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No hay bicis por los bidegorris. Antes su tránsito por el Centro era continuo

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No hay bicis por los bidegorris. Antes su tránsito por el Centro era continuo ARIZMENDI

La Donostia más hermosa pero que nadie admira

Irreconocible. La ciudad respira silencio y soledad por sus esquinas mientras la ciudadanía, confinada en casa, (no) contempla estampas impensables hace un mes

Dani Soriazu

San Sebastián

Martes, 14 de abril 2020, 06:15

La Bella Easo está ahora más hermosa que nunca. Peinada por el suave y limpio viento, libre de contaminación; bañada por las olas del mar, que se escuchan ahora más que nunca; acariciada por el cantar de los pájaros, que tienen como auditorio una ciudad callada como no conocían, y vestida como siempre, lista para impresionar. Sin embargo, no hay nadie que la admire. Sus calles, paseos, avenidas, no se hicieron para el vacío. Quién iba a pensar que esa vitalidad y bullicio existente hace apenas un mes era capaz de contenerse dentro de las casas y desaparecer, volviendo solo en pequeñas dosis en determinados momentos del día. La crisis del coronavirus ha sumido a Donostia en un sueño -para algunos pesadilla-, del que espera despertar pronto.

No deja de ser paradójico. Entre los debates sobre la masificación por culpa del turismo y las promesas políticas de crear nuevos espacios para las personas, con más peatonalizaciones, ampliaciones de aceras y reducción del tráfico, la realidad, que siempre se demuestra caprichosa, ha dado un zarpazo a la vida tal y como la conocíamos y ha dejado en la cuneta todas esas discusiones. Estas últimas semanas nadie ha podido disfrutar de la ciudad y las imágenes que acompañan este reportaje dan buena cuenta de ello. Sobre todo teniendo en cuenta que corresponden a días de Semana Santa.

Vídeo. Time- Lapse del atardecer de Donostia

Los selfis en el paseo de La Concha han dado paso a las miradas nostálgicas de los pocos privilegiados que, en su paseo con el perro o el camino a hacer la compra, han podido admirar este paisaje y, aseguran, han podido oler el mar y sentir su brisa como nunca. Mientras tanto, las pujantes hojas verdes de los árboles no tienen un alma al que dar sombra en un Boulevard con sus bares, cafeterías, terrazas y heladerías cerradas a cal y canto. Parecida escena nos podemos encontrar en la plaza de la Constitución. El recuerdo de la misma, abarrotada de gente hace poco más de dos meses cuando se celebraba el día de San Sebastián, no tiene nada que ver con el silencio que se cuela ahora por todas sus esquinas, y que solo se rompe hacia las ocho de la tarde cuando sus vecinos salen a los balcones a aplaudir.

Aunque hay otro sonido característico de la capital guipuzcoana que se mantiene inalterado y que, sin subir su volumen, llega con mayor nitidez a puntos que antes ni siquiera alcanzaba o lo hacía en forma de susurro. Es la sirena que marca las doce del mediodía, propiedad de la Relojería Internacional de la calle Garibay. Aunque su origen no es bélico, con la ciudad vacía y silenciada bien podría recordar a aquellas alarmas que sonaban antes de un ataque de guerra y que animaban a la ciudadanía a esconderse en los búnkeres. En enemigo ahora es invisible y no usa armas de fuego.

La Parte Vieja habría sido estos días un hervidero de gente, brindando y saboreando deliciosos pintxos. Una tradición que nadie sabe si volveremos a ver tal y como la conocíamos. El Kursaal es testigo casi en solitario de cómo las olas golpean el puente de Zurriola. Y mientras tanto otras tantas zonas emblemáticas, como Urgull, el Peine del Viento, Sagüés, las playas o Cristina Enea reciben como turistas de excepción a aves que llevaban tiempo sin atreverse a hacer un descanso aquí en sus viajes migratorios.

La Donostia de las zanjas, andamios y grúas sigue formando parte del paisaje, si bien estas últimas dos semanas ha presentado un aspecto abandonado por el decreto que impedía la realización de actividades no consideradas como esenciales. Está previsto que hoy las máquinas vuelvan a ponerse en marcha. Volvemos a las paradojas. Quienes se asombraban con el silencio que había en la calle San Martín cuando se cerró al tráfico privado hoy suspiran por recuperar algo de aquello que llamábamos normalidad.

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