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La religiosa mercedaria Amaia Modrego, en la sede de Manos Unidas en San Sebastián y una escena local de Kipushi.
Manos Unidas para ayudar

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El pulso de la ciudad ·

Cooperación. La delegación de San Sebastián de esta oenegé de la iglesia invita a una misionera que ha vivido 14 años en el Congo para agradecer la ayuda de los donostiarras

Cristina Turrau

San Sebastián

Viernes, 28 de febrero 2020, 07:39

Empezó su tarea solidaria como misionera mercedaria en Perú, donde pasó dos años, y después, en la República Democrática del Congo (RDC), donde vivió 14. Ahora se encuentra en un tiempo de impasse en el convento de las mercedarias de Berriz, en Bizkaia. Se trata de la misionera navarra Amaya Modrego, de 53 años, que recientemente ha visitado San Sebastián, por iniciativa de Manos Unidas, organización con la que colabora. Contó su experiencia a estudiantes de Erain de Donostia y de Ama Guadalupekoa en Hondarribia. También ofreció una charla organizada por Eragin en la sala Arrupe de la iglesia de Jesuitas de la ciudad.

«La experiencia del Congo, en la localidad minera de Kipushi, fue bastante más dura que la de Perú», explica. «En Perú realizamos un proyecto de formación de promotores de salud y acompañábamos a las aldeas a los campesinos que habían recibido la formación. Eran lugares donde no había ningún tipo de asistencia sanitaria y comenzaban los cuidados básicos de salud y los primeros auxilios. También se avanzaba en la prevención de enfermedades con la construcción de letrinas y otros proyectos sanitarios. Los frutos del trabajo podían verse y resultaba muy satisfactorio».

En la República Democrática del Congo hay que cambiar las expectativas para poder trabajar. «Tuve que rehacerme para acoger esa realidad tal y como era para, desde allí, ir haciendo cosas. Primero estuve dos años en la gran ciudad de Lubumbashi, donde la gente sobrevive. Allí te entra más la impotencia de no ver vías de acción. Porque te parece que puede resultar insignificante. Kipushi me resultó más cercano. Pude insertarme en el centro de salud y vi que podía poner mi granito de arena».

«Algo que comprobé en Perú o el Congo es que aquí hablamos del cambio climático pero en estos países lo sufren»

Trabajaban mejorando la atención a la maternidad y en combatir la malnutrición de los niños. «Hacíamos un trabajo de formación con ellas y les acompañábamos. La tarea era inmensa».

Algo que pudo comprobar en sus destinos es que «aquí hablamos del cambio climático pero allí lo sufren». También, «que todos nos necesitamos, algo que se descubre tarde o temprano. Desde nuestro mundo no podemos dejar olvidado aquel porque las consecuencias las vamos a notar. Los problemas de la humanidad son comunes».

Recuerda que desde el primer mundo se lleva tiempo explotando los recursos de estos países. Ocurre en una población minera como Kipushi, algo que han denunciado también algunas voces desde la propia RDC, como es el caso del jesuita Ferdinand Muhigirwa. «La contribución de la compañía que explota las minas al bienestar social y económico de la población local de Kipushi es insignificante», ha dicho el religioso. «La explotación minera contribuye a la destrucción de las infraestructuras viales por las que se transporta el cobre para luego hacer el concentrado en Kipushi. Antiguamente todos los productos mineros se transportaban en tren. Los puentes, utilizados constantemente, han sufrido daños y los caminos vecinales agrícolas también están estropeados. Las personas viven en la pobreza, con menos de 1 dólar USA al día. La tasa de paro es muy elevada, ya que la oferta de empleo es casi inexistente. En Kipushi reina la malnutrición, muchos jóvenes no están escolarizados, y el agua y el aire están contaminados».

Desde Manos Unidas en Donostia se agradece la visita de Amaya Modrego. «Ha trabajado 12 años como responsable de un centro de salud-maternidad y centros nutricionales en Kipushi y ha colaborado con nosotros en la construcción de un laboratorio, así como quirófanos y salas para enfermos», explican. «Iba semanalmente a las cárceles de la zona para atender a los prisioneros, lo que le ha permitido además denunciar la inhumana situación de estos centros. Las mercedarias tienen allí también una casa de acogida para niñas abandonadas. Se trata de una mujer valiente, que ha dedicado su vida a mejorar la de los más desfavorecidos en un lugar de África de mucho sufrimiento».

Manos Unidas Gipuzkoa, además de colaborar con proyectos generales de la entidad a nivel nacional en todo el mundo, se ha comprometido especialmente con un proyecto de fortalecimiento del modelo de atención a personas migrantes y refugiadas en México, con uno de consolidación de asociaciones piscicultoras en Iquitos (Perú) y otros para escolares en Uganda y Burkina Faso.

El esfuerzo da sus frutos. «La ayuda se nota y no solo la económica», dice Amaya Modrego. «Te permite pensar en nuevos proyectos y te permite soñar».

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