El talento se derrocha

Antes de Mbappé, al principio de todo, fue Rai. El brasileño era el jugador más famoso del mundo, el más brillante, cuando llegó al Parque de los Príncipes en 1993. Líder futbolístico y espiritual de la canarinha de Telé Santana y bicampeón de la Copa Libertadores, aterrizó en París tras desarbolar al Barcelona de Cruyff en la Copa Intercontinental el año anterior tras marcar los dos goles de la victoria (2-1) del Sao Paulo. Además, Rai era hermano del legendario Sócrates, inmenso centrocampista de los años 80 y líder de la 'democracia corinthiana' opositora a las dictaduras militares brasileñas. Un fichaje despampanante el de Rai, que además dio réditos al PSG. Con el brasileño, el club ganó el único trofeo europeo que hasta hoy luce en sus vitrinas: la Recopa de 1996.

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En el palco del Parque de los Príncipes siempre gustaron los brasileños, futbolistas exhuberantes como pañuelos de seda de todos los colores. Fundado en 1970, el PSG firmó a su primer brasileño en 1971. Fue Joel Camargo, componente del equipo campeón del mundo en 1970, aunque suplente. Enseguida le siguieron Valdo y Ricardo. Un brasileño en un equipo de fútbol es como un bolso de Chanel, glamour asegurado.

Desde entonces, la lista no se ha detenido. Valdo, Ricardo, Rai, Leonardo... y el gran Ronaldinho, que aterrizó en 2001. Y Thiago Silva, Néne y Neymar, por el que el PSG pagó 222 millones de euros e iluminó la torre Eiffel. Hoy, Marquinhos es el capitán. Pero no todo son boutiques iguales en la Avenue Montaigne. Por el club han pasado estrellas de otras latitudes, como Weah, Ibrahimovic, Beckham o Messi, sin excluir a consumados estilistas de la alta costura francesa como David Ginola o Dominique Rocheteau, objeto de lujo refinadísmo del Saint-Ètienne del que, por supuesto, el PSG no pudo privarse en 1980.

Ande o no ande, que brille. El talento es para derrocharlo, no para entretenerse con las faenas del día a día. A París se va a despilfarrar. Es una pose estética, que necesita su contrapunto. Por eso, a sus triunfos menores el PSG (ligas y cositas así) siempre ha opuesto clamorosas derrotas contra el Évian o el Montpellier, que quede claro que ganar o perder es una vulgaridad para quien no puede permitirse otra cosa. Los jugadores del PSG también han dejado desplantes de niño caprichoso inolvidables, como aquella vez que arrojaron a sus aficionados el título de Copa de 2015 ganando la final de forma agónica al Auxerre, noveno clasificado de la segunda división en aquel momento, con un pírrico gol de su delantero uruguayo Cavani, naturalmente uno de los futbolistas más caros del momento.

El equipo que hoy se va a encontrar la Real no es más que el PSG de toda la vida, cincuenta años de lujo y excesos. Los dueños qataríes cambiaron el escudo del club para incluir la flor de lis, símbolo clásico de la heráldica de los reyes de Francia. Otro motivo para que París, ciudad muy dada a hacer rodar cabezas coronadas por los adoquines de las plazas, mire con distancia al club. Eso sí, el lujo es caro por algo. El desfile de jugadores que hoy pondrá en liza Luis Enrique vale lo su peso en oro.