![Egia, entre la calma y la sensación de inseguridad](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202203/26/media/cortadas/usoz-kdtB-U1601450585573gKF-1968x1216@Diario%20Vasco.jpg)
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Son las ocho de la tarde, cae la noche y las inmediaciones de la torre de Atocha están tranquilas. Se oyen las conversaciones de los viandantes, los motores de los coches que circulan todavía por Duque de Mandas y, de vez en cuando, también sobresale una voz más alta en otro idioma. Los vecinos pasean, aprovechan que todavía queda algo de luz y que las «peores horas» todavía no han llegado. Unos van, otros vienen. Una joven llega en bicicleta hasta su portal, donde le esperan sus padres para subir a su casa. «Todos los días le esperamos abajo -refiriéndose a la calle María Dolores Aguirre-», cuentan sin querer identificarse. Un hombre saca a pasear a su perro y otros, simplemente, cruzan por los soportales de la plaza Blas de Otero. Han pasado las ocho y cuarto y los cerrojos de la sede de SOS Racismo se abren y se cierran. Se forma una tímida cola en la puerta, pero hoy no hay sobresaltos.
Han pasado cinco meses desde que los vecinos y comerciantes de Egia, en Donostia, alzaron la voz y denunciaron sentirse «atemorizados» por la violencia de algunos grupos de personas que deambulaban por las calles, pero la situación, dicen algunos, ahora ha «mejorado». Otros, sin embargo, todavía insisten en lo «peligroso e inseguro» que está el barrio.
Los vecinos de Atocha ya se han acostumbrado a ver «casi a diario» a quienes «les intentan robar, los que montan jaleos mientras esperan a que les den la comida, los que les rompen un día sí y otro también los cristales de los portales o los que se insinúan a las jóvenes, incluso con sus padres delante. Muchos van tan colocados que no pueden ni andar. De los treinta que se suelen juntar, cuatro o cinco son los que arman jaleo». Estos vecinos que llevan la voz cantante no son nuevos en el barrio, de hecho, uno de ellos que lleva cuarenta años viviendo en la misma casa, reconoce que «Egia siempre ha sido peligroso pero ahora es también conflictivo porque hay maleantes. Por las estaciones de trenes y autobuses suele haber gente rara en cualquier ciudad. Nosotros hemos instalado por iniciativa propia más luces delante de nuestros portales, pero debería encargarse el Ayuntamiento de la iluminación porque es un punto crítico. Nos da más seguridad que esté iluminado». Ahora, cansados de vivir con el miedo de que cualquier día «pase una desgracia», piden más vigilancia. «Por lo menos que haya policía de ocho de la tarde hasta medianoche, que son las horas más conflictivas».
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Esta petición también la sostiene Javier Izquierdo, socio de la pizzería Peccato, que conoce de primera mano lo que es que te roben. «Han entrado tres veces en un mes, dos en una misma semana, pero como a mí a más locales de aquí al lado. Es verdad que estos últimos meses se ve menos gente conflictiva que antes, pero los robos siguen». Una vez le entraron cuando él todavía se encontraba en el interior de la pizzeria. «Eran las ocho y media de la tarde, yo estaba en la cocina y ellos forzaron la puerta de entrada y se llevaron el dinero de la caja. Las otras dos veces fue de madrugada cuando el local estaba cerrado», recuerda. «Hay policía sí, pero debería haber más, al menos que haya una patrulla toda la noche en la plaza o que se instalen cámaras de vigilancia o se pongan luces con un sensor de presencia», propone.
Otros ciudadanos creen que «todo está más tranquilo. No sé si será porque se ve más movimiento de patrullas por la noche, porque nos hemos acostumbrado o porque la situación se ha serenado sola», considera Ane Garmendia. Esta vecina de la plaza Hirutxulo reconoce que « hay veces que de madrugada sí que se oyen ruidos en la calle». Por su parte, Tania Ferrer, que trabaja en la Hora del Café, coincide en que los disturbios han ido a menos en los últimos meses. «Yo creo que ahora se está mejor», valora.
Para Yolanda y Javier tampoco «hay tanto lío como antes», pero aun así a ellos les «entraron a robar en el garaje y les rompieron la luna del coche hace tan solo un mes. «¿Miedo? Miedo no tenemos porque no creemos que nos vayan a hacer nada, pero sí que nos da reparo que les pase algo a las personas mayores o a los jóvenes que son más indefensos», responde Javier antes de entrar al portal.
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No llueve y la temperatura es agradable. Son casi las nueve de la noche y los bancos y bordillos de la plaza Teresa de Calcuta se van ocupando. Hay personas solas con sus pertenencias y otras, en grupos. Sacan la comida de la bolsa que les acaban de repartir unos voluntarios de Egia y comen. Otros, que llegan en bicicleta, la recogen y se van. No hay peleas ni algarabía entre ellos, pero «suele haberlas. Solo pedimos más vigilancia. Entendemos que hay que ayudar a los que lo necesitan, pero tenemos derecho a vivir tranquilos y seguros. Y si alguien comete un delito, que pague por ello, que no tengamos que volver a verle día tras día como si nada porque se los llevan a comisaría, pero al día siguiente están en la calle otra vez», protestan los vecinos de Atocha que están «hartos de pasear en estado alerta».
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