curso intranquilo
Análisis ·
El Gobierno, y más en particular su presidente Sánchez,se encaminan hacia un final de temporada que poco tieneque ver con las turbulencias que han debido atravesarAnálisis ·
El Gobierno, y más en particular su presidente Sánchez,se encaminan hacia un final de temporada que poco tieneque ver con las turbulencias que han debido atravesarSi nada se tuerce, cosa imposible de predecir en este país de sobresaltos, todo indica que el Gobierno se encamina hacia un fin de curso tranquilo y con sensación de los deberes hechos. Pasado el mal trago de las elecciones en la Comunidad de Madrid - ... quién se acuerda de ellas-, la proximidad de las vacaciones estivales, la buena marcha del proceso de vacunación, los esperanzadores datos de evolución de la pandemia y los sólidos indicios de recuperación económica han generado un ambiente tan relajado y benévolo, eufórico casi, que la población estaría dispuesta a acoger con aplausos lo que, hasta hace bien poco y en un clima de hartazgo y pesimismo, le habría merecido abucheos. Pero no todo ha de achacarse a fenómenos naturales y causas ambientales. También han intervenido en el cambio de humor ciertas decisiones inesperadas y hasta sorprendentes, que han venido a confirmar esa especie de 'barakah' que acude en auxilio del presidente cuando peor se le ponen las cosas.
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De ellas, la victoria de su candidato en las primarias andaluzas sobre quien había devenido su principal contrincante sería la menos importante. Más influencia han tenido, sin duda, las que afectan a los dos problemas que, provocado uno por propia decisión y debido otro a la mera contingencia, más dolores de cabeza le estaban causando. Me refiero a los indultos de los condenados del procés y a la superación de la crisis socioeconómica causada por la pandemia. En ambos casos, Dios le ha venido a visitar en el momento más oportuno y activado la 'barakah' con que lo mantiene protegido.
En el asunto de los indultos, una serie de decisiones más o menos significativas, pero coadyuvantes, ha venido a conjurarse en favor del mismo objetivo. La primera fue la carta hecha pública hace unos días por Oriol Junqueras, que, pactada o espontánea, sincera o taimada, contribuyó a distender y enrarecer el ambiente que tan tenso y denso se había puesto por la nula receptividad mostrada por el secesionismo catalán ante el arriesgado gesto del Gobierno. Y, como si de una espoleta se hubiera tratado, tras la carta se han activado otras decisiones de diverso cariz que han confluido en otorgar aceptabilidad a la decisión gubernamental en los sectores más templados y permeables de la sociedad. El reciente encuentro, fugaz y forzado, pero encuentro al fin, entre el Rey y el presidente de la Generalitat en Barcelona y el apoyo o, cuando menos, la comprensión de las patronales catalana y española, los sindicatos y los obispos de Cataluña cuentan entre las más relevantes. Si no resuelto, el asunto ha perdido virulencia y obliga a mayor templanza y sutileza en su tratamiento.
En el segundo frente, la aparición, como por ensalmo, de la presidenta de la Comisión Europea a fin de anunciar en persona la aprobación con sobresaliente de la propuesta española para el plan de recuperación y el libramiento inmediato de una partida de 9.000 millones de euros, aparte de acaparar la atención de la opinión pública y publicada, ha insuflado aires de buen hacer en el decaído ánimo del Gobierno. Poco importa que el resto de las ayudas prometidas haya quedado a expensas de acometer reformas tan complejas como las del mercado laboral y las pensiones. Lo que importa es que el presidente podrá cerrar el curso político compareciendo en el Congreso con un logro tan beneficioso e incuestionable, que opacará el simultáneo debate sobre unos indultos cuyo rechazo, tras lo antes aludido, merecerá argumentos menos groseros y mejor articulados que los hasta el momento esgrimidos.
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Y es que en la deficiente calidad de la acción opositora es donde encuentran el Gobierno y, más en particular, su presidente el más eficaz aliado. Sánchez podría repetir hoy la baladronada que Donald Trump pronunció al abrir su campaña de primarias en el Estado de Iowa en febrero de 2016: «Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a la gente, y no perdería un voto». En efecto, mientras la oposición continúe actuando con la misma zafiedad y falta de tino con que ha actuado hasta ahora, Sánchez podrá permitirse el lujo de multiplicar los actos de frivolidad y oportunismo que practica y le sobrará, para mantenerse en el poder, la ayuda que puedan regalarle patronales, sindicatos y conferencias episcopales o las manos que puedan echarle todas las Von der Leyen que ocupen la presidencia de la Comisión Europea en las próximas décadas. Hasta de la 'barakah' podría prescindir.
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