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El cólera morbo
PASADO Y PRESENTE

El cólera morbo

1834... En el barrio de San Martín se habilitó una casa de coléricos para las personas afectadas por la epidemia de cólera morbo. La adquisición de vacunas por millones hace que la sociedad se considere preparada para cualquier emergencia. ... 2006

JAVIER SADA

Domingo, 12 de noviembre 2006, 02:42

«Por orden y a expensas de la Diputación de esta provincia de Guipúzcoa, Junta Superior de Sanidad de la misma», el mes de noviembre de 1834 se publicó en la imprenta de Ignacio Ramón Baroja una «Memoria sobre el cólera morbo, según se ha observado en la ciudad de San Sebastián» los meses de septiembre y octubre de dicho año, siguiendo las observaciones dictadas por «todos los profesores de medicina residentes en la misma» que eran Eugenio Francisco Arruti, Baltasar Torres, Martín Antonio Argaya, Juan Francisco Goizueta y Mariano García Huerta.

En San Sebastián la epidemia no fue tan grave como en otras poblaciones debido a que, dando por descontada la protección divina en la desaparición del mal, colaboró «la buena disposición local de la ciudad a una con su extremado aseo, lo nuevo y cómodo de sus edificios... y las acertadas providencias de las autoridades».

La epidemia comenzó el año 1817 en Indostán. De Calcuta llegó a Polonia con el ejército ruso y recorrió la mayor parte del mundo antes de llegar a San Sebastián, donde se encontró con una población de 7.000 habitantes de los que un tercio eran militares y forasteros. La principal arma que tuvieron los donostiarras para combatir la enfermedad fue su ventilación desde todos los puntos, pues las murallas tan sólo atemperaban la fortaleza de los vientos, y el estar situada en un arenal a nivel del mar, con anchas calles y casas correctamente alineadas sin chabolas ni barracas en la zona intramural.

El peligro se acentuó, dice la Memoria, en las planicies de Loyola e Igara/Ibaeta. La primera por estar muy poblada y la segunda por sus lagunas y pantanos que impiden la siembra de vegetales, siendo causa permanente de fiebres y rebeldes afecciones. La población rural de San Sebastián alcanzaba las 6.000 personas. El cólera llegó a Madrid el mes de julio extendiéndose rápidamente por Aragón y Castilla la Vieja llegando a Bilbao en pleno agosto, motivando el que se produjera una gran emigración hacia San Sebastián incluso de familias que habían perdido algún ser querido y viajaban con todos sus enseres.

En San Sebastián se presentó el primer caso el 21 de septiembre. «se trataba de la sobrina de un caballero avecindado en esta ciudad que por su destino tenía que rozar mucho con gente de mar y reconocer los efectos y ropas de los pasajeros que llegaban». Aunque la enferma estuvo en situación muy delicada consiguió salvar su vida. El 26 de septiembre enfermó la hija de dicho señor, falleciendo dos días más tarde, y el 1 de octubre la epidemia afectó a su mujer que murió apenas pasadas doce horas desde que se manifestó la enfermedad.

Fue el comienzo de una difícil situación que progresivamente afectó a una panadera, una tabernera, dos hombres que trabajaban en el manejo de ropa desde la fuente pública, y a personas que cuidaban a los enfermos. El cólera, «que había vagado de casería en casería» conducido por viajeros y ropas infectadas y que encontró resistencia en el San Sebastián amurallado, pudo establecerse cómodamente en el barrio de San Martín.

En lugar anexo a la Misericordia existente en dicho barrio, las Hermanas de la Caridad habilitaron el 8 de octubre un pabellón para alojar a los tres primeros enfermos que acudieron a ellas solicitando amparo. Así fue que «La casa de coléricos fue atendida voluntariamente con el valor y caridad que caracteriza a estas señoras», registrándose la primera muerte el día 11.

El número de habitantes de San Martín no llegaba a los ochocientos, «reuniendo todos ellos las mejores condiciones para ser víctimas de la enfermedad» debido a que la concentración de enfermos les convertía en enfermos con muchas posibilidades de serlo.

Aunque el barrio estaba bien orientado al mar «los edificios son malísimos, las barracas indecentes» y en pocos metros se ubicaban el Hospital, el Hospicio, el Cementerio, una fábrica de tenería donde se trabajaban las pieles de los animales y era punto de reunión de cuantos arrieros llegaban a San Sebastián. A los pocos días de abrirse la casa de coléricos ya eran 120 los acogidos, siendo contagiados, entre el personal que atendía la Casa, los dos capellanes, tres médicos, dos cirujanos, cinco enfermeros y siete monjas, llegando a fallecer dieciocho personas.

Aunque las monjas actuaron con toda su mejor voluntad, estuvieron de acuerdo los sanitarios en que su labor más que aliviar la epidemia lo que hizo fue agravarla, pues su trabajo estuvo basado en los deseos de ayudar más que en sus conocimientos médicos. Se consideró negativo el haber reunido a personas infectadas con las que no lo estaban, pues muchos eran simples transeúntes que tan solo buscaban techo en el Asilo.

La Junta de Sanidad «a una con la de Beneficencia» tomaron las riendas del edificio que «siendo uno de los más curiosos y aseados se había convertido en morada de aflicción», trasladando a los sanos al «cómodo y hermoso Monasterio de San Bartolomé» que se encontraba deshabitado. El balance final de la epidemia fue de doce infectados en el interior de lo que conocemos como Parte Vieja, de los cuales sanaron siete y murieron cinco, y sesenta y tres que enfermaron fuera de las murallas, muriendo cuarenta y uno y siendo curados veintidós. De los 63 afectados en la zona rural, cuarenta y ocho pertenecían al barrio de San Martín.

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