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«Éramos independientes, nos gustaba la fábrica... y los de la fábrica»Allá por Miramón, en una villa de la calle que lleva el nombe de una maestra, de una euskaltzale, de una luchadora sin igual, Elisabete Maiztegui, tomamos champagne y pastas con las hijas de Juanito (chófer) y Juliana, con Maritxu y Beatriz, que se reivindican 'de Oria' y son hermanas de Andoni y Pilar que ya no están aquí y sobrinas de Don Manuel Lekuona, lingüista, euskaltzale, Doctor Honoris Causa de la Universidad Teológica del Norte de España. Nos acompaña María Jesús Díaz, que también trabajó en Brunet, tejidos e hilaturas, y a la que Maritxu paseaba en coche cuando era bebé. Nos acompañaba Cristina Vázquez, que fue telefonista de la fábrica hasta el cataclismoinal de 1987. Y también Fernando, Asun y Andrea. Todos familia de ese par de mujeres independientes.
– A los 14 años entraste en la fábrica, Maritxu. Igual que vuestra amiga María Jesús (ella más tarde, claro, es más joven). Y tú, Beatriz, a los 19...
– Se entraba a los 14 años. Después de la escuela. Escuela, que no colegio. Se entraba en la fábrica. Es lo que había. Yo (Beatriz) entré a los 19 porque antes me dedicaba a bordar. Arreos para las que se casaban. Dicen que era muy buena haciendo las iniciales que se bordaban en las sábanas, en los pañuelos. Pagaban bien (me acuerdo aún de algún que otro impago...) pero en la fábrica pagaban mejor. A mí (María Jesús), vinieron a buscarme. Mi madre limpiaba los pisos de Brunet y en cuanto cumplí los 14 el gerente la aviso de que ya podía ponerme a trabajar. Ella aceptó pero con una condición, en los pisos no porque era más duro. En las máquinas, en los telares.
– Es bonito lo que decís en el titular. El trabajo, como sigue pasando ahora, os convertía en mujeres independientes.
–Así es. Como sucedía con las cigarreras de la Tabacalera. O con las que trabajaban en Telefónica. Te hacía libre o como se dice ahora, te empoderaba. Manejabas dinero aunque lo entregases semanalmente en casa. Muchas te envidiaban. Y ya ni te cuento si como nuestra hermana Pilar no estabas en los telares sino en administración. Ella fue secretaria. Con decirte que mientras las demás íbamos en autobús, a ella la llevaban en coche.
– Os gustaba la fábrica...
– Mucho. Por supuesto que era duro, por supuesto que había momentos malos. Por supuesto que debías cumplir en el puesto de trabajo. Yo (Maritxu) me encargaba de las urdimbres y tenía que poner suma atención a que no se rompiese la trama y si sucedía, anudarla de nuevo. Pero era un buen trabajo del que aún ahora, a pesar de cómo se destruyó todo, de cómo nos quedamos sin el que había sido nuestro oficio cuando no habíamos cumplido la edad de jubilación, solo quedan los buenos recuerdos. El ambiente entre nosotras (habría sus roces, seguro), la amistad. Lo que aprendimos de telas y calidades...
– Dicen Cristina, Asun, Fernando y Andrea que todavía sois capaces solo con mirarlas y aún más si la tocáis de discernir la calidad de la tela de una prenda...
– Claro, fueron muchos años trabajando con algodones de altísima calidad y con otros tejidos. Nuestra familia nos ha leído el otro día lo que ponen en las enciclopedias sobre Brunet y sus telas. ¿Lo tienes por ahí?
– Os leo lo de Auñamendi, sí: «Consumía anualmente 1.200 pacas de algodón con peso de 280.000 kilogramos poco más o menos, que se convertían en hilos, retorcidos en varios cabos, blanqueados y de diversos colores, en madejas y ovillos, para distintas labores y en tejidos ordinarios llamados elegantes, guineas, americanas, otomanes, lonas, telas para alpargatas y cintas. En la fábrica había tres turbinas de 70, 50 y 18 caballos de fuerza y en el edificio, 24 cardas».
– Seguramente, más allá de la mala gestión Brunet se hundió porque intentó mantener una calidad en sus trabajos que era imposible de comercializar en aquellos años 70-80. Cuando quebró la gente entró en los edificios y se lo llevó todo, todo. Fue el fin de una época, de un mundo.
– Más allá de la debacle final, en el titular sois un poco pillinas; vaya, así que os gustaban 'los de la fábrica'...
– Claro, hubo muchos noviazgos y casamientos. Aunque yo (Beatriz) a mi hombre lo encontré en la plaza Oquendo, en el baile. Era panadero, dulce, un buen hombre. Y cordobés, muy exótico, Fernado Vázquez. Tan exótico que mi familia escribió al cura de su pueblo, Hornachuelos, pidiendo informes porque vete a saber tú, yo tan euskaldun, con un ¡andaluz!
– Tú no te casaste, Maritxu.
– Tampoco Pilar pero ni se te ocurra pensar que hemos sido solteronas, 'neskazarras'. Para nada, no encontramos ninguno de nuestra 'categoría'. Además, la mayoría cuando se casaba dejaba la fábrica y muchas con bastante pena. Y a nosotras, repetimos, ser de Brunet nos gustaba. ¿Solteronas? Jamás. Libres. Y Beatriz, feliz.
– Sois dos veces bisabuelas.
– Sí, Noah acaba de nacer.
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