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En la parte inferior se aprecia la zona en la que el árbol fue trasmochado hace muchas décadas. [MIKEL FRAILE]
Árboles trasmochos, una lección de historia
AlDia

Árboles trasmochos, una lección de historia

En un bosque de Oiartzun se están probando varias maneras de trasmochar las hayas ante los ojos de unos ingleses maravillados por la pervivencia de este tipo de vegetación

FELIX IBARGUTXI

Viernes, 23 de febrero 2007, 10:27

OIARTZUN. DV. Un haya trasmochada es un vestigio de lo que fueron los hayedos hasta hace cincuenta años: un lugar en el que todos los años, a partir de septiembre, aparecían los leñadores para cortar ramas y preparar la leña para las carboneras. Donde hoy se cruzan los buscadores de setas, entonces sudaban la tinta gorda los basogizonak y carboneros. Lo que muchos vascos no conocen lo saben los naturalistas de otros países, por ejemplo, los ingleses. Un grupo de británicos ha acudido a un hayedo de Oiar-tzun para conocer in situ cómo se podaban aquí los árboles.

Ayer fue una jornada animada en el paraje oiartzuarra de Oieleku, dentro del parque natural de Aiako Harria. La Diputación convocó a los periodistas para presentar a la delegación inglesa que ha acudido al lugar para ser testigos de varios modos de podar -e incluso trasmochar- las hayas.

En Oieleku los árboles están tal como los dejaron los leñadores de hace cincuenta años. Las hayas tienen en su base un perímetro de más de dos metros, y a unos tres metros de altura muestran las huellas del trasmocho: ahí se interrumpe el grosor del tronco para dar paso a varias ramas gruesas y las cicatrices de las ramas que se cortaron hace muchas décadas.

El trasmocheo, aquí, era expeditivo. Se trasmochaban los hayas cuando tenían unos 50 años. Se cortaba la guía principal, y junto a la zona del corte el árbol producía una serie de ramas que luego se cortaban cada quince o veinte años aproximadamente. Esa madera iba destinada, sobre todo, a las carboneras, que se encendían en el mismo bosque. Y ese carbón vegetal era luego empleado en la metalurgia. Otros troncos, de unas medidas y formas específicas, eran transportados para la carpintería naval a los astilleros. Pero todo eso se acabó. Primero se dejó de usar la madera para embarcaciones, luego llegó el declive del carbón vegetal.

Un jubilado de Leitza, Miguel Barriola -tío del pelotari e hijo del caserío Juantzar- comentó ayer cómo trabajaban los leñadores: «Trasmochábamos las hayas cuando tenían unos cincuenta años. Subíamos a más de dos metros con una escalera, y comenzábamos a cortar el tronco con el hacha. No usábamos cuerdas. Empezábamos por sanmigueles, y acabábamos en marzo, antes de que se moviera la savia. Trabajábamos por cuadrillas, pero siempre un leñador en cada árbol, nunca dos. Las hayas se reponían bien; muy pocas veces se secaban, sólo alguno que otro de algún paraje de tierra muy pobre. Luego, con cuñas, la madera se cortaba en trozos de 1,20 metros para las carboneras, y ahí usabamos el hacha y las cuñas. Dejé este oficio cuando tenía treinta años, en 1961. Luego seguí en el caserío, y en 1965 entré en la papelera del pueblo. Ahí me jubilé».

Cuando Miguel daba ayer sus explicaciones en euskera, uno se imaginaba el paraje de Oieleku hace 50 años, poblado de leñadores y con el ruido incesante de los hachazos.

Ayer se vio algo muy diferente. Nada de hachas, sino motosierras, y cuerdas de alpinista. Algunas de las hayas se trasmochaban al estilo vasco, con cortes drásticos casi al comienzo de la rama. En otras hayas trabajaban los leñadores ingleses, aquellos realizando cortes más livianos, actuando sobre todo en las puntas de las ramas. Los ingleses quieren comparar ambas técnicas para luego aplicar la mejor en dos grandes bosques de hayas, situados en dos parques naturales: Burnham Beeches y Epping Forest, ambos gestionados por la Corporación de Londres.

Los ingleses están maravillados: «Estos hayedos que tienen ustedes aquí son un tesoro. En Inglaterra, serían sitio de protección para Natura 2000, por su biodiversidad y por su valor histórico», manifestó la responsable del grupo, Helen Read.

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