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Estanislao F. Narbaiza
Miembro de la Comisión de Patrimonio del COAVN delegación Gipuzkoa y arquitecto colaborador del Docomomo Ibérico
Lunes, 30 de septiembre 2024, 06:41
Allí me presenté, en la penumbra de la noche. El edificio se alzaba como un enigma arquitectónico en el corazón de Pasaia, convirtiéndolo en un lienzo donde la memoria y la arquitectura se entrelazaban. Su reconocible y simétrica fachada de color blanco, con dos cuerpos laterales arbitrados por un bloque central de servicios, ocultaba secretos que solo los más audaces se atrevían a explorar.
Mientras lo observaba, traté de leer su historia a través de sus cicatrices. Es sorprendente lo que nos cuenta un edificio si lo observas detenidamente. En la fachada del bloque sur se podían distinguir cuatro plantas de bandejas apiladas formando vacíos y llenos. Aquellos vacíos que en el periodo de auge pesquero (entre los años 50 y 70) habían albergado usos asociados a la actividad portuaria (fundamentalmente secaderos de redes de pesca), hoy en día resultaban ser cristaleras. Durante mucho tiempo me pregunté por qué llamaban La Redería a un edificio lleno de oficinas de pequeñas empresas, talleres de artesanos y artistas y despachos de arquitectura.
Una nueva propietaria, quien recientemente había adquirido dos de los locales del edificio, se puso en contacto conmigo requiriendo mis servicios extrasensoriales. Durante sus largas horas de trabajo creativo, a modo de eco lejano, escuchaba una música que nadie más percibía y que le hacía entrar en un trance que la trasladaba a los días previos a la ampliación del edificio en 1962, momento en el que el bloque norte pasó de tres a cinco plantas, años durante los cuales la actividad en el edificio resultó frenética.
Proyecto edificio BITA (La Redería). Avenida de Euskadi 51-53, Trintxerpe
Autor Fausto Gaiztarro Arana. Arquitecto.
Cronología Fecha del proyecto, 1946. Final de obra, 1947.
Estilo Movimiento Moderno. Incluido en el registro Docomomo Ibérico. El próximo 7 de octubre se colocará una placa en reconocimiento del valor arquitectónico del edificio.
Uso actual. oficinas y servicios de pequeña escala
Según me contaba, al escuchar la música se trasladaba en el tiempo a un edificio desnudo y destinado al secado de redes. Un edificio nacido como nueva propuesta para sustituir el secado habitual de redes en el puerto que exigía utilizar grandes superficies a la vez que entorpecía el resto de labores; por una nueva idea: utilizar la superficie por plantas y en altura aprovechando mucho mejor el espacio existente, a la vez que el propio edificio les daba cobijo protegiéndolas de la lluvia, lo que aceleraba el secado de las redes.
Cuando el trance la trasladaba, veía las redes de pesca, colgadas como telarañas por toda la planta. Le hacía recordar los días en que los pescadores compartían sus sueños y esperanzas en aquel edificio. Por otra parte, no fue esta la única propuesta novedosa del edificio BITA del arquitecto Fausto Gaiztarro. Su localización física, colocado perpendicularmente a lo que es hoy en día la avenida de Euskadi –en contra de lo que parecía indicar la lógica de la época, que era hacerlo paralelamente a la línea de costa– tenía ya desde su planteamiento una vocación urbanística vanguardista que permitió conformar posteriormente la actual plaza de los Gudaris.
Llegaba tarde, pasaban cinco minutos de la hora acordada, así que procedí a entrar en el edificio por el acceso en la fachada central, compuesta por motivos clásicos (simetrías, cornisas y ornamentos) combinados con referencias al mundo náutico claramente representadas por las ventanas de ojo de buey. La sensación de loft neoyorkino al cruzar el umbral me envolvió desde el primer instante. Recorriendo la enorme estructura de hormigón, subí por la escalera que abrazaba los grandes montacargas industriales hasta nuestro punto de encuentro.
Ya allí, no le dedicamos demasiado tiempo a los preliminares y nos pusimos a preparar la sesión. En poco tiempo nos encontrábamos en perfecta alineación lo cual, para mi sorpresa, me permitió escuchar la melodía. Era dulce y aflautada, con un ritmo sincopado pero que resultaba familiar.
De repente, me vi trasladado. La sensación era totalmente real: estábamos los dos en alguna de las plantas del ala sur del edificio. Se distinguían perfectamente las vigas principales y vigas secundarias que soportaban la losa armada que conformaba el edificio. En este lado solo había tres pórticos, a diferencia del ala norte en la que hay cuatro. Los pilares de hormigón en esta parte se retrasaban lo suficiente para liberar la fachada y poder componer una secuencia de franjas de llenos y vacíos representativos del Movimiento Moderno, también llamado racionalismo o estilo internacional (estilo arquitectónico que se desarrolló en todo el mundo aproximadamente entre 1925 y 1965).
Como había descrito mi cliente, nos habíamos trasladado en el tiempo y estábamos rodeados de redes, cajas de pescado, pescadores, mozos y rederas. Aquella actividad no parecía predecir lo que ocurriría años más tarde (en los 80) con el descenso de la actividad pesquera y, sobre todo, con la aparición de las redes de nylon, que ya no necesitarían de aquellos grandes espacios de secado y que transformarían el uso de aquel imponente edificio.
De telón de fondo, un sonido que se producía secuencialmente y que al terminar parecía tener una réplica. Seguimos la pista hasta encontrarnos con una niña que debería ser la hija de alguna trabajadora. Se encontraba sentada entre las redes más próximas a la fachada. Allí, cuando el viento soplaba para secarlas, también producía un leve silbido al atravesar las redes. La niña, que tenía una pequeña flauta, replicaba el sonido que oía, generando la melodía que escuchaba mi cliente en su taller de trabajo.
Por alguna razón, aquella tonadilla atravesaba el tiempo y se le hacía presente, quizá gracias a la especial sensibilidad de la nueva moradora del edificio. Aquella visión quedo impregnada en nuestra mente, y en ese preciso instante, el trance desapareció materializándonos de nuevo en nuestro lugar de reunión. Lo que no desapareció de nuestro recuerdo fue la imagen de la niña en aquel edificio.
Mi cliente no volvió a oír la melodía, pero su tararear quedó siempre en su memoria. Aquel recuerdo había viajado utilizando la arquitectura como recipiente del paso del tiempo, no solo en forma física sino también como vehículo de la memoria de un tiempo, como transporte del valor de lo inmaterial.
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Amaia Núñez
Patricia Rodríguez e Izania Ollo | San Sebastián
José Mari López e Ion M. Taus | San Sebastián
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