Javier Rodríguez sintió el frío después, cuando aguardaba con el agua casi hasta la cintura a que los bomberos lo rescataran. A él y al hombre al que acababa de salvar la vida en el Urumea.
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Era viernes por la mañana y había salido de ... la vivienda de un familiar, donde se aloja estos días, a trotar por la orilla. Javier, gallego de Cangas de Morrazo y policía nacional destinado en Vigo, había llegado un día antes a Donostia para participar hoy en la Behobia-San Sebastián. Cuando llegó a La Concha se dio la vuelta para regresar a casa por el mismo camino. Acostumbrado a participar en triatlones, aquello era un suave entrenamiento, un pequeño aperitivo. No sabía lo que estaba a punto de llegar.
A la altura del puente lehendakari Aguirre, entre la comisaría de la Policía Nacional y el hotel Amara Plaza, vio una ambulancia detenida junto a la orilla y a sus dos ocupantes señalando un punto del río. Eran las 9.45 horas. «Un poco por deformación profesional me acerqué y vi que había un hombre flotando. Les pregunté si necesitaban que les echara un cable y en ese momento tuve el impulso de tirarme al agua pero me dijeron que la marea estaba baja», recuerda Javier un día después.
El hombre se había lanzado al Urumea con intención de quitarse la vida y flotaba en la parte central del río. Javier encontró unas escalerillas, se quitó la ropa y descendió por ellas para rescatar al desconocido. «Nadé unos cincuenta metros hasta alcanzarlo y lo llevé a la orilla con técnica de socorrista», dice. Tardó unos cinco minutos y no fueron fáciles.
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«En el momento en el que lo enganché se me revolvió. Incluso se giraba e intentaba sumergirse en el agua. Me dijo que le dejara en paz, que se quería morir». Lo único que podía hacer era no soltarlo y tratar de calmarle. «En esos instantes lo que hay que hacer es hablar. Le fui dando un poco de charla para distraerlo mientras lo acercaba a la orilla. Le pregunté cómo se llamaba, de dónde era y cuántos años tenía, le dije que yo era gallego. Él me contestó que tenía 46 años y que quería acabar con su vida porque tenía muchos problemas».
Ya junto al muro hicieron pie y una patrulla de la Guardia Municipal les echó un cabo. «Aseguré con él al hombre y le pregunté si era capaz de subir por la escalerilla con mi ayuda, pero temblaba tanto que temí que se cayera y decidí esperar a los bomberos para hacerlo sobre seguro». Fue una espera de unos veinte minutos mientras la marea comenzaba a subir.
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«Él me repetía que tenía mucho frío y yo intentaba animarle, le decía que no se preocupara, que enseguida venían los bomberos y nos iban a dar una manta». Pero él también estaba congelado. «En caliente te tiras al agua y no sientes frío, lo único que haces es nadar», afirma. Lo peor llega luego, cuando no se puede hacer nada más que aguardar. «Estábamos tiritando. Cuando entré en la ambulancia me tomé la temperatura y tenía 33,5 grados».
El rescate fue rápido. Tras asegurar con arneses a los dos hombres, los bomberos los izaron hasta la calle. Ambos estaban ateridos. Javier, que se había adentrado descalzo en el agua, tenía los pies llenos de cortes. «En la ambulancia nos dieron unas mantas térmicas y poco a poco fuimos entrando en calor», asegura.
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En el interior del vehículo los dos hombres apenas hablaron. «Los policías municipales me dijeron si quería que me llevaran al hospital para hacerme pruebas, pero yo de lo único que tenía ganas era que me acercaran a casa. Tenía tanto frío que solo quería ducharme y ponerme ropa caliente». Antes de irse, Javier se despidió del hombre al que había salvado la vida. «Le dije hasta luego y que se recuperara». Pero él no respondió nada. «Estaba como aturdido».
Javier regresó a casa en un coche policial. Llamó a la puerta y le abrió su esposa. Cuando entró con la manta térmica se alarmó y le preguntó de dónde venía. «No te vas a creer lo que me ha pasado», le contestó.
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