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«Había noches en las que teníamos que asistir diez partos entre dos»

Miles de donostiarras hoy mayores de 60 años nacieron en las maternidades de Aldakonea y Ategorrieta | Un libro del enfermero Manuel Solórzano recupera la historia de los dos centros que vieron llegar al mundo a unos 4.000 niños al año

Domingo, 31 de marzo 2019, 06:59

¿Dónde nacían los niños donostiarras antes de que se inaugurara la actual Residencia Sanitaria Nuestra Señora de Aranzazu en 1960? Las casas de maternidad de Aldakonea y Ategorrieta fueron las más importantes de la ciudad y vieron llegar a un promedio de 4.000 bebés al mundo entre 1933 y 1960.

«Aunque estas dos son las maternidades más importantes de San Sebastián, a lo largo de la historia hubo muchos otros centros donde vinieron los niños al mundo. Todos ellos han estado siempre a un nivel espectacular, tanto los públicos como los privados, y hoy en día seguimos teniendo una sanidad magnífica», señala Manuel Solórzano (1956), enfermero y autor de varios trabajos sobre su profesión entre los que se encuentra su última publicación 'Las maternidades de San Sebastián'. El libro, que ha contado con la colaboración del Departamento de Salud del Gobierno Vasco y el de Comunicación del Hospital Universitario de Donostia, «es un homenaje a todas las mujeres que nos han precedido», agrega.

Paquita Anduaga (1935) es una de ellas. «Recuerdo la gente siempre se mostraba muy agradecida por nuestra labor, sobre todo porque el riesgo durante el parto era bastante menor que cuando se tomaba la decisión de hacerlo en casa», explica esta antigua trabajadora de la maternidad de Ategorrieta. «Con veintidós años empecé a estudiar el oficio de matrona. Nos preparaba el doctor Ugarte en Donostia y nos examinábamos en Valencia. Con veinticuatro ya estaba trabajando», subraya Paquita.

«Antiguamente, la mayoría de las mujeres daban a luz en casa, algunas con ayuda de una practicante o matrona. Otras, las más pudientes, acudían a clínicas privadas», apunta Solórzano. En 1870 se puso en marcha en Donostia un servicio nocturno municipal de parteras en la actual plaza Cervantes y años después se publicaron anuncios en prensa local que ofrecían el servicio de 'profesoras en partos'. «En 1909 se inauguró una casa particular de maternidad debidamente autorizada en la ciudad», señala el autor.

La figura de la enfermera surgió en 1915 «y hubo que esperar unos años hasta que se pusiese en marcha una de las principales casas de maternidad de Donostia», apunta el enfermero, cuyo trabajo exhaustivamente documentado y en el que ha estado trabajando durante diez años ya puede consultarse en la estantería 'Donostia Bilduma' de la biblioteca central. Sus detalladas explicaciones permiten hacer un viaje mental por los pasillos y espacios de las que fueron las principales casas de maternidad de Donostia.

Edificada en la cuesta de Aldakonea, la Casa de Maternidad Municipal de San Sebastián -donde hoy en día se encuentra Nazaret Fundazioa- fue inaugurada el 1 de diciembre de 1932 y permaneció abierta hasta octubre de 1953. El edificio, construido por el arquitecto Ramón Cortázar, fue una obra «importante y adelantada para la época» que costó 1,2 millones de pesetas -unos 7.200 euros- y se creó para dar servicio a todas las clases sociales.

Bombardeo en 1936

«Las clases menesterosas, verdaderamente necesitadas, tenían habitaciones gratuitas y luego había otras de pago para las clases modestas, clase media y alta», explica Solórzano. Además, para el ingreso en la casa «era indispensable estar avecindada en Gipuzkoa, exceptuando los partos distócicos o casos de urgencia a los que no se les exigía este requisito», detalla Solórzano.

La casa de maternidad constaba de dos sótanos, tres pisos y desvanes, y tenía capacidad para 60 camas. El primer sótano estaba destinado a servicios de desinfección, lavadero y plancha y el segundo lo ocupan las habitaciones de enfermeras, cocina, rayos X y fisioterapia. Las ambulancias accedían directamente a este sótano para la descarga de enfermas «a pocos metros del ascensor de camillas, lo que facilitaba su pronto desplazamiento».

En el primer piso estaban la administración, portería y salas de espera, entre otras. El segundo lo ocupaban el pabellón de puérperas, cuartos de aislamiento, guardería, biblioteca y pabellón quirúrgico -constituido por un cuarto de dilatación, dos salas de partos, un cuarto de lavado de recién nacidos y salas de operaciones-. El tercer piso tenía un pabellón de embarazadas, cuartos de aislamiento, ginecología y el comedor. «Todos los pisos estaban bien provistos de servicios sanitarios», precisa Solórzano.

Las ingresadas que daban a luz en la casa se comprometían a no abandonar la criatura. «A las solteras, para quienes esta obligación no dejaba en muchos casos de ser una verdadera carga, se les consentía la permanencia en la misma durante tres meses, época mínima de lactancia. Durante este tiempo podían dedicarse a trabajos compatibles con su estado, remunerándoles por ellos».

Durante la Guerra Civil, en 1936, el edificio fue alcanzado por una bomba de la Armada y el servicio fue trasladado de manera provisional a la Villa San José de Ategorrieta hasta 1941, cuando fueron reparados los desperfectos. Posteriormente, la villa se sometió a una reforma integral para convertirse a partir de 1947 en la Residencia Maternal de la Caja Nacional del Seguro de Enfermedad, «la primera de su clase en Gipuzkoa».

Una profesión «fabulosa»

Paquita vivió «años preciosos» en la maternidad de Ategorrieta desde que tenía veintidós años hasta que se casó. «Era increíble, no había sitio para tanto parto. Solíamos estar dos matronas por cada turno, de mañanas, de tardes o de noches, y solíamos atender entre seis y ocho partos por turno. No dábamos abasto», asegura. «Había poco personal».

En aquella época las matronas solían trabajar solas, según explica Paquita, aunque en situaciones de urgencia había que llamar al médico para que interviniese. «Durante algunas rachas estábamos realmente agobiadas. Había avalanchas de niños, llegábamos a asistir hasta diez partos en una noche. Por suerte las monjas, que vivían allí, nos ayudaban», apostilla recordando que algunos meses llegaban a los 400 alumbramientos.

«En esa época había todavía muchas mujeres que preferían dar a luz en casa, pero vistos los buenos resultados y la seguridad de hacerlo en las casas de maternidades, la situación fue evolucionando poco a poco», apunta. «A las señoras se les vigilaba en el ambulatorio de Gros, donde se les daba un volante por 'distofia social', es decir, que sus casas no estaban preparadas para que un niño llegase al mundo», precisa.

Rememora con cariño el uniforme que tenían que llevar. «Nos poníamos un pañuelo en la cabeza, a modo de turbante. Y si no lo llevábamos...», dice riéndose. «También nos poníamos bata blanca, con el símbolo de matrona en el bolsillo izquierdo, falda y medias».

«Mi trabajo era fabuloso, extremadamente satisfactorio. Aquellos fueron unos años muy felices en mi vida, porque teníamos muy buen clima», añade Paquita. Por suerte, dice, «las que aún vivimos nos vemos de vez en cuando. Nos abrazamos y todo», concluye.

La ampliación de 1945 tuvo un coste de 724.700 pesetas -unos 4.350 euros- y se acometió en todas las plantas del edificio. En planta de semisótanos se construyó un muro de contención para poder ampliar la zona, que se utilizó para la entrada de enfermos. Aquí se ubicaron el lavadero y secadero, sala de costura y plancha, cocina y dormitorios, entre otras. En planta principal se situaba la sala de partos, una pequeña sala de curas, el quirófano, cuarto de esterilización y varios dormitorios, y en la segunda había una sala de rayos X, el comedor de religiosas -que podía ser habilitado también como capilla, aunque existía un pequeño oratorio-, una sala de aislamiento y más dormitorios. En la última planta se levantó toda la cubierta de azotea, construyéndose una nueva en toda su superficie.

El día de la inauguración, las instalaciones fueron bendecidas por el prelado de la Diócesis de Vitoria (la de San Sebastián se creó en 1950) y asistieron al acto «los gobernadores civil y militar y restantes autoridades locales, así como otras personalidades», relataba EL DIARIO VASCO a la mañana siguiente. Por la maternidad de Ategorrieta pasaron miles de neonatos donostiarras hasta que cerró sus puertas en los 60 con la apertura de la Residencia y el traslado allí de la maternidad.

Primer enfermero guipuzcoano en la Academia vizcaína

Manuel Solórzano se convirtió hace un mes, junto con Inmaculada Sánchez, en el primer guipuzcoano investido como académicos de número de la Academia de Ciencias de la Enfermería de Bizkaia. El objetivo de esta entidad es fomentar y difundir las ciencias de la Enfermería en sus distintas especialidades. «Para mí fue un día muy grande y emotivo como culminación a mi carrera profesional, a mi amor por la historia de la enfermería y pasión por mi profesión», explica Solórzano. «Ese día, además de acordarme de mis padres y de mi familia, también le llevé en el corazón a Koldo Santisteban, compañero y amigo del alma de esta profesión, que me precedió en esta excelente institución y ya no está con nosotros», asegura.

La obra de este enfermero y académico tiene ya su hueco en la Biblioteca Central de Donostia. «Su directora, Arantza Arzamendi, ha decidido crear una estantería llamada Donostia Bilduma con mis libros publicados en Internet», señala Solórzano.

A la presentación de su último libro 'Las Maternidades de San Sebastián', el 31 de enero en Tabakalera, acudieron el delegado de Salud de Gipuzkoa, Jon Etxeberría, el periodista Manolo González y asistieron más de 130 personas como público.

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