Pequeña, cuadrada, de unos quince centímetros y de nácar. Estaba ahí, sola, apoyada en una repisa esperando a que alguien se acercara y la abriera. Esperando a que alguien viera lo que había en su interior o se atreviera incluso a introducir algo en ella. ... La caja estaba ahí, quieta, inmóvil, espectante y a la espera de que la curiosidad o la bondad invadieran a alguien. Y así fue.
Publicidad
Apenas pasaron unos minutos. Primero se acercó una señora de avanzada edad, la observó, la abrió, analizó su contenido y depositó unas monedas. Tras cerrarla, la volvió a dejar en su sitio, en la repisa de una esquina protegida del frío y de la lluvia y donde es habitual ver libros o recuerdos que ya nadie quiere tener en casa pero tampoco se atreve a tirarlos y darlos por perdidos. Minutos más tarde fue un caballero, quien, tras dudar unos instantes, se asomó a ver qué había dentro de la caja. Sin tocar demasiado entiendió el mensaje y sacó de su cartera unas monedas. Cerró la caja y se fue.
Si sigue o no ahí, no lo sé. Pero lo que sí sé es que es la esquina de la solidaridad y que si alguien se la ha llevado, es porque lo necesitaba. Ya saben que dicen que hay cajas, como la de Pandora, que es mejor no abrir pero si ésta la abre alguien que lo necesite, habrá valido la pena. También dicen que la esperanza es lo último que se pierde y en estos tiempos que corren más vale aferrarse a algo.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.