Seguimiento a... Mikel Oyarzabal
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Seguimiento a... Mikel Oyarzabal
El alma de un equipo campeón, pero humanoJugaba la Real con físico y corazón y perdía. Iba intenso a todos los duelos, corría, peleba, le ponía ganas... Y perdía. Hasta que entró en el campo el alma. No confundir con corazón. El corazón bombea como una máquina. El alma implica un ... intangible superior. Una naturaleza que ilumina y da sentido a aquel cuerpo al que pertenece. Campeaba el 0-1 en el marcador en el minuto 62, pero a partir de la salida de don Mikel Oyarzabal Ugarte empezó otro encuentro. El fútbol txuri-urdin empezó a fluir como si hubiera un elemento espiritual nuevo sobre el terreno de juego.
El capitán no tenía físico. Había completado un solo entrenamiento desde el 3 de febrero. Ni su peroné ni su bíceps estaban para disputar una semifinal de Copa. Lo sabía Imanol mejor que nadie. Pero sacó la báscula el oriotarra y pesó: el deteriorado estado físico del '10' por un lado y toneladas de calidad y oficio por otro. Lo vio claro. «Mikel, quítate la sudadera que sales».
La primera vez vio pasar cerca el balón corrió como si de una prueba de velocidad se tratara a presionar al portero. Sabía que no llegaría ni de cerca a arrebatarle aquel balón, pero logró encender el estadio y, de paso, a sus compañeros. Algo empezaba a cambiar el signo del partido.
Al rato, recibió un balón de espaldas y ejerció de '9'. Cubrió el balón y controló –¡milagro!– para entregar de espaldas y que siguiera jugando la Real. Lo que no había pasado hasta entonces. El efecto invisible empezaba a surtir efecto por mucho que la pierna de Oyarzabal siguiera maltrecha.
Llegaron después dos acciones de maestro en los minutos 68 y 71. En la primera, el líder natural de esta generación dibujó un desmarque clásico dentro del área que entendió a la perfección la inteligencia de Merino. Pero en la trayectoria del pase se cruzó un voluntarioso Sheraldo Becker y la jugada no tuvo final feliz. En la segunda, trazó otra línea de pase de delantero experto que supo interpretar Brais para meterle el pase. Era a su pie derecho, el menos bueno, pero cruzó su disparo con alma. ¡Gol! ¡Resurrección! ¡Luz! Empezaba otro partido y si Becker hubiera visto el desmarque al punto de penalti en su internada del minuto 91...
Pero se fue el duelo hasta los penaltis y allí se constató que el alma de la Real es humana. Humana para tomar la responsabilidad de lanzar el primero. Humana para errar. Humana para llorar. Humana para aguantar en pie sobre el verde y aplaudir a la afición cuando el cuerpo le pedía escapar al túnel más oscuro del barrio de Amara. Humano para dar la cara en la primera entrevista de televisión sobre el campo. Chapeau.
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