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álvaro vicente
Martes, 6 de abril 2021, 06:55
El destino le puso delante a Mikel Oyarzabal un desafío: un penalti en la final de Copa. No hace tanto, un par de meses a lo sumo, el jugador y cualquier aficionado de la Real Sociedad celebraba el gol antes de ejecutar el penalti ... porque hasta enero el capitán había transformado todos los penaltis que había intentado, dieciséis, pero tres borrones en los últimos cinco intentos habían puesto en duda su fórmula infalible: carrera, saltito antes de llegar al balón, siempre con la vista en el portero y golpeo. Así uno detrás de otro igual que hacía Xabi Prieto, su profesor.
En La Cartuja, Oyarzabal no fue el mismo de siempre. Modificó su dinámica para marcar. No hubo saltito en la carrera, el capitán bajó la mirada en el momento del golpeo y el balón salió con más potencia de lo que acostumbra.
El resultado ya lo conocen. Oyarzabal chutó a la zona segura de un zurdo como es él, con la parte interna del pie, a media altura, a la izquierda de Unai Simón. Lo contrario de lo que venía haciendo en los últimos tiempos. Oyarzabal buscó la sorpresa, el cambio de lado, y la seguridad influenciado por los errores que había cometido en la semifinal de la Supercopa ante el Barcelona, el partido ante el Levante de Liga y el jugado en Old Trafford. En esos tres penaltis errados, los tres a la derecha del portero, dos se fueron desviados, a la grada vacía, a la altura de la escuadra, y otro lo detuvo abajo Ter Stegen. «Si mañana me toca tirar, lo haría igual», dijo tras la tanda de penaltis de la Supercopa.
En la final de Copa Oyarzabal se refugio en su disparo más seguro y lo casó con los informes que el entrenador de porteros de la Real, Luis Llopis, tiene de Unai Simón. «Los penaltis son momentos y cosas que se trabajan. No siempre es lotería. Tenía claro lo que tenía que hacer y mis compañeros confiaban en mí. Tenía muy claro lo que tenía que hacer», confesó el capitán en Sevilla.
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Esa combinación es la que dio el título a la Real. Un lanzamiento a media altura que descolocó al guardameta del Athletic más dispuesto a buscar su derecha, la izquierda de Oyarzabal, en la que había insistido en el último mes. «Curiosamente ensayé tres penaltis en el último entrenamiento y fallé dos, pero tenía mucha confianza en mí», confesó Oyarzabal a la conclusión del partido.
Pero Oyarzabal no dudó en la final. Hubo que esperar ocho minutos desde que Iñigo derribó a Portu hasta que el árbitro Fernández Estrada confirmó la pena máxima y dejó en amarilla la roja al central del Athletic. Oyarzabal estaba a lo suyo, concentrado, en esa larga espera. Sabía lo que tenía que hacer ante un portero que le conoce bien. Mikel se olvidó de la manera en la que había tirado todos los penaltis anteriores: ni saltito ni reto de western con el guardameta; un tiro firme, seguro y cruzado, al lado natural, y gol.
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