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Taquan Dean es un tipo duro de Nueva Jersey, como Frank Sinatra. «Mi madre murió delante de mí a los 6 años. Y el hombre que se suponía que era mi padre estaba en prisión». No es una novela de Philip Roth, sino palabras reales ... de Dean, que acabó conviertiéndose en jugador de baloncesto y hace diez años militó en el Gipuzkoa Basket. Un día le explicó a Raúl Melero en qué consiste el oficio: «Puedo hacer cero de quince en triples, que la siguiente bola pensaré que la voy a meter. No me afecta, la verdad. El tirador tiene que tener una memoria muy corta».
Una lectura complementaria de la victoria de la Real ante el Elche remite a este concepto, el de la memoria como una losa pesada que paraliza. El deporte de élite es la lucha permanente entre las expectativas y los resultados: cuanto mayor sea la distancia, mayor será la frustración aunque, como en el caso del equipo blanquiazul, la situación objetiva sea óptima (puestos de Champions). La eliminación europea y la sensación de que la Real ha desaprovechado ante rivales menores la ocasión de dar el salto definitivo en la Liga han podido atenazar a los jugadores más habituales, como si no pudieran quitarse de la cabeza esas oportunidades perdidas.
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Contra el Elche, la Real había hecho cosas suficientes como para tener el partido más que sentenciado, pero mediada la segunda parte aún campeaba el 1-0 en el marcador. Y el runrún subía del césped. La memoria estaba jugando una mala pasada. Solo Aihen, el único con la cabeza despejada, recordaba a la Real optimista. Tras un intercambio entre dos jugadores con pasado, Sorloth y Oyarzabal, Imanol optó por buscar aire fresco en el fondo del banquillo. Y funcionó.
Salió Ander Guevara por Silva y cambió el ambiente. El partido dejó ese mensaje interesante, que el equipo puede encontrar nuevas fuentes de juego si se libera. Faltaba un cuarto de hora para el final y el partido estaba en riesgo, no por lo que se veía sino por el marcador, un 1-0 siempre es un riesgo. Luego entró Barrenetxea por Illarramendi. Y por primera vez en bastante tiempo el equipo mejoró con los cambios. Con ocho jugadores de Zubieta y el navarro Remiro, las cosas fluyeron con naturalidad.
No sucedió nada extraordinario. La Real es mucho mejor que el Elche y nada de lo que pasó en el tramo final fue raro. El equipo blanquiazul jugó normal, superó a su adversario y cerró el partido. Futbolistas sin el peso de las oportunidades perdidas, sin la presión de la fuerza centrífuga que provocan todas las malas rachas, finiquitaron el duelo con naturalidad.
El tirador no tiene memoria. Coge el balón después de quince triples fallados y está seguro de encestar el decisivo en el momento clave. Y lo mete. Y sabe que ese es el único que cuenta, no los quince fallados. Guevara sustituyó a Silva con la tranquilidad que da la evidencia de que la Real es mejor que el Elche. Jugó con esa serenidad, lo mismo que Barrenetxea, de vuelta a su condición de delantero, sin el peso encima de su paso por el lateral. Y cuando la Real fluyó, finiquitó la victoria sin alardes. Como esos hechos que se caen por su propio peso, justamente la sencillez que había perdido el equipo atenazado por la espiral de decepciones.
Imanol pensó que tenía que abrir las ventanas. Que debe correr el aire, que tiene un banquillo más largo. Quizá la actuación de Aihen, de Barrenetxea y de Guevara no fuera lo sustancial del partido –la crítica coincide en que esta categoría corresponde al papel de Silva–, pero lo cierto es que el final del encuentro tuvo otro aroma, más fresco. Por supuesto, enfrente estaba el Elche, un equipo que solo ha ganado dos partidos en toda la Liga y que tiene menos puntos (13) que la diferencia que le separa de la salvación (14). Que más de 30 puntos separaban a los dos equipos antes del partido. Pero también que la zozobra que esperaba detrás de un hipotético empate era de consideración. Los cambios mejoraron al equipo y le condujeron al segundo gol con la naturalidad que se echaba de menos las últimas semanas de ideas y juego encorsetados.
Capítulo aparte merece el partido de Gorosabel. Estuvo discreto pero volvió a saber sufrir cuando las cosas van mal. Y ese es un asunto clave en el profesionalismo, que no conviene minusvalorar. Ante la Roma, su desempeño técnico fue pobre pero su lectura táctica resultó valiosa, en su duelo psicológico con Spinazzola, el mejor de los italianos. No permitió que el equipo perdiera pie en su flanco débil y al máximo nivel todos los detalles cuentan.
La victoria ante el Elche llegó justo después de las de Betis y Villarreal, que añadían tensión al choque. Nadie va a regalar nada en los doce partidos que quedan y todo suma. También, tener a un grupo de jugadores sin memoria que no sienten ningún peso por los últimos malos resultados y juegan con libertad, convencidos de que la Real es un equipazo y lo normal es que gane.
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