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José Javier Pi Chevrot
Domingo, 6 de abril 2025, 02:00
Cuando se habla del patrimonio de una ciudad, muchas veces nos limitamos a sus arquitecturas, a sus elementos edificados, y nos olvidamos de su trama urbana, de su entronque en el 'topos' o territorio que la cobija. En San Sebastián, el patrimonio es ante todo su estructura urbana y el dialogo que esta mantiene con el mar, el río y la orografía. Al derribarse las murallas en 1863, la ciudad optó por expandirse sobre los arenales y marismas que tenía al sur, entre la bahía y los meandros del Urumea, adoptando el acertado proyecto de Ensanche de Antonio Cortázar. De la vieja urbe intramuros partían, a ambos lados del glacis defensivo, un camino hacia Francia al este y otro hacia Tolosa al oeste, el llamado camino de Hernani, subiendo después por la cuesta de San Bartolomé.
Algunos años antes de 1813, se construyó a medio camino entre dicha cuesta y la ciudad un elemento urbano icónico que cogió el nombre francés de Rondeau. Estaba en el lado opuesto del puente de Santa Catalina, entonces de madera, y pegado a la bahía de La Concha. El Rondeau era una especie de plazoleta redonda de unos 36 metros de diámetro que enfatizaba el inicio del camino de Hernani. Lo componían dos semicírculos a modo de bancada de piedra a ambos lados de este camino. Se mantuvo hasta la ejecución del Ensanche Cortázar, aunque hacia la mitad del siglo XIX perdió el semicírculo que daba la espalda a la bahía. Se presentaba, sin duda, como un lugar privilegiado para los donostiarras, desde donde se asistía a la llegada y a la salida de los vecinos y foráneos, pero también al espectáculo que ofrecía la bahía, el marco incomparable.
Antonio Cortázar tomó como ejes de coordenadas de la cuadrícula de su Ensanche un eje vertical que prolongaba la calle Mayor y un eje horizontal que unía el centro del Rondeau al arranque del puente de Santa Catalina. Este conformará el eje de la Avenida, el eje central del Ensanche, y el Rondeau pasará a ser lo que hoy conocemos como plaza Cervantes, verdadero rótulo de articulación entre el paseo de La Concha, la Avenida y las manzanas del Ensanche. Sin embargo, el triángulo que lo caracteriza, teniendo por hipotenusa parte del frente de la playa, tardó bastantes años en materializarse a imagen del devenir de la ciudad.
Cortázar lo tenía bien definido al prever la edificación de tres manzanas de lonjas u almacenes encabezadas por la aduana, al extremo oeste, entre la Avenida y la Parte Vieja. Se consideraba entonces que San Sebastián tenía vocación industrial y portuaria y el ferrocarril debía llegar hasta la aduana pasando por delante de dichas manzanas, separando la futura plaza Cervantes de la Avenida. Afortunadamente, estas expectativas fueron desechadas. Se relegó la preferencia portuaria a la bahía de Pasaia, se potenciaron los baños de mar y se escogió San Sebastián como ciudad de veraneo de la Corte. Reinaba en España Isabel II y se propuso la última manzana, la 16, que cerraba al norte la futura plaza Cervantes, para establecer allí su palacio de verano. Como colofón, se le dio a la Avenida el título de avenida de la Reina. La Primera República de 1868 truncó el real proyecto y se rebautizó la Avenida como avenida de la Libertad.
La siguiente propuesta fue edificar en dicha manzana 16 un casino lujoso. Hubo aprobación gubernamental, pero empezaron los problemas al suscitarse oposiciones por parte del Ayuntamiento y, sobre todo, por parte del estamento militar. No hay que olvidar que San Sebastián era plaza militar y que todas las manzanas proyectadas entre la calle de la aduana, hoy calle Hernani en honor al antiguo camino de Hernani, y la playa se superponían al campo de maniobras del Ejército. Este pedía compensaciones y la posibilidad de edificar allí el gobierno militar. Al final, en 1870, se rechazó la construcción del casino. Habría que esperar a 1887 para asistir a su inauguración, pero en un lugar diferente, el reservado a la aduana. Es el edificio que hoy ocupa el Ayuntamiento. En cuanto al gobierno militar, se le adjudicó el solar del palacio Goikoa.
Al final del siglo XIX solo se permitió edificar la manzana 16, convirtiéndose el espacio de las manzanas restantes en el jardín de Alderdi Eder. La plaza Cervantes, ya perfectamente definida, recibió en 1905 el nombre del más libertario de los autores hispanos, una excelente elección para rematar la avenida de la Libertad. Punto discordante, sin embargo, es ver cómo en los años 70 se apostó por introducir un parking de coches en su subsuelo, cuyas plantas pasaron a ser cinco en una última y reciente reforma que dobló las bocas de acceso.
Autor Antonio Cortázar
Fecha 1863-1905
Último diseño Lur Paisajistak
Superficie aproximada 1.900 metros cuadrados
Árboles 185 tamarindos
Se crearía, en su conexión con la Avenida, una barrera tanto física como visual que hipotecó gravemente la bondad de un espacio tan emblemático para la ciudadanía. Ahora que la política es restringir la presencia del coche en el centro de las ciudades, resulta aún más triste esta nefasta adulteración de la plaza Cervantes.
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