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Decía Oscar Wilde que el infierno es un lugar donde el cocinero es inglés. La Real, sin embargo, fue a Inglaterra a buscar el cielo. No lo encontró, pero la empresa tuvo todo su sentido porque perseguir un lugar en Europa es la nueva frontera de la institución. El Manchester United, con pragmatismo victoriano, le negó el paso. Los diablos rojos entregaron a la Real el certificado sellado y lacrado donde se lee la vieja ley del fútbol: la puerta no se abre, hay que tirarla abajo. La tarea de una vida.
Inglaterra es un país de tenderos, defendía Margaret Thatcher con orgullo. Su padre tenía una tienda de ultramarinos. La derrota, en un mundo de objetos útiles y de insaciable necesidad de cosas y mercancías, no vale nada. En esa lógica, caer eliminado en Old Trafford es un fracaso. En el libro de cuentas del colmado no hay colores, lo que no es ganancia es pérdida.
Pero al fútbol no se va a por un plato de lentejas (y menos si el cocinero es inglés). Al fútbol se va a temblar de frío y de miedo. Para el realismo es legítimo el arte por el arte, sin más vocación que la belleza. Jugar solo por la gloria, asumiendo el riesgo de ser señalado como decadente por volver a casa sin monedas en el bolsillo.
Los contables niegan, los aficionados sueñan. Cuando crítica y público están divididos, ¿a quién se debe el artista? El artista, siempre, solo se debe a sí mismo, a su arte. Así es como juegan los grandes. Nada tuvo de decadente la Real en Old Trafford, capilla sixtina del fútbol europeo, aunque se quedase corta. Igualó el partido en el nivel que exigió el Manchester United, que fue alto. Fue un dignísimo duelo de octavos de final de competición europea, que se decidió cuando a alguien se le fue la mano.
Oscar Wilde estaba equivocado. El cocinero del infierno no es inglés, es francés. Se llama Benoit Bastien. Se inventó un penalti, se inventó una expulsión y se inventó otro penalti. Tal era el esperpento, que la víctima de este último se acercó al francés y le dijo que no era penalti. No tuvo más remedio que anularlo. Impropio.
Al final, la Real, orgullosa, encajó el tercero y el cuarto y se fue con la cabeza alta de Inglaterra. Las puertas de la gran Europa siguen ahí. Cerradas, pero un día se abrirán. El cielo está ahí arriba y espera a la Real.
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