Mario Domínguez
Lunes, 29 de abril 2024, 06:51
La vida de Luis Gutiérrez Soto (Madrid, 1900-1977) nace y fluye en paralelo al devenir del proteico siglo XX, en cuyos albores contrastan la inquietud y zozobra del 98 español, con el ímpetu voraz de renovación del conocimiento bullendo en Europa. Es un momento ... de nuevas perspectivas sobre la Física, con el genio de Bohr, de Einstein o de Planck, y también de profundas intuiciones sobre la raíz y funcionamiento de la conciencia humana en los no menos geniales Bergson, Scheler o Husserl. Este salto a nivel científico y cultural afectará a todos los niveles de una sociedad vapuleada por las guerras.
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Al joven Gutiérrez Soto, el panorama 'a la contra' de una España buscando su lugar en un mundo tan retador le servirá para asumir con naturalidad el cambio, la evolución. Así, el arquitecto madrileño aplicará con facilidad en su trabajo nuevas ideas que vienen casi siempre de fuera, del mismo modo que sabrá retomar viejos cánones formales. De ese modo, desde muy pronto es capaz de desarrollar tipologías muy dispares, en la frontera entre el racionalismo más volumétrico y expresionista y el art déco. Fijándonos sólo en Madrid, destacan el cine Callao, el Europa (del que bebe esta villa) o el Barceló, las piscinas La Isla o, ya tras la guerra, el nuevo canon escurialense del Ministerio del Aire (1940).
En nuestra ciudad, entre otras obras, proyectará villas en Ondarreta, en el propio ámbito de Miraconcha estirará el neovasco más allá de lo recomendable en la reforma de villa Amboage (1951) y en la avenida de la Libertad colocará la recordada solución de esquina de aquel Banco de Santander (1958-60) que era una variante simplificada de un ejemplo anterior en Palencia (1957-59).
El año 1929 no es un tiempo cualquiera para la arquitectura. En mayo, Su Majestad Alfonso XIII inaugura en Barcelona el Pabellón Alemán para la Exposición Universal, de Mies van der Rohe y Lilly Reich, piedra angular del Movimiento Moderno. Ese agosto, y al pie de su viejo casino, se inaugurará el Real Club Náutico de San Sebastián, con el que la bahía de La Concha, la playa de baños aristocrática, pulcra y límpida, incorpora en el extremo de su curva un hito de la evolución arquitectónica del momento.
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Y ese abril, Juan Manuel Urquijo encargará al joven Gutiérrez Soto reformar su propiedad de Miraconcha 28, un edificio simétrico con dos villas distintas que deberán transformarse en una sola residencia. Como resultado, en plena cuesta que sube al palacio Miramar, aparecerán varios rasgos de la arquitectura canónica moderna: un volumen de perfil rotundo, envuelto por una fachada lateral lisa, sencilla, con baja proporción de ventanas respecto de lo sólido y apenas líneas continuas de alféizar marcando las alturas. En la fachada al mar, grandes ventanales apaisados despiezados en cuarterones delgadísimos. No rechaza totalmente elementos decorativos en detalles puntuales: guardapolvos elementales en los dinteles, una mínima expresión de la moldura en alféizares y miradores poligonales que denotan una ligera duda estilística, reflejo de lo que está en evolución.
Gutiérrez Soto, consciente del contexto y de la gran ventaja que manipular el volumen hacia el agua le puede dar, aligera el macizo construido con gran control de la escala tallándolo como un zigurat, fórmula constructiva arcaica, natural, de vencer la gravedad. Si la forma geométrica esencial es un rasgo racionalista, el arquitecto la tensará, ganando en riqueza volumétrica con sólo tres estrategias: el desplazamiento aterrazado de las plantas, el retranqueo del centro de la fachada frontal respecto de los dos laterales y el vuelo sobre la planta baja apoyado en un solo macizo saliente al oeste.
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Los datos
Autor Luis Gutiérrez Soto
Fecha 1929
Construcción El edificio de Miraconcha 28 ha sido modificado en sucesivas ocasiones, llegando hoy a una reforma que recrea parte de su espíritu original en el exterior. Tras este proyecto, Gutiérrez Soto modificó en 1930 la villa para el conde de Binasco en el paseo del Faro, añadiendo una torre en un estilo totalmente historicista, pero introduciendo en sus plantas asimismo espacios con conexiones muy logradas.
El aspecto más destacado y acaso más oculto del proyecto es la planta principal. Una 'rara avis' en la que la organización de los usos hace brotar una línea quebrada, dividiendo la planta en diagonal: una mitad, estancias fragmentadas, contenidas, minuciosamente estudiadas; otra mitad, casi sin cierres ni estructura, engarzando la entrada, el inmenso hall/estar y el comedor como espacios fluyendo en sucesión creciente de dimensiones hasta la terraza. Esto no es sólo un ardid espacial, sino que cada función tiene su zona: habitaciones privadas, en el punto más alejado a la entrada; estancias de reunión (hall, estar, comedor), alineadas con la terraza; habitaciones de servicio, volcadas al patio; y comunicaciones verticales, en las fachadas. Por fin, el recorrido entre dormitorios y zona de servicio-salón, girando en torno al vestidor, absorbe y distribuye en casi tres únicos tramos toda la complejidad del programa.
Este abrazo a la contemporaneidad de 1929, nos recuerda que nace de la funcionalidad y la audacia estética, incluso al enfrentarse a una bahía tan perfecta, que debe seguir siendo sitio para la mejor arquitectura posible.
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