
MIKEL G. GURPEGUI
Jueves, 12 de abril 2007, 10:42
Al primer golpe de vista, parece una iglesia. Pero fíjense bien en la imagen que hoy nos regala Fototeca Kutxa. Las balconadas laterales no son sino galerías de celdas. Y lo que en esta fotografía tomada hacia 1920 parece la nave central de un templo no es sino el patio interior de la desaparecida cárcel de Ondarreta.
Publicidad
Alguna vez recorrimos en esta calle de la Memoria la historia de las prisiones donostiarras, que tiene otras muchas fases además de la presidida por la cárcel de Martutene. Hubo cárceles que podríamos considerar sectoriales en el castillo de la Mota, para presos bajo jurisdicción militar, y en la Torre del Consulado, ese bonito edificio del puerto posteriormente ocupado por el Untzi Museoa - Museo Naval.
Existió un establecimiento penitenciario en un lugar indeterminado de los arenales que rodeaban la ciudad. Y hubo otro al pie de Urgull, en el antiguo colegio de los jesuitas, tras la expulsión de la Compañía de Jesús. «Pero los presos estorbaban, aún estando en la cárcel -escribió Félix Elejalde-. Se pensó en alejarlos del centro de la ciudad. Llevándolos a una cárcel modelo en el extremo Nordeste, frente a la playa de Ondarreta».
Recientemente se han cumplido 117 años desde la apertura de la cárcel de Ondarreta. El 31 de marzo de 1890 fueron trasladados los presos que se encontraban en el antiguo colegio de jesuitas a este edificio cuya fachada recordaba ligeramente a la del edificio de la Tabacalera, levantado en la misma época.
Por aquella cárcel pasarían cientos de personas, del nacionalista José Ariztimuño Aitzol al socialista Ramón Rubial. Dentro de aquellos muros en los que penetraba el olor a salitre se vivieron historias terribles, especialmente en la Guerra Civil, pero también hubo tiempo para una vida cotidiana que en las cárceles suele adquirir un ritmo lento.
Publicidad
Hay veteranos de El Antiguo que recuerdan los gritos nocturnos de los centinelas a un compañero que siempre se quedaba dormido. Y quien tiene grabadas las visitas a su padre, preso político, los miércoles, el día reservado para los de la letra G. Dos funcionarios de prisiones atendían con amabilidad a los visitantes.
Ondarreta estaba «demasiado cerca» y la humedad corroía el edificio. En 1948, los reclusos serían trasladados a Martutene y la cárcel de Ondarreta se demolería. Sus cimientos aún asoman entre las arenas.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.