
El convento de Santa Teresa, una proeza arquitectónica junto a Urgull
Convento de Santa Teresa ·
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Convento de Santa Teresa ·
Construir la iglesia contra el monte fue un trabajo heroico que duró veinticinco años entre desprendimientos y otras dificultadesJosé Javier pi Chevrot
San Sebastián
Domingo, 31 de octubre 2021
En el siglo XVI, el área que ocuparía el futuro convento de las Carmelitas Descalzas era propiamente extramural. La cerca medieval tenía su esquina noroeste en la casa torre Oquendo, hoy Gaztelubide, y entre esta y la iglesia de Santa María, entonces gótica, se abría la puerta de Santa Ana. La basílica homónima se hallaba unos metros detrás y, cuando a finales del siglo XVI el Concejo Municipal dejó de reunirse en su primer sobrado o piso, para hacerlo en la Lonja frente al Muelle, ante la torre del Puyuelo, quedó vacante la 'cassa' de Santa Ana. A comienzos del siglo XVII, Franciscanos y Jesuitas quisieron instalarse en ella, pero habría que esperar a 1654 para que, gracias a la fortuna que dejaría en herencia el matrimonio sin hijos del capitán Juan de Amézqueta y de doña Simona de Lajust, se pudiera fundar allí el convento de las Carmelitas Descalzas. Fallecidos ambos mecenas, se firmaron las capitulaciones para la fundación el 22 de noviembre de 1660. Estas indican, entre otras cosas, que la villa obtiene de manera perpetua el patronato del convento, permitiéndole vigilar sus actividades económicas. Por ello pueden verse los escudos de Donostia en los laterales del altar principal de la iglesia de Santa Teresa. Había que frenar, por entonces, el poder financiero de las parroquias y conventos con sus actividades bancarias, sus captaciones de herencias y donaciones varias, que podían acaparar la propiedad del suelo, paralizando así el desarrollo de las urbes y provocar además violentos movimientos sociales.
En un primer momento, las religiosas solo trataron de adaptarse al edificio existente, el cual se mantuvo hasta su destrucción en el asedio de 1813. Se tuvieron que hacer obras de acondicionamiento, que comenzaron en febrero de 1662, y para ello se recurrió a fray Pedro de Santo Thomás. De las descripciones recogidas se aprende que existían sobre la nave de la basílica dos pisos más un desván y que se despejó de tierra arenosa la bodega o cripta bajo Santa Ana. Pudiera ser la consecuencia de corrimientos de tierras desde el monte, que también taparon los restos de una torre adyacente, erróneamente nombrada del concejo, descubiertos durante unas excavaciones arqueológicas en 1992.
Autor Santiago de Senosiain
Fecha 1666-1691
Planta 35 x 16 metros, de cruz latina
Altura 14 metros hasta la parte superior de las bóvedas de la nave y 21 metros hasta el centro de la cubierta
Construcción principalmente sillería de arenisca
La cripta, una vez adecentada, sirvió de sepelio, con altar incluido, para las monjas y para doña Simona de Lajust. Al donar Miguel de Oquendo las huertas traseras de su torre, se amplió, hasta pegarse a ella, el ala sureste que albergaba la basílica. El 19 de julio de 1663 finalizaron estas primeras obras y se ofició con pompa la entrada en clausura de las monjas. La basílica de Santa Ana se utilizó como iglesia, siendo Santa Ana el primer nombre que tuvo el convento.
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Pero pronto se impuso un proyecto mucho más ambicioso, el de construir una nueva iglesia, cinco veces mayor. Surgió un nuevo benefactor, el indiano don Miguel de Aristeguieta, dispuesto a pagar gran parte de los costos. Se trataba de actuar en un frente de monte de unos 100 metros de largo para establecer una plataforma en su centro, a la cota de 23,50 metros sobre el nivel del mar, de 40 metros de largo por un ancho de 16 a 12 metros. En ella se levantaría la nueva iglesia, empotrada en el monte mediante un potente muro de 14 metros de altura, la de su nave, que recibió encima dos sobrados con salida directa a unas huertas altas, escalonadas entre otros muros sucesivos de 6 metros de altura.
En mayo de 1666 se encargó al maestro de obras Santiago de Senosiain tan complicado y heroico trabajo. Edificar la iglesia fue todo un reto. El 'enemigo', es decir, el demonio, provocaba desprendimiento tras desprendimiento, mas no hubo que lamentar pérdidas humanas. Las monjas tomaron finalmente posesión de la nueva iglesia el 15 de octubre de 1686, día de la festividad de Santa Teresa, pero se tardaron cinco años más en acabarla, sobre todo si hay que añadir los estragos causados por la explosión del polvorín del Castillo, en diciembre de 1688.
Para alcanzar la nueva iglesia, se prolongó la escalera lateral que permitía acceder a Santa Ana. El edificio, con planta de cruz latina, es austero y sencillo, pero su impronta en el monte Urgull, en medio de los muros de las huertas traseras, aporta a la ciudad otra de sus señas de identidad más relevantes. El conjunto conventual se completó, a principios del siglo XVIII, con dos pequeños patios, triangular al sur y cuadrado al noroeste. La reconstrucción al estilo ecléctico de la parte superior de su campanario, en 1881, no fue del todo acertada, al contrario de la intervención depurada y clásica realizada en 1991 por el arquitecto José Ignacio Linazasoro en los dos sobrados de la iglesia, con su brillante solución de colgar los nuevos pisos de una estructura de arcos parabólicos, formando todo ello una envolvente interior de madera muy sugerente.
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