
«Empecé a conocer, a escuchar, a sentir; los artistas somos insaciables»
ciudadanos: clara toro roca ·
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Bach, Piatigorsky y Schumann, siempre. Pero con El Tío de la PitaPrimer año del Grado Superior de Música. Violonchelo. En Musikene. Clara es de Caravaca de la Cruz, Murcia. Una de las ocho Ciudades Santas de ... la Cristiandad. Ciudad mora. Ciudad de milagros, caballos y castillos. Clara vive ahora entre los montes Gorosmendi e Ipuliño pero suele quedar cerca del Café de Mario. Clara puede interpretar, lógico, la 'Polonesa' de Popper pero también entona lindo las canciones de 'Frozen'.
– Rafa, Carmen, María
– Mis padres. Mi hermana. Fundadores de la peña Mel-Azules.
– Peña de...
– Caballistas. En mi ciudad hay más de cincuenta, de sesenta. En 2017 ganamos el concurso de Caballo a pelo. Con 'Trapío III', un pura sangre español de 6 años.
– ¿'Caballo a pelo'?
– Uno de los tres grandes momentos de los festejos 'Caballos del vino', organizados por las peñas de Caravaca. Los otros son el concurso del enjaezamiento de los caballos y la Carrera hacia al Castillo. Suceden los primeros días de mayo. En su origen se mezclan leyendas moras y templarias. Son fiestas Patrimonio de la Humanidad. 'El Caballo a pelo' rinde homenaje al ejemplar más bello y natural; más libre.
– Emocionante. Y entre tanta belleza ¿quién es El Tío de la Pita?
– Imagina el flautista de Hamelin.
– Hecho.
– Pues igual, pero en Aravaca.
– ¿Con el final trágico en que los niños no regresan jamás o con el más dulce donde el flautista se los entrega a sus padres cuando le abonan lo que le deben?
– Ni con uno ni con otro. Nosotros seguimos al Tío de la Pita y al tamborilero que le acompaña, pero ni nos perdemos ni hay que pagarle al dulzainero. Se parece en que en cuanto le oímos llegar a Aravaca tocando 'Serafina la Rubiales' todo el mundo deja lo que está haciendo, sale a la calle y le sigue. Nosotros nos marchábamos del colegio.
– ¿Así? ¿Sin más? ¿A la brava?
– Por tradición. El Tío de la Pita (oficialmente nadie sabe quién es ni de dónde viene ni a dónde va) llega con la primavera ya entrada y las fiestas muy cerca. Y si te ronda la fiesta, lo dejas todo.
–Claro. ¿Y Pepe? ¿Quién era?
– El yayo. Él es el motivo, agridulce, de que yo esté en Musikene, después de haber estudiado en la Escuela de Música de Aravaca y en el Conservatorio Leandro Martínez Romero, haber tenido profesores grandísimos y formado parte de varias orquestas.
– ¿'Agridulce'?
– Sí. Mira, yo quería ser bailarina. De hecho, soy bailarina. A los tres años ya hacia piruetas en casa y con cinco empecé a ir a ballet. Mi madre es una artista total y quiso recibir clases de canto. Como no podía dejarme al cuidado de nadie, me apuntó a música en el Conservatorio, al lado de donde ella cantaba. En realidad, a mí no me gustaba ni la idea, ni la música ni el chelo, que era el único instrumento que quedaba libre. Yo quería bailar. Un buen (mal) día el yayo se puso enfermo y mi madre tuvo que cuidarlo. Dejó sus clases pero como no le devolvían el dinero de mi matrícula, me dijo que siguiera hasta fin de curso...
– Y tú, rabiando.
– Pues sí. Porque yo quería...
– Bailar. Pero aquí estás. Tras asistir a clases con los más grandes, haber sido propuesta para una beca en California y admirado la técnica y el sonido de un maestro como Van Donger.
– Aquí estoy. Por el yayo. Por mi madre. Otro momento agridulce: cuando tuve que elegir entre el baile (aún bailo, soy bailarina) y la música. Porque no tenía horas en el día, porque había que estudiar inglés y seguir siendo una niña, vivir. Fue una decisión desgarradora. Pero para entonces ya los músicos que iba conociendo me habían hecho intuir, entender, que se podía sentir por la música el mismo amor que yo sentía por el baile. Y sí, aquí estoy.
– Y al violonchelo, ¿lo amas?
– Tanto que el arco es ya la extensión de mi brazo. Es potente, nítido, melódico, dulce, grave. Pero no lo amo sobre otros instrumentos porque si digo que es el mejor, ¿qué pasa con el violín, con el piano? En el fondo son herramientas para crear, transmitir, compartir algo inigualable, la música. La música de alguien como Schumann, al que yo siento como un niño pequeño que quiere dar y recibir cariño. O la de Janacek, que también puedes creerle niño, pero un niño que ahora llora, ahora ríe. La de Dvorak, impregnada en el folklore de su tierra. Escucha su Concierto para violonchelo y entenderás lo que te digo.
– Lo hago, Iñaki Benito, del grupo Madeleine me dijo lo mismo...
– ¿?
– Ama la energía que transmite su batería pero sabe que es eso, una herramienta para hacer algo más grande...
– ¡Música!
– ¿Y dónde queda Bach?
– Componía para Dios; era un luterano con influencias italianas, flamencas, lleno de esperanza. A mí me estabiliza el espíritu. El día que no oigo algo suyo no estoy como debería y me gusta estar.
– No conozco a ese Gregor...
– Piatigorsky, un chelista increíble. Huyó de la URSS porque no le daban permiso para estudiar en otros países. El siglo XX está lleno de historias de seres que hicieron música en condiciones terribles. ¿Cómo no iba a amarla yo?
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