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La ilusión por jugar en Europa ha quedado por momentos en entredicho esta temporada cuando se han producido incidentes, las calles de San Sebastián han sido tomadas por aficionados de los equipos rivales con ganas de jaleo y un simple partido de fútbol ha condicionado ... nuestro quehacer diario. No es de recibo que un partido de fútbol cierre el acceso más directo desde el centro de San Sebastián a la principal zona hospitalaria de la ciudad, condicione las clases de los centros escolares de Amara, haya niños que no puedan acudir a sus entrenamientos, personas mayores que no se atrevan a ir al partido, se empuje a los comerciantes a bajar la persiana ante la posibilidad de que su establecimiento sea atacado por un aficionado anónimo de paso por la ciudad y los bareros tengan que guardar sus terrazas por lo que pueda pasar. Ha quedado constatado que todavía hay mucho trabajo por hacer para que todos los partidos de la Real sigan siendo una fiesta, sean un simple partido de fútbol, y no un quebradero de cabeza para una ciudad.
Y la responsabilidad empieza en el principal organizador de los partidos: la Real. No es justo poner siempre el foco en la UEFA como culpable de lo negativo. Así que bienvenida sea la iniciativa del club txuri-urdin para tratar de mejorar la convivencia entre aficionados al fútbol y los que no lo son (que los hay y muchos). Tratar de vaciar las plazas Ferrerías y Armerías los días de partido empujando a los aficionados a reunirse en la zona más próxima al estadio, donde no se molesta tanto a los vecinos, solo puede ser positivo. Los vecinos de Amara no tienen por qué encontrarse sus plazas llenas de basura y sus portales y jardines regados de orina cada vez que hay partido. Normal que haya tensión. Eso pasa en San Sebastián. ¿Qué se ha hecho? Poco o nada.
Lo mismo pasa con los radicales. Pensemos en lo que nos viene sucediendo aquí durante este último lustro en el que la Real ha podido jugar competiciones europeas. Cada vez que ha venido a San Sebastián una afición con su grupo de ultras enseguida han aparecido los nuestros, nuestros violentos autóctonos. En el fondo, hay una falta de determinación evidente en todos los clubes para acabar con los violentos. Muy pocos se atreven a coger este toro tan bravo por los cuernos y se limitan a refugiarse en un discurso blandengue y escapista. Cuesta remangarse y meterse en el barro para acabar con esta lacra.
La UEFA no se atreve a expulsar de las competiciones a clubes cuyas hordas de ultras la montan allá donde van y salvo honrosas excepciones, los clubes no se atreven a erradicar a sus violentos. Los gobiernos, por su parte, no se coordinan para que sus policías disfruten de un registro internacional de hinchas peligrosos, como los hay de otros delincuentes, y encima a muchos de ellos les bendicen dándoles pasaportes.
Otra coletilla habitual, también en la Real, es el famoso «no nos representan», ejemplo de cómo confundir el deseo con la realidad. No queremos que nos representen, claro, pero la cuestión es que lo hacen en contra de nuestra voluntad, a la fuerza, simplemente por el hecho de ser ellos también seguidores de la Real.
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