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J.J. FDEZ. BEOBIDE | LOLA HORCAJO
Martes, 10 de enero 2017, 16:54
Nuestro palacio de Miramar es uno de los lugares con más contenido histórico de la ciudad y desgraciadamente no es demasiado conocido. Ocupa precisamente el promontorio donde ya en el siglo XI existía un monasterio de San Sebastián que dio nombre a la población. Este año, el romántico palacio cumplirá 125 años, como lo atestigua la fecha MCCCXCII (1892), tallada en el pórtico bajo el escudo de su propietaria, María Cristina de Habsburgo, que lo inauguraría en 1893, volviendo a veranear en él casi sin interrupción hasta su fallecimiento en 1929.
En 1887 la Reina Regente, recientemente viuda, pasó su primera estancia estival en San Sebastián con sus dos hijas y el rey niño Alfonso XIII. Ocupó la magnífica finca de Aiete, de la duquesa Vda. de Bailén, la donostiarra Dolores Collado. Tan encantada quedó de la ciudad que decidió construirse su propia casa de campo.
San Sebastián luchaba por sobresalir entre las mejores ciudades balnearias de Europa. Si la reina fijaba aquí su corte estival, la prosperidad económica estaría asegurada. La corporación municipal y las fuerzas vivas de la ciudad no dudaron en ofrecerle terrenos para construirle una residencia, pero la reina rechazó cortésmente la propuesta porque no quería ser una carga para los donostiarras.
María Cristina eligió el privilegiado lugar del Pico del Loro, con inmejorables vistas, para construir su Real Casa de Campo. Gastó de su propio patrimonio entre 3 y 4 millones de pesetas, que en su mayor parte redundaron en beneficio local. Trabajaron entre 400 y 500 obreros de diferentes oficios y los materiales empleados fueron en su mayoría del país. Mármoles de Txoritokieta y Markina, piedra sillar arenisca de Igeldo, herrajes de Eibar, carpintería y mobiliario de Orio, de la empresa Mutiozábal y Arín (origen de Arín y Embil). También hubo materiales traídos de Valladolid (ladrillos), de Burgos (la piedra caliza utilizada en el interior) y de Inglaterra (las tejas).
Los planos del edificio, estilo 'cottage inglés' o 'reina Ana', se debieron al prestigioso arquitecto inglés Selden Wornum, quien había construido numerosas mansiones en su país e incluso en Biarritz, donde existen dos ejemplos, Le Domaine de Françon y Les Trois Fontaines. La dirección de la obra la llevó a cabo el arquitecto donostiarra José Goicoa y el contratista fue Benito Olasagasti.
Una casa de campo
Cuando la reina vino a inaugurar su casa de Miramar en 1893 dijo: «No quiero honores. Quiero hacer la vida de familia; tiempo me queda para la vida oficial en Madrid», evitando un recibimiento con excesiva parafernalia. De la misma forma, el que llamamos palacio no fue construido como tal. Se trataba de una cómoda villa de campo, de considerable tamaño por las necesidades de protocolo, pero sin especiales lujos. Allí primaba la vida hogareña con playa, baños y excursiones, sobre la obligada etiqueta de su cargo.
A pesar de este carácter íntimo, por Miramar pasaron personalidades como Eduardo VII de Inglaterra, la reina Amelia de Portugal, el rey de Siam, el príncipe de Mónaco, los reyes de Serbia, Suecia y Bélgica, el heredero de Japón o el presidente de la República Argentina, así como las figuras más renombradas de la música y el canto de la época.
Los donostiarras que visitan en la actualidad las vacías estancias de Miramar poco se pueden hacer una idea de cómo estuvo decorado. Gracias a un álbum fotográfico de 1900 (conservado en Koldo Mitxelena), hemos tenido la oportunidad de conocerlo como muy pocos lo pudieron hacer en su época.
Tras entrar por el porche cubierto y subir una corta escalinata, los visitantes accedían al llamado salón blanco, esperando ser recibidos en el despacho de la reina, situado enfrente. Continuando el pasillo, se pasaba al espacioso hall central que hacía de sala de estar, presidido por una gran chimenea y dando a la soleada galería sur con vistas al parque. De allí se podía pasar al gran salón de recepciones, también llamado sala de música, con salida a la galería cubierta sobre la bahía. Sala de billar, biblioteca con capilla y el gran comedor, con artesonados y altos zócalos de madera, completaban la planta noble. Un largo pasillo conectaba con las cocinas situadas en el edificio de oficios. En el primer piso se encontraban los dormitorios de la familia real, ayas y damas de compañía.
Caballerizas, edificio de oficios y el caserío Illumbe (vivienda de jardineros) completaban las instalaciones, con un magnífico parque de 8 hectáreas, obra póstuma de Pierre Ducasse, fallecido una año antes de su inauguración.
Tras fallecer la reina en 1929, San Sebastián temió por su propio futuro. El otro pilar del veraneo era el casino y lo habían cerrado cinco años antes. Ahora, el palacio heredado por Alfonso XIII y sus sobrinos podía terminar vendiéndose, ya que el rey tenía en Santander el palacio de La Magdalena -este sí, regalo de la ciudad-, al que acudía desde 1913. El Ayuntamiento donostiarra quiso adelantarse y ofreció comprar Miramar para que continuara como residencia real, pero como hizo antes su madre, Alfonso XIII declinó la oferta aduciendo que él mismo se haría cargo del palacio a donde seguiría viniendo. Solo lo pudo cumplir un año, porque en 1931 salió al exilio al proclamarse la República y el palacio fue incautado.
A falta de rey, el palacio podría servir de residencia para el presidente de la República. En 1932 el presidente Alcalá Zamora pasó en Miramar cinco días, pese a sus reticencias a hospedarse en la antigua propiedad real. Tras la Guerra Civil el palacio fue devuelto en 1941 a Alfonso XIII, que acababa de morir en el exilio. El palacio entró en un letargo, sólo alterado por los años (1950-1954) en que se convirtió en colegio-internado para el príncipe Juan Carlos, su hermano Alfonso de Borbón y otros 14 alumnos.
Segregación y venta
La finca heredada por los hijos de Alfonso XIII fue dividida en 1958. A Don Juan le correspondió el palacio y el parque, reducido a 3,4 hectáreas de las 8 que tuvo. Sus hermanos vendieron primero las antiguas caballerizas, donde se construyeron las cinco torres del paseo de los Miqueletes, y luego los terrenos de Pío Baroja, donde se edificaron otros tres bloques de viviendas.
La venta de más de la mitad de la finca alarmó a la ciudadanía, ya que no había impedimento municipal para que sucediera lo mismo con el palacio, teniendo en cuenta que sus terrenos eran muchísimo más atractivos para los constructores. La asociación cultural Francisco Ibero, en 1965, tomó la iniciativa de solicitar a la Dirección General de Bellas Artes el reconocimiento del carácter monumental e histórico del palacio de Miramar. Fue una lucha difícil, pero llegaron a conseguir el apoyo del mismo D. Juan de Borbón. En 1968 se declaraba Monumento Histórico-Artístico, preservándolo de los intereses inmobiliarios.
En 1972, la ciudad compró a D. Juan la propiedad por 102,5 millones de pesetas y se abrieron los jardines de Miramar para uso público. Casi todo el mobiliario permanecía en palacio y, aunque no se incluía en la compra, el Ministerio de Cultura lo adquirió y lo dejó en depósito.
A partir de entonces, el deterioro del edificio fue incrementándose. Luego vinieron las reformas y su desmantelamiento para dedicarlo a nuevos usos como los Cursos de Verano de la UPV y las aulas de Musikene.
El futuro del palacio
El palacio de Miramar y el antiguo Gran Casino (Ayuntamiento) son los dos edificios más representativos de la Belle Époque donostiarra, la época más brillante e influyente de nuestra ciudad y de la que todavía conservamos su impronta. La memoria y preservación de un patrimonio tan importante es un deber y su gestión debe seguir reportando beneficios a la ciudad.
No hay duda de que Miramar es un marco inmejorable para la Universidad de Verano y para la celebración de otros eventos que nos dan notoriedad. Pero tras el traslado de Musikene a su nueva sede, se plantea la oportunidad de nuevos usos. Se oye hablar insistentemente de su posible conversión en hotel... una forma de privatizar su uso, quizás rentable, pero renunciando a un patrimonio cultural imprescindible.
Una reconversión de las ahora vacías aulas para albergar un museo de la Belle Époque haría de Miramar uno de los puntos de mayor interés para donostiarras y visitantes, tanto por su localización como por su significado histórico, ya que mostraría las costumbres, modas, urbanismo e historia de la ciudad balnearia que se desarrolló tras el derribo de las murallas.
Pero esta idea no es nueva. La Comisión Municipal Permanente, presidida por el alcalde José Mª Alcain en sesión celebrada el 18/11/1980, aprobó la «creación de un Museo de la Regencia y de Bellas Artes en el Palacio de Miramar»... «como muestra permanente de un pasado brillante de la ciudad, que sirva en el futuro para presentar una visión completa de aquella época, tan interesante en todos los conceptos». Aquel proyecto quedó en el limbo de las promesas incumplidas. Sería tal vez ahora el momento de llevarlo a cabo, compatibilizándolo con los usos actuales. Sólo hace falta voluntad, imaginación y una correcta gestión sin grandes inversiones.
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A. González Egaña y Javier Bienzobas (Gráficos)
Lucía Palacios | Madrid
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