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No sabemos todavía hacia dónde se dirige, pero no hay duda de que, desde que la Transición cumplió los 25 años que completan la edad de una generación, la política española está protagonizando una nueva transición, de momento con minúscula. La iniciaron a la vez, ... mediada la primera década del milenio, UPyD y Ciudadanos. Ambos tenían en común un cierto espíritu regeneracionista, así como una actitud crítica frente al desorden territorial que venía supuestamente produciéndose.
En la segunda hizo su aparición, a raíz del movimiento 15-M, Podemos, que, tras su unión con Izquierda Unida, ha dado en adoptar la denominación de Unidas Podemos. De planteamientos opuestos, coincide con los anteriores en el espíritu regeneracionista y en la radicalidad de sus postulados, si bien los sazona con una pizca de populismo. Los tres plantean un desafío al sistema «del bipartidismo». Avanzada ya esta segunda década se ha sumado a los anteriores Vox, tradicionalista, nostálgico y revisionista, emparentado con fuerzas de extrema derecha que pululan por Europa. Los cuatro profesan devoción verbal a la Transición, aunque, de hecho, se distancian de ella, si no la aborrecen.
Su impacto en la política española ha sido considerable. Desde el punto de vista cuantitativo, han hecho estragos en sus respectivos partidos afines. Desde el doctrinal, los han contaminado, llenado de inseguridades y hecho bascular entre la atracción y el rechazo. Y, desde el práctico, los han amenazado en sus posiciones hegemónicas. Han trastocado así el sistema establecido de pactos y alianzas.
Curiosamente, tras una corta pujanza inicial, también han coincidido, de momento los tres primeros, en un rápido decaimiento. Padecen de extrema volatilidad. UPyD está hoy extinguido. Ciudadanos acaba de sufrir una debacle que anuncia pronta añoranza. Y Unidas Podemos, de haber aspirado a la hegemonía de la izquierda, se desmorona, merma y mendiga pactos de supervivencia. Vox no ha tenido aún tiempo de escribir su historia.
Aquella Transición, la de mayúscula, tenía un destino. La meta, si no el camino, estaba marcada de antemano. De la dictadura a la democracia era el recorrido. Esta de ahora, que aún escribimos en minúscula, no sabemos adónde va. Ni siquiera sabemos si lo sabe ella.
De momento, sólo podemos juzgarlas por los efectos que aquélla causó y ésta comienza a causar. Aquélla recorrió un camino que nos llevó del enfrentamiento a la concordia. Fue, por así decirlo, un viaje de la periferia al centro. Ésta parece seguir el sentido contrario. Vacía el centro y atesta los extremos. Y en su caminar erige bloques como para impedir la vuelta atrás, mientras se nutre de polarización. Aquélla fue de unos con otros; ésta, de unos contra otros. No se sabe, en consecuencia, si avanzamos o retrocedemos.
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