La selección de la Real Sociedad

Fueron parte de las quinielas previas al Mundial y sus nombres rulan ahora en el debate posterior a la eliminación de La Roja, tan ventajista como acertado. Si su participación en Qatar hubiera evitado la decepción del combinado de Luis Enrique o no entra dentro de los interrogantes triviales y demagógicos del envoltorio del fútbol, pero su mera presencia en la discusión vuelve a poner en valor la imponente 'selección' que dentro de su plantilla disfruta la Real Sociedad de Imanol. El míster advirtió que había «más de uno» con el nivel para ser convocado. Lideran la lista Brais Méndez, Mikel Merino y Martin Zubimendi. Estos son sus perfiles.

Es el jugador que más gratamente ha sorprendido al aficionado realista, que ha visto cómo aquel futbolista de buen pie que en el Celta marcó cinco goles e hizo seis asistencias el pasado curso, ya ha anotado ocho dianas y ha servido otros tres tantos en el primer tercio de la presente campaña. El gallego es hoy sinónimo de confianza y autoestima. El talento en el punto de madurez óptimo para dar sus mejores frutos.

Un jugador tan difícil de marcar para el adversario como de catalogar para el teórico. Porque a su natural virtud de asociación suma un instintivo colmillo. Válido para el fútbol combinativo –sobre todo en zona de tres cuartos–, no deja de ser un recurso letal para atacar el área contraria en finalización de jugada. Aúna la zurda exquisita para repartir balones de oro y el olfato depredador para rematarlos en el momento y lugar exactos.

La inteligencia, sumada a sus aptitudes físicas, le otorga el don de la polivalencia para ejercer igualmente de interior como de mediapunta o extremo, siempre escorado a la derecha del ataque y con una tendencia natural a colarse por los pasillos interiores para buscar las cosquillas a la defensa rival. No le quema la pelota, conduce con maestría pero sabe elegir cuándo conviene darla al primer toque. Es el aliado ideal para ahondar en la horizontalidad del juego, si bien su vocación de verticalidad acaba imponiéndose. El clásico compañero al que hay que entregarle la pelota cuando de cambiar el ritmo del partido se trata.

Ni su carácter de jugón, ni su notable aportación numérica le eximen de vestirse el buzo de obrero cuando el balón está en posesión del otro equipo. Tiene interiorizado el concepto del fútbol moderno de la presión agresiva en campo contrario. Modélico en compromiso y disciplina táctica. La corpulencia física no parece su mayor arma a simple vista, pero suple los kilos con la garra y el gen competitivo para llevarse muchos duelos.

Incluso si todo lo anterior fuese falso, aún quedaría una faceta en él que le convierte en un futbolista susceptible de entrar en cualquier once de LaLiga, hasta en el de la selección. El balón parado. Las pone con la dirección y precisión perfectas. Y, por si fuera poco, marca penaltis de alto riesgo, como el de Old Trafford.

Robusto por fuera, sensible por dentro. El navarro es un cualificado ingeniero con las herramientas más sofisticadas para la generación de juego que, sin embargo, ensucia su traje de obrero todos los días. Un 'todocampista' de largo recorrido con un depósito de carburante de dimensiones colosales y al mismo tiempo un fino y talentoso asistente gracias a su prodigiosa zurda y su aguda visión futbolística. Seis goles ha servido ya en liga, siendo líder en solitario en esta estadística.

Su fortaleza a nivel condicional deriva en dos grandes virtudes. La primera: la cantidad de campo que ocupa. Capaz de estrechar con su zancada la llamada 'zona ancha' y de ejercer una presión asfixiante en campo contrario, donde son habituales sus robos altos de balón. Y la segunda: el poderío ganador en los duelos. Con sus 83 kilos, bien distribuidos a lo largo de 189 centímetros, ofrece una alta garantía en los choques, ya sean por alto o por bajo. La estadística revela que se lleva siete de cada diez balones aéreos que disputa. No hay manera de tumbar a esta roca. Ha jugado con un dedo del pie roto durante una larga fase de la temporada 21/22, ha peleado con una brecha en la ceja cerrada a base de puntos de sutura y ha persistido en su misión después de dislocarse el hombro en pleno partido.

Sus asistencias cuando recibe o roba en zona de tres cuartos denotan inspiración de artista. Sirve tanto para acelerar el ritmo del juego (su velocidad de pensamiento es mayor que la de desplazamiento), como para ralentizarlo y mantener la posesión cuando su equipo necesita respirar. No hay mejor compañero a quien entregársela para que la conserve. Imposible quitársela. Protege el balón con maestría.

Pero si ha merecido la denominación de 'mejor jugador de LaLiga' por parte de su entrenador, ha sido por unir a sus características físicas ciertos intangibles. Dos por encima de todos: la competitividad y el compromiso. El don natural de sentir lo que su equipo necesita en cada momento le lleva a achicar balones en área propia cuando el rival bombardea y a llegar al remate en ataque entrando de segunda línea cuando los delanteros amigos se quedan sin pólvora. Emerge allá donde más lo necesitan. Nunca salta del barco. Se llama alma de campeón.

No le verán en el ornamental fútbol de acrobacias. De hecho, no se deja ver demasiado y, sin embargo, está en todas partes. Borda lo más complicado del fútbol: hacer fácil lo difícil. Lo suyo es más la efectividad que el lucimiento, el pase certero que supera líneas, el control académico que asegura la posesión. Juega a ras de suelo con vista de pájaro. Así manda el cuero al espacio desde donde otros pueden hacer daño. Así adivina a dónde lo va a enviar el rival para llegar antes que el destinatario del pase. Así cambia la orientación del juego con un golpeo técnicamente impecable cuando hay atasco en un lado. En intuición y colocación, exhibe una veteranía que aún le queda lejos a sus 23 años.

Aplica el principio de la velocidad a su catálogo de acciones: al recibir rodeado de contrarios y realizar la entrega pertinente, al acudir a la disputa de balones divididos y al leer el desmarque amigo. ¿Para qué prolongar una acción si puede conseguir un mejor efecto con la sutilidad de dos toques? Es la máxima del donostiarra, discreto pero práctico y efectivo.

Su pulmón, por otra parte, es el de todos los compañeros. Reparte oxígeno por el terreno de juego. Acude al auxilio de los suyos en todas las batallas y se lanza a conquistas solitarias a través de kilómetros y kilómetros de carreras. Y como resultado, eureka, como si milagrosamente ocurriera, surge el equilibrio, principio desde donde parte todo lo demás en el fútbol.

Y, por si el apunte fuera convincente, busca el remate con algo más que fe y valentía cada vez que pisa área. Competitivo a muerte.

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