Cuando los jugadores de la Real y el Niza salten hoy al césped del Allianz Riviera, el pueblo niçois cantará a capella el himno no oficial de la ciudad: 'Nissa la bella', en el dialecto nizardo que fue hegemónico y hoy es una reliquia, solo ... se habla francés. En 2003, el Niza introdujo en el estadio esa canción tradicional y todo el mundo se la sabe por el fútbol, pero la expansión de este idioma del que los lingüistas debaten si es más cercano al occitano, al dialecto ligur o al piamontés no va mucho más allá. En 1881, el New York Times escribió que «antes de la anexión francesa, los niçois eran tan italianos como los genoveses y su dialecto era, en todo caso, más cercano al toscano que el duro habla de Génova». En la universidad es una asignatura 'maría' que sirve para conseguir créditos fáciles.
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La huella italiana en la ciudad que hoy visita la Real es evidente. Solo en 1860 pasó a ser Francia. Los documentos oficiales anteriores a esa fecha están escritos en ligur o en italiano y aún hoy abundan los apellidos transalpinos. El alcalde se llama Estrosi. Giuseppe Garibaldi, líder de la unificación italiana, era de Niza. Una de las mejores plazas de la ciudad lleva su nombre y otra se llama Masséna. Las casas del centro histórico son amarillas, ocres y rojas, siguiendo el criterio del consiglio d'ornato del siglo XVI. La plaza Rossetti es el corazón de la vieja Niza, frente a la catedral barroca de Santa Reparata con su cúpula genovesa. Santa Reparata, patrona de Florencia.
Antes que francesa, Niza fue inglesa también. Hacia 1820 empezaron a llegar aristócratas y gentes de dinero desde las Islas y cambiaron la cara de la ciudad. Es coherente que el OGC Niza tenga propiedad británica. Los ingleses adecentaron un camino de cabras que avanzaba junto al mar y acabaría llamándose la Promenade des Anglais. Los palacetes, villas y hoteles que levantaron fueron declarados patrimonio de la Unesco y resumen todas las modernidades de la arquitectura.
'Issa Nissa', se lee en muchas pancartas en el estadio. Aupa Niza. La peña de 'expatriados' sureños en la capital francesa se autodenomina 'Secioun Parigi', no París. Hay una Niza que contempla atardeceres desde las terrazas del Paseo de los Ingleses y otra de las pensiones donde se atrincheran los críticos de cine canallas cuando van al festival de Cannes. Donde en el desayuno un cocinero de Orán, un profesor jubilado de Trieste, un taxista de Belgrado y un traficante de Salónica venido a menos no se miran pero no se quitan el ojo de encima. Allí se habla el idioma del Mediterráneo, que no es español, catalán, francés, italiano, griego ni árabe sino una lengua que nadie conoce pero todos entienden. Niza será italiana pero el nombre se lo pusieron los griegos: Nikaia, la victoriosa.
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Quinta urbe de Francia, tras la fachada art decó ruge una ciudad que ya estaba pasada de moda cuando estaba de moda. En mayo, el alcalde decretó el toque de queda para los menores de 13 años durante todo el verano desde las 23.00 hasta las 6.00 horas. Como en todas las ciudades portuarias, se merodea y el 'Nice-Matin' mantiene las páginas de sucesos.
La verdad es que, como recuerda Santiago Aizarna, a principios del XX Jean Lorrain ya dibujó la Costa Azul: «Todos los chalados del mundo se dan cita aquí... Vienen de Rusia, de América, del África austral. Menudo ramillete de príncipes y princesas, marqueses y duques, verdaderos o falsos. Reyes con hambre y exreinas sin un duro... Los matrimonios prohibidos, las examantes de los emperadores, todo el catálogo disponible de exfavoritas, de crupieres casados con millonarias americanas... Todos, todos están aquí». Pero los tiempos han cambiado. Ya nadie se instala en el Negresco, llena la bañera de champán rosa y se corta las venas.
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«Soy feliz como no lo era desde hace muchos años. Es uno de esos momentos extraños, tan valiosos como breves en los que todo parece ir bien», escribió Scott Fitzgerald en su retiro en la Costa Azul, donde compuso 'Suave es la noche' e imaginó 'El Gran Gatsby', que acaba con un mensaje de apoyo para el timonel Imanol: «Y así seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado».
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