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Ya hay quien dice que la vida es el tiempo que pasa entre cada beso que Mikel Oyarzabal Ugarte da al escudo de su ... camiseta para celebrar un gol con la Real. Y ya son 100 desde el primero, del que se van a cumplir nueve años. El ritual de gestos con los que el capitán exterioriza su explosión de alegría eleva a la enésima potencia la euforia que ya siente la parroquia txuri-urdin cuando su equipo marca, ya que además le cuesta horrores. El '10' cierra los puños, grita, se encara a la grada si es en Anoeta, besa el escudo y, tras ser agasajado por los compañeros que le adoran, vuelve a ponerse de frente a la hinchada para alzar los brazos como si se preparara para alzar el vuelo. A la celebración de su tanto centenario le dio un plus de rabia, de alivio, como si se hubiera quitado una mochila de 100 kilos de la espalda. Lo necesitaba como el ganar.
El gol de Oyarzabal. El '10' sufre como el que más cuando no marca, cuando no aporta, cuando ve que no desborda. Por eso se mata en ese exilio ya permanente de la posición de delantero centro, figura con la que la Real sigue sin atinar en el mercado. Con Mikel la sensación es extraña. En ocasiones desespera, pero al mismo tiempo genera intranquilidad pensar que le puedan cambiar o cuando no está. Porque se mata por el equipo, corriendo en la presión, bajando a recibir y a defender, erosionando la oreja al árbitro, teatralizando un tanto sus reacciones cuando le hacen falta o penalti, encarándose con el rival cuando se ceba con un compañero o con el recogepelotas. Tiene razón Imanol cuando dice que es su prolongación dentro y fuera del campo. La impresión es que sería igual de útil que en el campo en las oficinas cuadrando las cuentas, encofrando la nueva tribuna de prensa o de monitor en el campus de Navidad.
El gol de Oyarzabal. En la Real al capitán se le quiere deportiva y emocionalmente. Este segundo aspecto no se aprecia tanto cuando es jugador de la selección. Por eso quizá no se le ha incluido en el Olimpo de Dioses en el que figuran Marcelino, Torres o Iniesta con sus goles decisivos, que dieron títulos. Si España es de nuevo campeona de Europa en 2024 es gracias al 'txitxarro' del jugador de Eibar. 'Oyarzabal de mi vida', tendría que gritar Camacho. Lo curioso de la imagen es que Mikel fue a agarrarse el escudo para luego besárselo... hasta darse cuenta de que era el de la RFEF y no el de la Real.
El gol de Oyarzabal, que no el de Sadiq. El nigeriano lo necesita incluso más que Mikel. Su bloqueo es alarmante y ha entrado en ese peligroso terreno de la mofa de la afición, del que es muy difícil salir. Yaw Acheampong, Necati Ates o Sandro, entre otros, lo conocieron. Los sedientos de emociones celebran su salida al campo como si jugara como un crack porque saben que va a dar motivos para la diversión, y no precisamente la futbolística. Las risas no habrían sido tales si, en lugar de ir ganando 2-0, la Real hubiera ido 0-2, y en plena necesidad de remontar, el personal hubiese asistido a ese festival de resbalones, fallos en el control y fueras de juego. Flaco favor le hacen alargando esta situación. Necesita una terapia o una redención fuera. Y quizá con confianza, goles y sin la presión añadida y la losa de los 20 kilos más variables, vuelve el que fue en Almería.
Vuelve la Copa. Calma, que es con Imanol. Hacen falta goles, y en este caso de alguien que no sea el capitán, que merece un descansito.
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