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Ander Gortazar Balerdi
Profesor del Área de Urbanismo de la ETSASS
Domingo, 25 de agosto 2024, 02:00
El patrimonio arquitectónico es uno de los temas que más debate suscita en nuestra ciudad. Sin embargo, estas polémicas giran casi exclusivamente en torno a piezas individuales concretas y suelen fomentar una visión del patrimonio limitada y descontextualizada. La ciudad está compuesta de edificios, pero no solo: el contexto importa. El diagnóstico del nuevo Plan General de San Sebastián define este contexto como «escena urbana», esto es, la superposición de los tejidos, las calles, los espacios y, en general, los paisajes urbanos identitarios de Donostia.
Uno de estos paisajes identitarios es el formado por las calzadas viejas. Estas calzadas son unas grandes desconocidas de San Sebastián: antes de que existiese el Ensanche, cuando aún había murallas, las calzadas viejas ya estaban allí. Algunas de ellas, como el eje Aldapeta-Aiete, se han convertido en vías interurbanas principales. Otras, como Doctor Marañón-Pinu Bidea, están plenamente integradas en el tejido urbano. El ejemplo más interesante se sitúa al este de la ciudad: el eje formado por la calzada vieja de Ategorrieta y la calle Intxaurrondo unía las 'dunas del Chofre' (ahora Gros) con el alto de Miracruz y Pasajes. Desde entonces, la ciudad se desarrolló al este a lo largo de este eje, creando pequeños núcleos que incluían caseríos, villas, casas, fábricas, conventos, iglesias, colegios, plazas e intersecciones. Y un reloj.
Tras la construcción de la carretera Madrid-Irun, la calzada de Ategorrieta-Intxaurrondo pasó a un segundo plano y a ese hecho se debe, seguramente, la pervivencia de unos rasgos morfológicos que las demás calzadas han ido perdiendo. Hablamos principalmente de escala: secciones de calle de entre 6 y 9 metros en algunos tramos, delimitados por pequeños muros de piedra con un fuerte componente vegetal; hileras de edificios en medianera, como la formada por las villas Gure Txoko, Tarlac, Regina y el convento de las Salesas; asentamientos de mayor densidad como la manzana de Toki Alai o el núcleo formado alrededor de los caseríos Intxaurrondo, Arantxuiene y Larrotxene. No es de extrañar, por ello, la cantidad de edificios protegidos por el Peppuc a lo largo de dicho eje (alrededor de 25).
Siglos XVI-XVII Origen de los caseríos Intxaurrondo, Arantxuiene y Larrotxene.
Mediados del siglo XIX construcción de la carretera en sustitución de la antigua calzada (actuales avenidas de Ategorrieta y Alcalde José Elosegi).
Finales del siglo XIX: construcción de las primeras villas (Soroa, Magnolia, Eguzki Soro, etc.).
1924: Plan de Ensanche de Gros-Kursaal-Ategorrieta (Machimbarrena y Díaz Tolosana).
1970-90: expropiación forzosa de terrenos, demolición de varios edificios y construcción de la actual rotonda en Ategorrieta.
2021: aprobación del Peppuc, que protege diversos edificios a lo largo de la calzada vieja.
2024: Aprobación del Plan de Movilidad Urbana Sostenible, que incluye un anteproyecto de reordenación de la rotonda de Ategorrieta.
Sin embargo, la escena urbana que representa la calzada es, a día de hoy, sumamente frágil. A finales del siglo XX, la intersección de la calzada con la carretera se convirtió en una rotonda, rompiendo el eje histórico que constituía la calzada vieja. Se han derribado, además, varios edificios históricos, reemplazándolos con edificaciones retranqueadas que debilitan la morfología urbana original. El retranqueo como síntoma: pequeñas cesiones de acera que rompen una cualidad espacial importante de dicha vía, es decir, el carácter de calle con escala humana. Estos ensanchamientos puntuales de la calle funcionan, en teoría, para mejorar la accesibilidad, pero, en la práctica, consiguen darle al automóvil la centralidad del espacio. Son, a mi juicio, una muestra de la incapacidad de entender el patrimonio de forma contextualizada, más allá de un catálogo de piezas dispersas. Sucedió frente a la villa Asaetxe, donde la alineación del muro se rompió para crear un trozo de acera sin ningún uso, y sucedió al comienzo de la calle Intxaurrondo, donde se reemplazó la antigua alineación de fachada que daba forma a la calle con un murete retranqueado, y alojar así coches aparcados sin que ni siquiera haya árboles intercalados. Así, la sección del eje histórico ha pasado a ser arbitrariamente variable y confusa y, en la práctica, la calidad espacial de esta escena urbana ha empeorado. La identidad de calle o calzada casi se ha perdido.
No es este un ejercicio de nostalgia. Entiendo que la ciudad es un ente vivo y que el paisaje urbano evoluciona y cambia. Tampoco me preocupa en exceso la densificación, si se hace con cuidado. El patrimonio ha de entenderse de forma dinámica y, además de preservarse, ha de poder crearse. Sin embargo, en el caso del patrimonio construido, observo con tristeza una percepción generalizada: la ciudadanía tiene la certeza de que lo nuevo siempre acaba siendo peor que lo preexistente, y esta percepción, en parte fundada, nos vuelve extremadamente conservadores. Por ello, es importante generar arquitectura contemporánea de calidad, es decir, edificios bellos y escenas urbanas bellas.
Los autores del avance del Plan General mencionan a menudo la necesidad de identificar lo que denominan «unidades de interés patrimonial», poniendo el foco en el tejido urbano más que en piezas dispersas descontextualizadas. En ese sentido, el eje que conforman la calzada de Ategorrieta y la calle Intxaurrondo constituye una secuencia lineal interesante: el necesario camino escolar alrededor de Jesuitas y Zurriola, las villas recién protegidas por el nuevo Peppuc, la oportunidad de activación que brindan la villa Ulialde –sede de la asociación de vecinos y el club de jubilados– y la casa Iturritxo, el proyecto de reordenación del nudo de Ategorrieta que se recoge en Plan de Movilidad, el potencial urbano del núcleo alrededor del Reloj, los frentes de fachada al comienzo de la calle Intxaurrondo, la vocación de plaza pública del espacio junto a la casa de cultura Larrotxene y su posible ampliación, los pequeños callejones transversales, etc.
En definitiva, una escena urbana lineal de un valor histórico singular a preservar y complementar, que puede ayudar a estructurar desde una escala humana la relación entre el centro de Donostia y el Distrito Este, y que nos sirve, además, de recordatorio: hay vida más allá del ensanche romántico.
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Amaia Núñez
Patricia Rodríguez e Izania Ollo | San Sebastián
José Mari López e Ion M. Taus | San Sebastián
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