A la playa, con reloj

Cierre los ojos e imagínese por un momento llegando con todos sus bártulos, mascarilla incluida, a la playa de La Zurriola o de Ondarreta, porque presumo que la de La Concha estará cerrada. Visualice ese momento en el que sortea a los demás para llegar el primero a las escaleras y hace cola bajo el sol por aquello de respetar la distancia. Camina, se le hunden los pies y se clava algún que otro palito. Su hijo, sobrino o nieto se para en cada concha que ve y las va introduciendo en el cubo. Intenta acelerar el paso y para cuando consigue una parcela lo suficientemente amplia ya se ha achicharrado las plantas. Coge fuerza y extiende la toalla, se echa un poco de crema y, luego, embadurna al niño. Le da el balón, el cubo y las palas. Va y viene a por agua y cuando ya ha tenido bastante considera que es más interesante cavar. Usted le ayuda. Se divierten. Paran, meriendan y siguen. Para cuando se da cuenta es la hora de irse. Toca meterse rápidamente en el agua. Está fría, pero se aguanta. Le entra la prisa al escuchar por megafonía las nuevas consignas y recoge no vaya a ser que el sistema de control de aforos detecte que lleva más tiempo del recomendado y menganito, que lleva pegado a la app del móvil toda la mañana, se quede sin sus rayos del sol. Aunque si ya hay quien se salta los semáforos de normal por qué no los de la playa.