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Parte de la plantilla de la Guardia Municipal rinde honores a la reina María Cristina en Miramar en 1890. Fotos Guardia Municipal

Del cuerpo de serenos a la división de drones

La Guardia Municipal cumple 175 años al servicio de la ciudad, tiempo en el que ha conocido cinco sedes y trece directores

Jorge F. Mendiola

San Sebastián

Domingo, 7 de abril 2024, 07:32

La Guardia Municipal está de celebración. Aquel primigenio cuerpo de serenos que fue su germen se ha convertido hoy en una moderna policía con 362 ... agentes y más de 60 vehículos que cuenta hasta con una división de drones para velar por la seguridad en grandes concentraciones de público como la Tamborrada. En sus 175 años de existencia, ha conocido cinco sedes distintas –plaza Nueva (de la Constitución), Peñaflorida, Larramendi, Easo y Morlans– y trece directores, el más longevo de todos Mikel Gotzon Santamaria, quien después de cuatro décadas acaba de ser relevado en el cargo por Jon Udakiola.

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La Guardia Municipal ha evolucionado al compás de la sociedad La primera mujer, Coro Conde, se incorporó en 1980 y hasta 1973 los donostiarras dejaban por Navidad, a modo de agradecimiento por la labor que realizaban los agentes, regalos a los pies de los puestos de regulación del tráfico para que los repartieran entre los compañeros en comisaría. Esta es la historia del cuerpo y de las personas que la han escrito.

Cargos hereditarios. Los antecedentes de la Guardia Municipal se remontan a principios del siglo XIX. Por aquel entonces, los alguaciles eran los que se encargaban de velar por el orden en el interior de las murallas. En 1814, año en el que los alguaciles fueron restablecidos en sus puestos, cuatro ministros alguaciles componían el cuerpo. Juan Felipe Otaño estuvo 42 años en el servicio y su plaza la ocupó su hijo José Manuel, de 25 años, quien se jubiló en 1840 y que a su vez dejó la plaza a su hijo Manuel Joaquín, de 18 años. Julián Gregorio Piñeiro ingresó en 1809 y se jubiló en 1843 tras 32 años de trabajo; su puesto quedó en manos de su hijo Antonio. Ignacio Bastarrica y José Antonio Jáuregui, sobre los que no se han encontrado datos de incorporación al servicio, completaban la nómina de ministros alguaciles. Como se puede comprobar, el cargo pasaba de padres a hijos, con hasta tres generaciones en el primero de los casos. Su uniforme constaba de golilla, bicornio, calzón corto y zapatos de hebillas «por no poderse separar, ni de día ni de noche, de los señores alcaldes, ya que les es imposible mantenerse con la decencia que requiere su empleo», recogían los papeles de la época.

Orden público y alumbrado. En el año 1829, el Ayuntamiento crea el cuerpo de serenos, con el cometido de velar por el orden público nocturno y de mantener el buen funcionamiento del alumbrado de las calles. Sin embargo, la situación de guerra hizo que el primer reglamento definitivo del servicio no se aprobara hasta el 15 de mayo de 1839 y en él se especificaba que lo componían cuatro serenos a la orden de un cabo. Se les exigía, entre otras cosas, «tener clara y fuerte voz» para anunciar las horas y el estado de la atmósfera cada media hora. Tenían la misión de encender y limpiar los faroles de aceite y para ello contaban en una equipación consistente en una carraca, para hacerla sonar y dar la alarma en caso de incendio, silbato, pistola, un chuzo (palo con púa de hierro en un extremo a modo de lanza) y un farol de aceite. Vestían capote en invierno y traje de pana gris el resto del año, así como boina negra. Su horario de abril a septiembre era de 10 de la noche hasta el amanecer y los demás meses, desde las 9 de la noche hasta la salida del sol.

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Eustasio Amilibia, su impulsor. Diez años después, el consistorio impulsó el servicio de celadores de la Policía Urbana de San Sebastián. En concreto, el cuerpo fue creado el 6 de febrero de 1849. Su principal promotor fue el alcalde Eustasio Amilibia, quien lo fundó como organización diferenciada de los alguaciles y serenos, que por entonces se encargaban de mantener el orden. El objetivo de Amilibia con la creación del cuerpo era hacer respetar los bandos y reglamentos de Policía Urbana que se aprobaban. Y para ello vio la necesidad de contar con un personal dependiente de la autoridad del alcalde.

Según el Reglamento de Policía Urbana, la ciudad –que tenía 7.000 habitantes y era plaza militar amurallada– se dividía en dos partes: San Jerónimo-Muelle y San Jerónimo-Aldamar. Entre otras cuestiones, el documento regulaba la mendicidad, pues ya existía la Casa de Misericordia y en ella se recibía a los pobres. A los mendigos se les detenía acusándoles de vagos y se exponían a las penas que marcaran las leyes. También se ordena «que nadie pueda habitar un cuarto que no tenga común (retrete) y fogón de chimenea», se dan interesantes normas para la educación de los hijos (asistencia obligatoria a la escuela, responsabilidad de los padres…) y se dicta el cierre y alumbrado de los portales y escaleras.

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Aquel reglamento regulaba además la compraventa de objetos, ropas y muebles usados, incluía normas generales para el auxilio y protección de los vecinos, otras para el libre tránsito por las calles, para la comunidad del vecindario, ornato y recreo, para la educación, decoro y comodidad en las funciones teatrales y fiestas, para la vigilancia de cafés, botillerías y tabernas, para el examen y venta de alimentos y para la limpieza y salubridad.

Entre sus prohibiciones figuraba «el necio abuso de dar cencerradas bajo cualquier pretexto» (ruido de cencerros , cuernos u otros utensilios). Y, cosa curiosa, se crean unas libretas de veinte páginas para las criadas de servicio, en las que, tras el nombre, apellidos y filiación, expresadas en la primera hoja, el amo consignaba la conducta y comportamiento de las sirvientas.

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Los tres primeros guardias municipales fueron José Ramón Aguirrebarrena, Manuel Goicoechea y Agustín Iriarte. Fueron nombrados por el alcalde a partir de una lista de nueve aspirantes que los regidores le habían presentado. El primer uniforme consistía en levita y pantalón azul, borceguíes, sombrero redondo y un bastón con puño de metal con la inscripción Policía Urbana San Sebastián. En 1877 se acordó hacer una gestión con el fin de «conocer el precio de los cascos de los 'policemen' de Londres, para ver si convenía introducir en esta capital una prenda que tanta respetabilidad y carácter tan severo presta a los agentes de la autoridad». Ese mismo año se acordó adquirir 30 cascos del modelo inglés, los primeros usados en España por la autoridad municipal. Esta prenda permaneció hasta los años 30, cuando fue sustituida por la gorra teresiana.

Guardias de Campo y armas. En 1895 se crea el cuerpo de Policía Rural o Guardias de Campo, que permaneció activo hasta 1901, siendo reintegrados los quince agentes que lo formaban en la Guardia Municipal como sección rural. El 23 de febrero de 1897, la Comisión de Policía solicitó al gobernador civil la licencia de armas para dotar a doce celadores y dos cabos. Estas primeras armas fueron revólveres. El número de integrantes de la Guardia Municipal fue creciendo a medida que la ciudad se expandía. Así, en 1918 la integraban 187 personas y en 1949, año del centenario de su creación, 242. Hoy son más de 360 agentes para una población de 186.000 habitantes.

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Desfiles por San José. En 1941, con Pablo Díaz Dañobeitia como jefe, se comenzó a realizar un desfile de unidades con motivo del día del patrón, San José, cada 19 de marzo. Con los vehículos recién pintados y lavados a conciencia, el desfile partía de la inspección de la calle Larramendi y discurría por Fuenterrabía, Garibai, Boulevard, Hernani –donde solía estar instalada la tribuna de autoridades–, continuando hasta el Buen Pastor, donde asistían todos los guardias a la misa de 12. Después se dirigían a la base para degustar un vino español. Los últimos años, el recorrido se acortó y se formaba en la calle San Martín, frente a la catedral, donde las tropas eran revisadas por el alcalde y otras autoridades. El último desfile fue en 1976. Por razones de seguridad, desde 1977 hasta 1988, la formación se hacía en Larramendi y pasaban revista el alcalde, el concejal delegado y el jefe del cuerpo. El entonces alcalde, Xabier Albistur, decidió no realizar más este tipo de actos.

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