Aquí se inventó el casete
Crónicas de Europa (II) ·
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Crónicas de Europa (II) ·
La Real visita Eindhoven, la ciudad de la Philips y donde un ingeniero diseñó el artilugio que cambió la industria musical en los años 70 y 80, cuando el PSV triunfabaNo será la Florencia de los Médici, pero la Real no visita hoy cualquier sitio. En Eindhoven se inventaron las cintas de casete, un hito de la cultura popular de los 70 y los 80 del siglo pasado. Como todo en la ciudad, empezando por ... las bombillas y pasando por el PSV, el artefacto fue obra de Philips, que en 1963 puso en el mercado la primera cinta, tras exhibirla en una feria de Berlín. La patentó libre de derechos, con la expectativa de llevarse la parte del león de una comercialización en masa. El éxito fue mundial. El padre de la idea fue Lou Ottens, ingeniero que trabajó toda su vida para la Philips y murió a finales del último invierno a los 94 años.
La escena cultural de Eindhoven no es la del Manchester de los 90 ni la del Hamburgo de los jóvenes Beatles, pero su aportación al negocio musical por la vía de la industria fue brutal (menudencias como la creatividad artística se las dejaron a otros). El casete se fue afinando desde su invención y con la llegada a mediados de los 70 de las cintas vírgenes, donde se podía grabar cualquier cosa con sencillez en casa, se generalizó su uso. Hasta entonces, la música solo se escuchaba en discos de vinilo en el tocadiscos, lo que requería cierto presupuesto. Las cintas abarataron el proceso, permitieron a cualquiera grabar su música y la de otros y, sobre todo, facilitaron el intercambio. Todo se grababa y se compartía en los patios de los colegios, los institutos y las calles. Gratis. Multitud de grupos se dieron a conocer así. Pasando cintas. Movimientos como el punk habrían sido imposibles sin la aparición del casete. Si el señor Ottens llega a saber de los Sex Pistols, quizá habría guardado su invento en el cajón a ver si pasaba la tempestad, pero aquello fue imparable.
La gran explosión llegó un poco más tarde, al inicio de los 80, con la aparición del Walkman, un reproductor portátil de cintas que permitía ir con la música a todas partes. Y todo eso, gracias a un señor de Eindhoven. En el museo de Philips en la ciudad hay múltiples referencias a este invento. Aquella era una época más modesta y los futbolistas no se bajaban del autobús con los auriculares en las orejas, al revés que ahora.
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Eneko P. Carrasco
No se puede olvidar que el casete tuvo un compañero de viaje imprescindible en todo su recorrido: el boli Bic. Se usaba para meter la cinta cuando se salía de la carcasa y, detalle clave, para rebobinar. Se podía hacer con el Walkman, pero devoraba las pilas, así que se metía el boli en uno de los dos orificios y se daban vueltas hasta llevar la cinta al principio. Y los casetes tenían cara A y cara B, sutileza a todas luces incomprensible para la generación digital. Las canciones de la cara B, como sabe cualquier aficionado analógico a la música, no eran solo las que estaban en el otro lado de la A. La cara B era otra cosa. Para entendidos.
Hoy, los jugadores del PSV y de la Real bajarán del autobús con sus cascos gigantescos conectados a cualquier cosa del ciberespacio por Bluetooth, lo que no garantiza que la música sea mejor que la del casete que ponía el chófer del autobús en aquellos años.
Será casualidad, pero desde que el casete entró en decadencia, después de venderse más de 100.000 millones de unidades, el PSV tampoco ha vuelto a brillar en el panorama internacional. Ganó la Copa de Europa de 1988, justo antes de la aparición del compact disc. Que, por cierto, fue otro invento del señor Ottens.
Esto debe de ser Eindhoven. En cada momento, la última innovación tecnológica parece el no va más, pero hoy no queda ni rastro de los casetes ni de los CD. Solo sobrevive el boli Bic. Quizá signifique algo, quizá nada.
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