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El 9 de marzo de 2024, rachas de viento de hasta 122 kilómetros hora arrancaron de cuajo árboles en Donostia e Irun. El presidente de ... Estados Unidos era otro, más mayor pero en apariencia más cuerdo, que no agitaba los ánimos y los mercados mundiales, no conocíamos localidades valencianas como Paiporta o Benetúser porque no habían sido arrasadas por una DANA o por la inacción de los que deciden y el campeón de Europa era Italia, ya que Oyarzabal todavía no había metido el gol que le dio a España el triunfo en la final. Ese día fue el último en el que la Real remontó un partido. Han pasado 13 meses.
Ninguno de los 15 realistas que saltó al terreno de juego el pasado sábado ante el Mallorca estuvo bien, ni cerca de sus mejores prestaciones. Ni el entrenador, que ni siquiera agotó todos los cambios viendo que no había ni conato de reacción. Hay que aceptar los errores que devinieron en los dos goles. Es fútbol y la tensión es máxima. Cuesta más aceptar la incapacidad de reaccionar y, por lo tanto, de remontar. Por lo menos esta temporada. Es difícil de digerir que no existiera un arreón, dentelladas de orgullo, un cambio de marcha, incluso piques con un rival que te chuleó en casa después de ganarte unos meses antes. Esta Real de Imanol se ha caracterizado por el amor propio, el que le llevó a renacer de sus cenizas tras desplomarse en el confinamiento, a ganar duelos de máxima exigencia hasta con 10 bajas, la que ganó la Copa tras ser aplastada (1-6) por el Barça, la que en la situación de máxima necesidad y en el momento cumbre, derrotó al Valencia y al Betis hace sólo un año.
Es la hora de seguir creyendo porque durante todos estos años la Real sólo ha dado motivos para hacerlo. Quizá no es momento de recrearse en lo que se hizo mal o fatal, en las situaciones evitables que perjudican al equipo, las de los jugadores y las externas, ya que habrá tiempo cuando no haya nada en juego desde junio. Que Oyarzabal se pasara un cuarto de hora discutiendo voz en grito con el asistente con media hora por disputarse, que Zubimendi cayera en las redes de la provocación de Samu Costa para ver una quinta amarilla que le priva de jugar contra el Villarreal o que se pitara más a Sucic, que llevaba la camiseta txuri-urdin, que a Maffeo o al propio Costa, que se habían reído de toda la afición el año anterior, son episodios que, aunque incomprensibles, hay que relegar al olvido. No queda otra que pasar página.
Tras un sábado de autolesiones, todavía hay margen para curar las heridas. La Real, como ha demostrado, es capaz de perder ante el Mallorca y en el futuro ante el Celta en casa, pero también de ganarle al Villarreal en su feudo, y hasta al Real Madrid, como también ha demostrado. Y el séptimo y el octavo clasificados están a dos puntos a falta de 21. Ni el Rayo, ni el Mallorca, ni el Getafe, ni Osasuna, todos ellos ganadores este curso en Anoeta, ni el Celta, que todavía debe visitar el coliseo donostiarra, son mejores equipos que la Real. Y, desde luego, tampoco están para echar cohetes, como se evidencia cada semana. Perdió la escuadra txuri-urdin, pero también los vallecanos, los madrileños y los gallegos. Hay vida extra. Y la Real necesita de todos para volver a Europa, para que toda siga igual que estos maravillosos años.
Han pasado vendavales y han caído chuzos de punta desde marzo de 2024. Va siendo hora de remontar.
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