Arconada y Oyarzabal charlan de manera distendida en el Reale Arena. El eterno capitán ha dado el relevo a la juventud. lobo altuna
Real Sociedad

¡No pasa nada, tenemos a Arconada... y ahora a Oyarzabal!

RELEVO ·

El eterno capitán alzó el puño en la tanda de penaltis de la final de Copa de 1987 y el emblema de las nuevas generaciones también decidió el título desde los once metros

Álvaro Vicente

San Sebastián

Domingo, 11 de abril 2021, 07:53

Algo que define un penalti es la soledad de sus protagonistas. Tres segundos, quizás algo menos, hacen un héroe y un villano. Es lo que tarda el balón en entrar o no. Hay que decidir antes del lanzamiento. Las estrategias de porteros y delanteros suelen ... coincidir. Los dos tienden a descartar el centro por miedo al ridículo: nadie quiere que le retraten plantado en medio de la portería o viendo cómo el guardameta detiene el lanzamiento sin moverse. Los dos tiran o se vencen mayoritariamente hacia su lado natural, la derecha o la izquierda, según sean diestros o zurdos. Allí es donde son más efectivos. Claro que si todo fuera tan fácil no habría emoción.

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De La Romareda a La Cartuja hay 34 años. Y once metros de distancia. Del eterno capitán Luis Miguel Arconada (San Sebastián, 1954) al emblema y alma de esta Real, Mikel Oyarzabal (Eibar, 1997). Los dos han conocido la fragilidad del cordón que separa y une el éxito del fracaso.

El penalti decisivo que detuvo Arconada a Quique Ramos es el símbolo de un recuerdo imborrable en la final de Copa jugada en La Romareda en 1987. Aquella Copa llegó en la tanda de penaltis en una noche de calor sofocante con media Gipuzkoa en la grada tras una peregrinación por carretera. El de Oyarzabal, en el minuto 62 tras una falta cometida por Iñigo Martínez sobre Portu, en un estadio vacío con toda Gipuzkoa en sus casas por el maldito coronavirus.

«Mi obsesión era ver qué jugadores del Atlético de Madrid eran los que iban a tirar porque yo tenía estudiados a todos», recuerda Arconada. «El primer lanzamiento a cargo de Rubio lo toque, pensaba que lo había parado, pero entró. Da Silva tiró fuera después y el último, el cuarto, lo paré. Ellos tenían varios zurdos y para un portero como yo, cuya pierna buena era la derecha, siempre resulta más complicado».

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Oyarzabal no dudó

La Real Sociedad no falló. Lanzaron Larrañaga, Musti Mujika, Martín Begiristain y Bakero. El Atlético falló uno, el segundo, y Arconada paró el cuarto. Se lanzó abajo, hacia la izquierda, y rechazó el balón. Enseguida se levantó, alzó el puño al cielo. El último en tirar iba a ser Gajate, pero no hizo falta.

En Sevilla, 34 años después, las lágrimas inundaban el rostro del emblema de la Real tras conquistar la Copa en La Cartuja. «Estaba seguro de que iría bien. Teníamos claro que si yo estaba en el campo, me iba a tocar a mí. Yo lo tenía claro y me daba más confianza que los compañeros confiasen en mí», rememora Oyarzabal.

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Si en La Romareda algunos jugadores de la Real se quitaron las botas cuando acabó la prórroga en un claro mensaje a Toshack, de que la fiesta no iba con ellos, en La Cartuja, Oyarzabal no dudó pese a haber errado tres de sus últimos lanzamientos. «Los penaltis son momentos y cosas que se trabajan. No siempre es lotería. Curiosamente ensayé tres penaltis en el último entrenamiento y fallé dos, pero tenía mucha confianza en mí», advierte quien se ha ganado la etiqueta de especialista en los once metros. No fue hasta la Supercopa de enero cuando falló el primero de su carrera tras 16 encadenar aciertos, al detenerlo Ter Stegen.

Mi obsesión era ver qué jugadores del Atlético eran los que iban a tirar porque tenía estudiados a todos»

ARCONADA

Arconada coincide con él en que los penaltis hay que trabajarlos. «Hoy en día, un portero puede recibir de sus entrenadores toda la información masticada de sus rivales, pero en aquella época todo era trabajo personal. Igual que había que preocuparse de los guantes y tacos, en esos tiempos me ocupaba de estudiar no solo los penaltis sino también las faltas, si las tiraban por encima de la barrera, por un lateral… Analizaba y apuntaba todos los penaltis viendo en televisión el programa 'Estudio Estadio'. Apuntaba hasta el último detalle porque no es lo mismo tirar un penalti con 3-0 que con el marcador apretado. Cuanta más presión, el jugador es más propenso normalmente a asegurar su lanzamiento al lado en el que se siente más cómodo. Siempre he defendido que cuanto más se prepara un portero, más suerte tiene. En aquel momento tenía los deberes hechos porque acerté la dirección de todos los lanzamientos del Atlético y mis compañeros que tuvieron que asumir la gran responsabilidad de lanzar los penaltis también hicieron una aportación decisiva al triunfo final».

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Disparo a la zona natural

El penalti de Mikel Oyarzabal en La Cartuja será el más recordado de su carrera y curiosamente será el más diferente de cuantos ha lanzado desde que asumió ser la primera opción del equipo desde los once metros. Hasta la final ante el Athletic el guion siempre era el mismo: carrera, saltito antes de llegar al balón, siempre con la vista en el portero y golpeo. Así uno detrás de otro igual que hacía Xabi Prieto, su profesor. Ni saltito ni reto de western con el guardameta; un tiro firme, seguro y cruzado, al lado natural, y gol.

Oyarzabal chutó a la zona segura de un zurdo como es él, con la parte interna del pie, a media altura, a la izquierda de Unai Simón. Lo contrario de lo que venía haciendo en los últimos tiempos. Oyarzabal buscó la sorpresa, el cambio de lado, y la seguridad influenciado por los errores que había cometido en la semifinal de la Supercopa ante el Barcelona, el partido ante el Levante de Liga y el jugado en Old Trafford. En esos tres penaltis errados, los tres a la derecha del portero, dos se fueron desviados, a la grada vacía, a la altura de la escuadra, y otro lo detuvo abajo Ter Stegen. «Tenía claro lo que tenía que hacer», confiesa el capitán en Sevilla.

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Más similitudes. Arconada y Oyarzabal tuvieron que hacer un esfuerzo extra para mantener la concentración. El primero, desde que acabó la prórroga hasta que empezó la tanda de penaltis. El segundo, desde que se señaló penalti hasta lo que corroboró el VAR. «Ese momento, por mucho que te animen, lo que buscaba era concentrarme lo máximo posible en los penaltis», recuerda Arconada. «Previamente, yo había decidido no tirar. Solo lo había hecho una vez en una eliminatoria de Copa de la Liga ante el Espanyol y el recuerdo que tenía no era del todo positivo pese a marcar. Recuerdo que N'Kono estaba en la portería y no veía más que portero, lo contrario que cuando estás bajo palos. En una final no lo quiero ni imaginar...».

El dorsal 10 y capitán de la Real debió esperar ocho minutos desde que Iñigo derribó a Portu hasta que el árbitro Fernández Estrada confirmó la pena máxima y dejó en amarilla la roja al central del Athletic. El extremo izquierdo estaba a lo suyo, concentrado, en esa larga espera. Sabía lo que tenía que hacer ante un portero que le conoce bien. «Tenía mucha confianza en mí. Estaba tranquilo, todo lo que se puede estar en una final con tanto en juego», confiesa.

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«Los penaltis son momentos y se trabajan. Tenía confianza en lo que tenía que hacer»

Oyarzabal

A partir de ahí, la explosión de júbilo. Arconada lo recuerda como si fuera hoy. «Cuando le paré el penalti a Quique Ramos sólo pensé en no perder los guantes, que eran especiales y me había costado mucho conseguirlos en Alemania. Y también que el delegado federativo, Julián del Amo, se me acercó enseguida para apremiarme a ir lo más rápido posible al palco a recibir y levantar la Copa».

Celebraciones

En Sevilla todavía restaba mucho partido desde ese minuto 62 hasta el 90 más los ocho de prolongación que se hicieron eternos. La Real se defendió bien desde que Oyarzabal marcó el único tanto del partido e Illarramendi terminó levantando el trofeo mientras el eibarrés y el resto de compañeros aguardaba en el podio instalado en el centro del terreno de juego de La Cartuja. «Esto es para todos, para mi familia, para mis amigos, para todos los realzales», insiste Oyarzabal.

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Lo que vino después de ganar la Copa en La Romareda Arconada lo sigue teniendo presente. «La recuerdo con mucho cariño por el buen ambiente que vivimos en Zaragoza con tantos seguidores realistas desplazados. Era nuestra primera final de Copa después de haber llegado a semifinales en temporadas anteriores. Ganar la Copa supuso una alegría inmensa para toda esa generación de futbolistas. No había más que ver nuestras caras en la vuelta de honor al campo».

El autobús pasó por todos los pueblos de nuestro territorio. La gente se agolpaba en los arcenes para aplaudir a los jugadores y técnicos. Así hasta San Sebastián. La Concha era más que nunca un mar azul y blanco. El Covid ha impedido cualquier recibimiento. Los aficionados de la Real han dado un ejemplo de responsabilidad al celebrar la Copa en sus domicilios. Las celebraciones masivas tendrán que esperar pero Oyarzabal ya es leyenda.

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