El gol de la victoria

Corro hacia el banderín de córner de la parte izquierda de nuestro ataque. Quiero lanzar el puño al aire, pero a los mitos no se les toca, Satrus. Fantaseo aún más con celebrarlo al viejo estilo, cuando los compañeros se acercaban al goleador y le estrechaban la mano, con sobriedad y elegancia. Nada más. Pero veo venir sobre mí a diez tipos con los ojos fuera de las órbitas y a otros tantos corriendo por la banda y no creo que esta gente esté para sutilezas de gentlemen. Así que me dejo atrapar y aplastar contra el suelo. Huele a verano la hierba en Sevilla.

Imanol, me tienes que poner. Te juro que he soñado doscientas veces que me llega ese balón en la final y no lo he fallado nunca. El sábado lo meto otra vez, seguro. No hace falta que sea de titular, un rato al final. Con 0-0. Eso lo arreglo yo. Todos los días lo sueño. Illarra se sabe la jugada de memoria. No puede fallar el pase, lo pone justo donde quiero y como quiero y yo la meto. Tac. Primer toque. Tac. Mi juego baja mucho cuando hay que dar dos. Tac, y Simón que no sabe por dónde le ha pasado el balón. A tu izquierda, pero te da igual. Te han caído doscientos goles iguales y el sábado tampoco la vas a parar.

Llevo toda la vida soñando con jugar en la Real. Por supuesto, nunca he jugado ni nunca jugaré en la Real pero eso no tiene la más mínima importancia en comparación con el sueño. Y, puestos a soñar, marco el gol de la victoria. Qué digo gol, golazo. Calienta que sales, oigo decir a Imanol.