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Tumbarse con los pies en alto, un güisqui en la mano y mirar las estrellas. Repasar las canciones que cantábamos en veranos anteriores y este ya no. Intercambiar percepciones sobre si este año hay más o menos turistas. Hablar de lo cotidiano. De lo que ... se nos olvidó meter en la cesta de la compra, de cómo jugó la selección de baloncesto ante Costa de Marfil y de si el Ibex ha cerrado bien o no. Pasar a charlar de política y dar más sorbos que ceder. Hablar de los candidatos, de sus propuestas y de sus no pactos. Vaya como los nuestros. Cada uno a lo suyo. Hasta que alguien zanja el asunto con un 'para ti la perra gorda'. Qué oportuno.
Ahora discutimos de si se les llamaban así a las monedas de cinco o diez céntimos de pesetas y el porqué. Menuda manera de hilar. Seguimos y pasamos a los precios desorbitados de los pisos. Ay el bolsillo. Quién nos iba a decir que nos pondríamos de acuerdo. Pues sí. Decidimos que con un sueldo medio de 1.000 euros no se puede acceder a una vivienda en San Sebastián en la que no haya que agacharse, pegarse con las puertas de los armarios para cerrarlas o pasar más de dos veces al día el aspirador para quitar los restos de pelos del perro del inquilino anterior. Nuestra conversación fue en verano, pero ¿qué opinan? Digo por si les ayuda a las inmobiliarias y al Gobierno Vasco, que se lanzan acusaciones sobre si se inflan o no los precios y discuten sobre los diferentes estudios -porque hay estudios para todo-. Mientras, ahorre porque por dos perras no hay pisos.
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